Salí del cohete con tanta energía que volví a elevarme y a volar. Sin ningún sentido de la orientación, nada. ¿Sabes lo que es ver una chispa en la oscuridad total? ¿Cómo los ojos empiezan a fantasear sobre ella? Cuántos rayos y visiones vislumbran en ella… pues bien, algo parecido ocurre con el sentido del equilibrio. Donde no existe la gravedad, uno llega a acostumbrarse a su falta. Pero cuando la gravedad es muy escasa, como en aquellos escombros, el oído se irrita y reacciona de modo defectuoso, por no decir loco. Ora te imaginas que te elevas en candelero, ora que te caes en un abismo, y así una y otra vez. Por añadidura, hay los giros y los movimientos desmañados de brazos, piernas y tronco, como si todos hubieran cambiado de lugar y como si la cabeza ya no estuviera en su sitio…
«Así volé, pues, hasta que choqué contra una pared, reboté de ella, me quedé colgado de algo y tuve tiempo de agarrarme de un saliente de las rocas. Alguien yacía allí. Thomas.
Ella guardó silencio. El océano Pacífico susurraba en la oscuridad.
— No, no es lo que estás pensando. Vivía. Incluso se sentó en seguida. Yo conecté la radio.
A una distancia tan pequeña podíamos entendernos perfectamente.
«-¿Eres tú? — empezó.
«-Sí, soy yo — dije. Una escena de comedia barata, realmente imposible. Pero era la realidad. Ambos nos levantamos —. ¿Cómo te sientes? — inquirí.
«-Estupendamente. ¿Y tú?
«Esto me confundió un poco, pero así y todo contesté:
«-Muy bien, gracias. Y todos los de casa están bien.
«Era idiota, pero pensé que él lo hacía adrede para demostrarme que estaba tranquilo, ¿comprendes?
— Sí.
— Cuando estuvo muy cerca de mí, vi su silueta a la luz de la linterna que llevaba sujeta al brazo; parecía una especie de oscuridad más densa. Toqué su traje espacial; estaba intacto.
«-¿Tienes oxígeno? — le pregunté. Esto era lo más importante.
«-Oh, eso no tiene importancia.
«Reflexioné sobre lo que debíamos hacer. ¿Despegar con su cohete? No, era demasiado arriesgado. A decir verdad, yo no me sentía muy aliviado. Tenía miedo, o estaba inseguro; es difícil explicarlo. La situación era irreal, yo encontraba algo singular en ella, pero no sabía qué era ni veía nada claro. Sólo que aquel milagroso reencuentro no me había alegrado. Pensé en cómo salvar el cohete. Pero esto no era lo más importante, me dije. Primero tenía que averiguar cómo se encontraba él. Mientras tanto permanecíamos allí, bajo la noche negra, sin estrellas.
«-¿Qué has hecho aquí todo este tiempo? — le pregunté. Quería saberlo, porque también esto era importante. Si había intentado hacer algo, aunque fuera buscar minerales, sería una buena señal.
«-Varias cosas — repuso —. ¿Y tú, Tom?
«-¿Cómo, Tom? — interrogué, sintiendo escalofríos, pues hacía un año que Arder había muerto, y él lo sabía muy bien.
«-Eres Tom, ¿verdad? Conozco tu voz.
«No dije nada, y él rozó mi traje con el guante y añadió:
«-Un mundo demente, ¿no crees? Nada digno de verse y tampoco nada especial. Me lo había imaginado muy diferente. ¿Y tú?
«Pensé que el hecho de que me confundiera con Arder no significaba gran cosa; a fin de cuentas… esto les había pasado ya a varios.
«-Sí — repuse —, es una región poco interesante. ¿Nos vamos, Thomas? ¿Qué te parece?
«-¿Irnos? — se asombró —. Pero ¿cómo… Tom?
«Su tono había dejado de gustarme.
«-¿Es que quieres quedarte aquí? — pregunté.
«-¿Y tú no?
«"Se hace el loco — pensé —, pero ya basta de tales tonterías."»-Vamos — dije —, hemos de volver. ¿Dónde está tu pistola?
«-La he perdido al morirme.
«-¿Qué?
«-Pero no importa — dijo —. Un muerto no necesita pistola.
«-Claro, claro — asentí —. Ven, te pondré el cinturón y nos marcharemos.
«-¿Estás loco, Tom? ¿Adonde?
«-Al Prometeo.
«-Ya no está aquí…
«-Está algo más lejos. Vamos, déjame ponerte el cinturón.
«-Espera — dijo, apartándome —. Hablas de un modo extraño. ¡Tú no eres. Tom!
«-Claro que no. Soy Hal.
«-¿Tú también has muerto? ¿Cuándo?
«Ahora yo ya sabía más o menos de qué iba, así que empecé a darle la razón.
«-Pues, mira — contesté —, hace algunos días, Ven, déjame ponerte el cinturón.
«Pero él no se dejaba, y empezamos a pelear, al principio como en broma y después en serio; traté de agarrarle, pero no lo conseguía por culpa del traje espacial. ¿Qué hacer? No podía dejarle solo ni un momento, pues ya no le encontraría por segunda vez; un mismo milagro no se produce dos veces. Y él quería quedarse allí como si hubiera muerto. Y entonces, durante nuestra disputa, cuando ya me parecía que le había convencido y estaba de acuerdo, permití que me cogiera la pistola… Acercó mucho su rostro al mío, de modo que yo casi vi por el doble cristal y gritó:
«-¡Cerdo, me has engañado! ¡Estás vivo! — y me disparó.
Hacía mucho rato que sentía el rostro de Eri apretado contra mi hombro. Al oír mi última palabra se estremeció como si hubiese recibido un golpe, y cubrió mi cicatriz con la mano.
Callamos durante argo rato.