MERCUTIO.-
Sin duda te ha visitado la reina Mab, nodriza de las hadas. Es tan pequeña como el ágata que brilla en el anillo de un regidor. Su carroza va arrastrada por caballos leves como átomos, y sus radios son patas de tarántula, las correas son de gusano de seda, los frenos de rayos de luna: huesos de grillo e hilo de araña forman el látigo; y un mosquito de oscura librea, dos veces más pequeño que el insecto que la aguja sutil extrae del dedo de ociosa dama, guía el espléndido equipaje. Una cáscara de avellana forma el coche elaborado por la ardilla, eterna carpintera de las hadas. En ese carro discurre de noche y día por cabezas enamoradas, y les hace concebir vanos deseos, y anda por las cabezas de los cortesanos, y les inspira vanas cortesías. Corre por los dedos de los abogados, y sueñan con procesos. Recorre los labios de las damas, y sueñan con besos. Anda por las narices de los pretendientes, y sueñan que han alcanzado un empleo. Azota con la punta de un rabo de puerco las orejas del cura, produciendo en ellas sabroso cosquilleo, indicio cierto de beneficio o canonjía cercana. Se adhiere al cuello del soldado y le hace soñar que vence y triunfa de sus enemigos y los degüella con su truculento acero toledano, hasta que oyendo los sones del cercano atambor, se despierta sobresaltado, reza un padre nuestro, y vuelve a dormirse. La reina Mab es quien enreda de noche las crines de los caballos, y enmaraña el pelo de los duendes, e infecta el lecho de la cándida virgen, y despierta en ella por primera vez impuros pensamientos.ROMEO.-
Basta, Mercutio. No prosigas en esa charla impertinente.MERCUTIO.-
De sueños voy hablando, fantasmas de la imaginación dormida, que en su vuelo excede la ligereza de los aires, y es más mudable que el viento.BENVOLIO.-
Tú sí que estás arrojando vientos y humo por esa boca. Ya nos espera la cena, y no es cosa de llegar tarde.ROMEO.-
Demasiado temprano llegaréis. Témome que las estrellas están de mal talante, y que mi mala suerte va a empezarse en este banquete, hasta que llegue la negra muerte a cortar esta inútil existencia. Pero en fin, el piloto de mi nave sabrá guiarla. Adelante, amigos míos.BENVOLIO.-
A son de tambores.ESCENA QUINTA
Sala en casa de Capuleto
(MÚSICOS y CRIADOS)
CRIADO 1°.-
¿Dónde anda Cacerola, que ni limpia un plato, ni nos ayuda en nada?CRIADO 2°.-
¡Qué pena me da ver la cortesía en tan pocas manos, y éstas sucias!CRIADO 1°.-
Fuera los bancos, fuera el aparador. No perdáis de vista la plata. Guardadme un pedazo de pastel. Decid al portero que deje entrar a Elena y a Susana la molinera. ¡Cacerola!CRIADO 2°.-
Aquí estoy, compañero.CRIADO 1°.-
Todos te llaman a comparecer en la sala.CRIADO 2°.-
No puedo estar en dos partes al mismo tiempo. Compañeros, acabad pronto, y el que quede sano, que cargue con todo.CAPULETO.-
Celebro vuestra venida. Os invitan al baile los ligeros pies de estas damas. A la danza, jóvenes. ¿Quién se resiste a tan imperiosa tentación? Ni siquiera la que por melindre dice que tiene callos. Bien venidos seáis. En otro tiempo también yo gustaba de enmascararme, y decir al oído de las hermosas secretos que a veces no les desagradaban. Pero el tiempo llevó consigo tales flores. Celebro vuestra venida. Comience la música. ¡Que pasen delante las muchachas!EL PRIMO DE CAPULETO.-
¡Dios mío! Hace más de 30 años.CAPULETO.-
No tanto, primo. Si fue cuando la boda de Lucencio. Por Pentecostés haráEL PRIMO DE CAPULETO.-
Más tiempo hace, porque su hijo ha cumplido los treinta.CAPULETO.-
¿Cómo, si, hace dos años, aún no había llegado a la mayor edad?ROMEO.-
CRIADO.-
No la conozco.ROMEO.-
El brillo de su rostro afrenta al del sol. No merece la tierra tan soberano prodigio. Parece entre las otras como paloma entre grajos. Cuando el baile acabe, me acercaré a ella, y estrecharé su mano con la mía. No fue verdadero mi antiguo amor, que nunca belleza como ésta vieron mis ojos.TEOBALDO.-
Por la voz parece Montesco.CAPULETO.-
¿Por qué tanta ira, sobrino mío?