Lena cogió el teléfono inalámbrico al pasar por la mesita de centro, de camino a la cocina. Encontró las Páginas Amarillas en el cajón que había junto al fregadero y se sentó a la mesa. Había cinco páginas de abogados, y todos los anuncios eran horteras y con mucho color. Los titulares suplicaban a todos aquellos que habían sufrido un accidente de coche o deseaban obtener una pensión de invalidez «POR FAVOR, LLAME AHORA».
El anuncio de Buddy Conford era el más grande. Había una foto del astuto cabrón con un bocadillo de tebeo que le salía de la boca con las palabras «¡Llámeme antes de hablar con la policía!» escrito con gruesas letras rojas.
El susodicho respondió tras él primer pitido.
– Buddy Conford.
Lena se mordió el labio, abriéndose otra vez el corte. Buddy era un tendencioso cabrón que consideraba que todos los policías eran unos corruptos, y en más de una ocasión había acusado a Lena de utilizar métodos ilegales. Le había frustrado varios casos basándose en estúpidos tecnicismos.
– ¿Hola? -dijo Buddy-. Bien, cuento hasta tres. Uno… dos…
Lena se obligó a decir:
– Buddy.
– Sí, al habla. -Como ella no dijera nada, le instó-: Hable.
– Soy Lena.
– ¿Puede repetirlo? -dijo-. Querida, casi no la oigo.
Lena se aclaró la garganta, intentando alzar la voz.
– Soy Lena Adams.
El abogado emitió un leve silbido.
– Vaya, que me aspen -dijo-. Oí que estabas en la trena. Pensé que era un rumor.
Lena se presionó tanto el labio que se hizo daño.
– ¿Qué se siente al estar en el otro lado de la ley, socia?
– Que te jodan.
– Ya discutiremos luego mi tarifa -dijo Buddy, con una risita. Disfrutaba de la situación más de lo que Lena había pensado-. ¿Cuáles son los cargos?
– Ninguno -le dijo Lena, diciéndose que eso podía cambiar en cualquier momento, dependiendo de qué día tuviera Jeffrey-. Es para otra persona.
– ¿Para quién?
– Ethan Green. -Enseguida se corrigió-. Quiero decir, White. Ethan White.
– ¿Dónde está?
– No estoy segura. -Lena cerró la guía, harta de mirar aquellos anuncios vulgares-. Le acusan de violación de la libertad condicional. Estuvo en la cárcel por pasar cheques falsos. -¿Cuánto tiempo estuvo encerrado?
– No estoy segura.
– A no ser que tengan algo sólido de qué acusarle, tendrán que ponerlo en libertad.
– Jeffrey no le pondrá en libertad -dijo Lena, pues de eso estaba segura.
Sólo conocía a Ethan White por sus antecedentes penales. Nunca había visto su lado bueno, al hombre que quería cambiar.
– Me estás ocultando algo -dijo Buddy-. ¿Cómo es que ese tipo acabó llamando la atención del jefe?
Lena pasó los dedos por las páginas de la guía. Se preguntó hasta qué punto podía confiar en Buddy Conford. Dudó de si debía contarle algo.
Buddy era demasiado buen abogado como para no saber que algo pasaba.
– Si me mientes, lo único que conseguirás es dificultar mi trabajo.
– Ethan White no mató a Chuck Gaines -dijo-. No estuvo implicado en eso. Es inocente.
Buddy soltó un fuerte suspiro.
– Cariño, deja que te diga algo. Todos mis clientes son inocentes. Incluso los que han acabado en el corredor de la muerte.-Emitió un sonido de disgusto-. Sobre todo los que acabaron en el corredor de la muerte.
– Éste es inocente de verdad, Buddy.
– Sí, bueno. Quizá deberíamos hablar de esto personalmente. ¿Quieres pasarte por mi oficina?
Lena cerró los ojos, intentando imaginarse fuera de la casa. No podía hacerlo.
– ¿He dicho algo malo? -preguntó Buddy.
– No. ¿Podrías venir aquí?
– ¿Dónde es aquí?
– Estoy en casa de Nan Thomas.
Le dio la dirección, y él le repitió los números para verificarlos.
– Llegaré dentro de un par de horas -dijo-. ¿Estarás ahí?
– Sí.
– Pues te veo dentro de un par de horas -dijo Buddy.
Lena colgó, y a continuación marcó el número de la comisaría. Sabía que Jeffrey haría cuanto estuviera en su mano para mantener encerrado a Ethan, pero también que Ethan conocía al dedillo cómo funcionaba la ley.
– Policía de Grant -dijo Frank.
Lena tuvo que hacer un esfuerzo para no colgar. Se aclaró la garganta, procurando que su voz sonara normal.
– Frank, soy Lena.
Él no dijo nada.
– Busco a Ethan.
– ¿Ah, sí? -gruñó Frank-. Pues no está aquí.
– ¿Sabes dónde…?
Frank colgó con un golpe tan fuerte que resonó en el oído de Lena.
– Mierda -dijo, y empezó a toser con tanta violencia que pensó que iba a sacar los pulmones por la boca.
Lena se dirigió al fregadero y bebió un vaso de agua. Pasaron varios minutos antes de que se le pasara el ataque de tos. Comenzó a abrir cajones, buscando pastillas para la tos que le aliviaran la garganta, pero no encontró nada. En el armarito que había sobre la cocina encontró un frasco de Advil y se metió tres cápsulas en la boca. Salieron varias más, e intentó cogerlas antes de que cayeran al suelo, golpeándose la muñeca lesionada contra la nevera. El dolor le hizo ver las estrellas, pero lo superó respirando profundamente.