Читаем Temor Frío полностью

De nuevo en la mesa, Lena intentó pensar adónde iría Ethan si lo soltaban. No conocía su número del colegio mayor, y sabía que no debía llamar a la oficina del campus para averiguarlo. Considerando que había pasado la noche anterior en la cárcel, dudaba que nadie quisiera ayudarla.

Dos noches antes había conectado su contestador por si Jill Rosen la llamaba. Cogió el teléfono y marcó el número de su casa con la esperanza de haber conectado bien el contestador. El teléfono sonó tres veces antes de que su propia voz la saludara, una voz que le sonó estridente y ajena. Tecleó el código para oír sus mensajes. El primero era de su tío Hank, y le decía que sólo llamaba para saber cómo estaba y que le alegraba que por fin se hubiera decidido a poner un contestador. El siguiente era de Nan, que parecía muy preocupada y le decía que la llamara en cuanto pudiera. El último era de Ethan.

– Lena -decía-. No vayas a ninguna parte. Te estoy buscando.

Apretó el botón del tres, que rebobinó el mensaje para volver a oírlo. Su contestador no tenía dispositivo para introducir el día y la hora, porque Lena había sido demasiado tacaña para gastarse diez dólares extras, y se rebobinaron los tres mensajes, y no sólo el último, por lo que tuvo que escuchar otra vez a Hank y a Nan.

– No vayas a ninguna parte. Te estoy buscando.

Lena volvió a apretar el tres, y tuvo que tragarse los primeros dos mensajes antes de volver a oír la voz de Ethan. Se acercó el teléfono al oído, intentando descifrar su tono. Parecía furioso, pero eso no era ninguna novedad.

Estaba escuchando el mensaje por cuarta vez cuando alguien llamó a la puerta.

– Richard -murmuró entre dientes. Bajó la mirada hacia sus ropas, y se dio cuenta de que aún iba en pijama-. Joder.

El inalámbrico emitió dos bips en rápida sucesión, y la pantalla emitió una parpadeante señal de que había poca batería. Lena apretó el cinco, esperando que eso conservara el mensaje de Ethan.

Entró en la sala de estar y puso el teléfono en el cargador de batería. En la puerta principal se veía una figura borrosa, cuyo perfil se recortaba tras las cortinas.

– Un momento -gritó Lena, y la garganta le dolió por el esfuerzo.

Buscó algo con qué cubrirse en el dormitorio de Nan. Lo único que encontró fue un albornoz color rosa, que era tan ridículo como el pijama azul. Se dirigió al armario del pasillo y sacó una chaqueta. Se la puso mientras se dirigía a la puerta.

– Un momento -dijo, apartando la silla.

Descorrió los cerrojos y abrió la puerta, pero no había nadie.

– ¿Hola? -preguntó Lena, saliendo al porche.

Tampoco había nadie. El camino de entrada estaba vacío. Oyó los bips de la alarma en el interior y se acordó de que Nan la había conectado antes de irse. La alarma tenía una demora de veinte segundos, y Lena entró corriendo en la casa y tecleó el código justo a tiempo.

Se dirigía a la cocina cuando la detuvo un ruido de cristales rotos. La cortina de la puerta de la cocina se movió, pero no por la brisa. Una mano apareció, buscando a tientas el pestillo. Lena se quedó paralizada unos segundos, hasta que el pánico se apoderó de ella y echó a correr por el pasillo.

En el suelo de la cocina se oyeron pasos pisando cristales. Lena entró en el cuarto de invitados y se ocultó entre la puerta abierta y la pared, vigilando el pasillo por la grieta. El intruso recorría la casa con pasos decididos, y sus pesados zapatos sonaban sordos contra el suelo de madera. Se detuvo en el pasillo, miró a la izquierda y a la derecha. Lena no le veía el rostro, pero sí que vestía camisa negra y tejanos.

Cerró los ojos con fuerza y contuvo el aliento mientras el intruso se aproximaba a la habitación de invitados. Apretó la espalda contra la pared cuanto pudo, procurando hacerse invisible detrás de la puerta.

Cuando se atrevió a abrir los ojos, el hombre le daba la espalda. Lo único que pudo hacer fue mirar. Antes estaba segura de que se trataba de Ethan, pero ahora le veía los hombros demasiado anchos, el pelo demasiado largo.

El armario estaba lleno de cajas que se apilaban del suelo al techo. El intruso comenzó a sacarlas una a una, leyendo las etiquetas antes de apilarlas ordenadamente en el suelo. Al cabo de lo que a Lena le parecieron horas, encontró lo que buscaba. Se puso de rodillas delante de la caja, y Lena le vio el perfil. Reconoció al instante a Richard Carter.

Lena se acordó de la pistola que había en la habitación de Nan. Ahora Richard le daba la espalda, y si caminaba sin hacer ruido podría sortear la puerta y encerrarse en el cuarto de Nan.

Contuvo el aliento y salió de detrás de la puerta. Retrocedía lentamente desde el cuarto de invitados cuando Richard percibió su presencia. Giró la cabeza bruscamente y se puso en pie de un salto. En sus ojos aparecieron chispas de cólera, rápidamente sustituidas por una expresión de alivio.

– Lena -dijo.

– ¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó Lena, intentando parecer enérgica.

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