Читаем Temor Frío полностью

– Podrías darme algún consejo -dijo Richard, levantando la mano para que no le interrumpiera-. Un pequeño consejo puede ser muy importante. Podemos ayudarnos a salir de ésta.

– ¿Cómo puedes ayudarme?

– Librándote de él -dijo Richard, quien algo debió de ver en los ojos de Lena, pues sonrió con tristeza-. Lo sabes, ¿verdad? Sabes que es la única manera de que desaparezca de tu vida.

Lena se lo quedó mirando.

– ¿Por qué mataste a Ellen Schaffer?

– Lena.

– Dime por qué -insistió ella-. Necesito saberlo.

Richard esperó un instante antes de decir:

– Me vio en el bosque. Me miraba fijamente mientras llamaba a la policía. Sabía que acabaría contándolo, sólo era cuestión de tiempo.

– ¿Y qué me dices de Scooter?

– ¿Por qué haces esto, Lena? -preguntó Richard-. ¿Crees que voy a hacer una confesión completa y luego vas a arrestarme?

– Los dos sabemos que no puedo arrestarte.

– ¿No puedes?

– Mírame -dijo, levantando ambos brazos, mostrándole su maltrecho cuerpo-. Sabes mejor que nadie en qué estoy metida. ¿Crees que van a escucharme? -Se llevó una mano al cuello magullado-. Si casi ni se me oye.

Richard sonrió a medias, negando con la cabeza para dar a entender que no se dejaría engatusar.

– Necesito saberlo, Richard. He de saber que puedo confiar en ti.

Richard la miró fijamente, sin saber si debía continuar.

– Lo de Scooter no fue cosa mía -dijo Richard.

– ¿Estás seguro?

– Naturalmente que lo estoy. -Richard puso los ojos en blanco, y por un momento fue el Richard femenino que Lena conocía-. He oído que se estranguló mientras se masturbaba. ¿Quién es lo bastante estúpido para seguir haciendo eso?

Aquel comentario venenoso era una invitación a que Lena bajara la guardia, pero ella no picó.

– ¿Y Tessa Linton?

– Llevaba esa bolsa -dijo, repentinamente agitado-. Estaba recogiendo cosas en la colina. Y yo no podía encontrar el colgante. Quería el colgante. Era un símbolo.

– ¿La estrella de David? -preguntó Lena, recordando cómo Jill se había aferrado a ella en la biblioteca.

Parecía haber pasado una eternidad.

– Los dos tenían una. Jill se la compró el año pasado, una para Brian y una para Andy. Padre e hijo. -Espiró con violencia-. Brian se la ponía todos los días. ¿Crees que haría algo así por mí?

– ¿Apuñalaste a Tessa Linton porque pensaste que tenía el colgante?

– Me reconoció. Vi en su cara que estaba atando cabos. Sabía por qué yo estaba en el bosque. Sabía que había matado a Andy. -Richard hizo una pausa, como para aclarar las ideas-. Comenzó a gritarme. A chillar. Tuve que hacerla callar. -Se secó la cara con las manos, perdiendo lentamente la compostura-. ¡Dios!, eso sí fue duro. Fue muy jodido. -Bajó la vista al suelo, y Lena percibió su remordimiento-. No puedo creer que tuviera que hacerlo. Fue horrible. Me quedé por ahí a ver qué pasaba y…

No acabó la frase, y permaneció en silencio, como si deseara que Lena le dijera que no pasaba nada, que no había podido hacer otra cosa.

– ¿Cómo quieres hacerlo? -dijo Richard.

Lena no contestó.

– ¿Cómo quieres que me libre de él? -preguntó Richard-. Puedo hacerle sufrir, Lena. Puedo hacerle daño, como el que él te hizo a ti.

Lena seguía sin poder contestar. Se miró las manos, recordando a Ethan en el café, y lo furiosa que se puso cuando le hizo daño. Entonces había querido desquitarse, hacerle sufrir por el dolor que le había causado.

Richard dio un golpecito suave en la fibra de vidrio que cubría el brazo de Lena.

– La escayola fue el compañero inseparable de mi infancia.

Lena se frotó la fibra de vidrio. La cicatriz de la mano aún estaba roja, y tenía sangre seca en los bordes. Se hurgó la herida mientras Richard le exponía su plan.

– Tú no tienes que hacer nada -dijo-. Yo me aseguraré de que no quede ningún cabo suelto. He ayudado a otras mujeres anteriormente, Lena. Sólo tienes que decírmelo y le haré desaparecer.

Lena sentía la cicatriz bajo las uñas, la despegaba como se despega la etiqueta de una naranja.

– ¿Cómo? -susurró, jugando con el reborde de piel-. ¿Cómo lo harías?

Richard también le miraba las manos.

– ¿Servirá de algo? -preguntó-. ¿Hará que dejes de hacerte daño?

Lena rodeó la fibra de vidrio con la mano derecha y la bajó hacia su cintura, negando con la cabeza.

– Necesito sacarle de mi vida. Necesito que desaparezca -dijo ella.

– Oh, Lena. -Richard le puso los dedos bajo la barbilla, intentando levantarle la cara. Como Lena no se moviera, se inclinó, le puso las manos en los hombros, la cara cerca de la de ella-. Saldremos de ésta. Te lo prometo. Juntos podemos hacerlo.

Con las dos manos, Lena le lanzó la fibra de vidrio contra el cuello lo más fuerte que pudo. La fibra de vidrio se partió, al chocar contra la mandíbula de Richard, le hizo morderse la lengua y le lanzó la cabeza hacia atrás con la violencia de un trallazo. Richard reculó trastabillando, agitando los brazos mientras se golpeaba con fuerza contra la jamba. Lena recorrió el pasillo a toda velocidad hacia el dormitorio de Nan, y cerró la puerta tras ella, pasando el pestillo antes de que Richard girara el pomo desde el otro lado.

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