Sara siguió observando a Chuck, consternada de lo poco que había cambiado desde el instituto.
– Esta cicatriz del brazo -interrumpió Jeffrey-. Parece reciente.
Sara se obligó a mirar el brazo de la víctima. La cólera le formó un nudo en la garganta al responder:
– Sí.
– ¿Sí? -repitió Jeffrey, interrogativamente.
– Sí -dijo Sara, haciéndole saber que era capaz de librar sus propias batallas. Inhaló profundamente, para calmarse, antes de decir-: Mi suposición es que fue deliberada, siguiendo la arteria radial. Debieron de llevarlo al hospital.
Chuck de pronto se interesó por los progresos de Lena.
– ¡Adams! -le gritó-. Compruebe en esa dirección.
Le hizo una seña de que se alejara del puente, en dirección opuesta a la que había seguido hasta ese momento.
Sara puso las manos en las caderas del muchacho y preguntó a Jeffrey:
– ¿Puedes ayudarme a darle la vuelta?
Mientras esperaba a que Jeffrey se pusiera unos guantes, Sara miró en dirección a la línea de árboles en busca de Tessa. No había rastro de ella. Por una vez Sara se alegró de que Tessa estuviera en el coche.
– Listo -dijo Jeffrey, con las manos sobre los hombros del cadáver.
Sara contó hasta tres y le dieron la vuelta con mucho cuidado.
– ¡Oh, joder! -chilló Chuck, y su voz subió tres octavas. Reculó rápidamente, como si el cadáver se hubiera incendiado de pronto. Jeffrey se irguió de inmediato, con una expresión de horror. Matt emitió lo que sonó como una arcada seca mientras se volvía para darles la espalda.
– ¡Vaya! -exclamó Sara, a falta de algo mejor que decir.
La parte inferior del pene de la víctima estaba completamente despellejada. Un faldón de piel de diez centímetros colgaba separado del glande, y una serie de pendientes en forma de pesas desgarraban la piel a intervalos escalonados.
Sara se arrodilló junto al área pélvica para examinar el destrozo. Oyó que alguien sorbía aire a través de los dientes cuando devolvió la piel a su posición normal, estudiando los bordes irregulares allí donde la carne se había separado del órgano. Jeffrey fue el primero en hablar.
– ¿Qué demonios es eso?
– Piercings -dijo-. Se le llama escalera del frenillo. -Sara indicó los aretes metálicos-. Pesan bastante. El impacto debió de bajarle la piel como si fuera un calcetín.
– Joder -volvió a murmurar Chuck, mirando abiertamente el desgarro.
Jeffrey no creía lo que veía.
– ¿Se lo hizo él?
Sara se encogió de hombros. Los piercings en los genitales eran poco corrientes en Grant County, pero Sara había visto en la clínica suficientes infecciones provocadas por piercings para saber que también allí algunos los llevaban.
– Cristo -murmuró Matt, dando una patada en el suelo, aún de espaldas a ellos.
Sara indicó un fino aro de oro prendido a la nariz del muchacho.
– Ahí la piel es más gruesa, por eso no se le cayó. La ceja… -Miró a su alrededor, en el suelo, divisando otro aro de oro incrustado en el barro, donde había caído el muchacho-. A lo mejor el cierre se abrió por el impacto.
Jeffrey señaló el pecho.
– ¿Y ahí?
Un fino hilo de sangre se detenía a unos cinco centímetros por debajo del pezón derecho del muchacho, que estaba desgarrado. Sara tuvo una intuición y dobló la pretina de los tejanos. Atrapado entre la cremallera y unos Joe Boxers estaba el tercer aro.
– Pezón con piercing -dijo, recogiendo el aro-. ¿Tienes una bolsa para todo esto?
Jeffrey sacó una pequeña bolsa de papel para pruebas, y la abrió para Sara. Le preguntó con desagrado:
– ¿Eso es todo?
– Probablemente no -respondió ella.
Cogió la mandíbula entre el índice y el pulgar y le abrió la boca. Metió los dedos con cuidado, procurando no cortarse.
– Probablemente también lleva un piercing en la lengua -le dijo a Jeffrey, palpando el músculo-. Está bisecada en la punta. Lo sabré cuando lo tenga sobre la mesa, pero creo que el aro de la lengua está alojado en la garganta.
Se reclinó sobre los talones, se quitó los guantes y estudió a la víctima globalmente, en lugar de analizar las partes perforadas con piercings. Era un chaval de aspecto corriente, a excepción del hilo de sangre que le manaba de la nariz y se le remansaba en torno a los labios. Una perilla rubio rojiza le rodeaba la barbilla, poco pronunciada, y las patillas eran largas y finas, curvándose en torno a la mandíbula como una hebra de hilo multicolor.
Chuck dio un paso adelante para ver mejor, la boca bobaliconamente abierta.
– Ah, mierda. Pero si es… Mierda -gruñó, dándose un golpe en la cabeza-. No me acuerdo cómo se llama. Su madre trabaja en la universidad.
Sara vio cómo a Jeffrey se le hundían los hombros ante la noticia. El caso acababa de complicarse diez veces más.
– ¡He encontrado una nota! -gritó Frank desde el puente.
A Sara le sorprendió la noticia, a pesar de haber sido ella quien había enviado a Frank a buscarla. Sara había visto bastantes suicidios en su vida, y había algo en éste que no le cuadraba.
Jeffrey la observaba atentamente, como si pudiera leerle la mente.
– ¿Sigues pensando que saltó? -le preguntó.
Sara no quiso pronunciarse, y dijo:
– Eso parece, ¿no?