Читаем Temor Frío полностью

La pendiente era más empinada de lo que Sara había imaginado, y al llegar arriba se detuvo para recobrar el aliento. Había basura por todas partes, y las latas de cerveza se esparcían como hojas muertas. Volvió a mirar hacia la zona del aparcamiento, donde Jeffrey estaba entrevistando a la mujer que había encontrado el cadáver. Brad Stephens la saludó, y Sara le devolvió el saludo. Pensaba que si ella estaba sin resuello por la subida, Tessa debía de estar con la lengua fuera. A lo mejor se había detenido a recuperar el aliento antes de volver. A lo mejor se había encontrado con un animal salvaje. A lo mejor se había puesto de parto. Con este último pensamiento, Sara volvió hacia los árboles, siguiendo un camino trillado que se adentraba en el bosque. Tras haberse internado unos cuantos pasos, inspeccionó la zona, buscando alguna señal de su hermana.

– ¿Tess? -la llamó Sara, procurando no enfadarse. Probablemente Tessa echó a andar y perdió la noción del tiempo. Hacía meses que no llevaba reloj, pues las muñecas se le habían hinchado tanto que no aguantaba la correa metálica. Sara se adentró más en el bosque, levantando la voz mientras repetía:

– ¿Tessa?

A pesar de que era un día soleado, el bosque estaba umbroso, y las ramas de los altos árboles se entrelazaban como dedos en un juego infantil, impidiendo el paso de la luz. Sin embargo, Sara levantó la mano a modo de visera, como si así fuera a ver mejor.

– ¿Tess? -repitió y, a continuación, contó hasta veinte. No hubo respuesta.

La brisa agitó las hojas sobre su cabeza, y Sara experimentó un desconcertante hormigueo en la nuca. Se frotó los brazos desnudos y avanzó unos pasos por la senda. A unos cinco metros, el camino se bifurcaba. Sara intentó decidir cuál tomar.

Los dos parecían muy hollados, y había huellas de zapatillas deportivas en la tierra. Sara se arrodilló para buscar las pisadas planas de las sandalias de Tessa entre las huellas estriadas y en zigzag de los otros calzados cuando oyó un ruido a su espalda. Se puso en pie de un salto.

– ¿Tess? -preguntó.

No era más que un mapache que se sobresaltó tanto como Sara. Se quedaron mirándose unos instantes, hasta que el animal se internó corriendo en el bosque.

Sara se puso en pie, sacudiéndose la tierra de las manos. Echó a andar por el camino de la derecha, a continuación regresó a la bifurcación y dibujó una sencilla flecha en el suelo con el talón, para indicar la dirección que había tomado. Al trazar la señal, Sara se sintió estúpida, pero ya se reiría luego de la precaución, cuando llevara a Tessa de vuelta a casa.

– ¿Tess? -preguntó Sara, partiendo una ramilla de una rama baja mientras avanzaba-¿Tess? -volvió a llamarla.

A continuación, se detuvo, expectante, pero no hubo respuesta.

Un poco más adelante, Sara vio que el sendero formaba una curva suave y volvía a bifurcarse. Dudó si ir a buscar a Jeffrey para que la ayudara, pero desechó la idea. Se sintió una tonta por pensar en ello, pero, en su interior, sabía que estaba realmente asustada.

Siguió avanzando, llamando a Tess. En la siguiente bifurcación volvió a protegerse los ojos con la mano y miró a los dos lados. Los caminos se separaban en sendas curvas, y el de la derecha formaba un pronunciado recodo a unos veinticinco metros. Ahora el bosque era más oscuro, y Sara tenía que forzar la vista para ver. Comenzó a dibujar una señal en el camino de la izquierda, pero algo relampagueó en su mente, como si sus ojos hubieran tardado unos segundos en transmitir la imagen al cerebro. Sara examinó el sendero de la derecha, y vio una piedra que tenía una forma extraña justo antes del recodo. Dio unos cuantos pasos, y echó a correr al darse cuenta de que se trataba de una de las sandalias de Tessa.

– ¡Tessa! -chilló, agarrando la sandalia del suelo.

Se la llevó al pecho mientras miraba a su alrededor, buscando frenéticamente a su hermana.

Sara dejó caer la sandalia y sintió un mareo. Se le hizo un nudo en la garganta a medida que el miedo reprimido se convertía en terror. En un claro, Tessa estaba tendida boca arriba, una mano en la barriga, la otra a un costado. La cabeza le formaba un ángulo anormal, y tenía los labios ligeramente separados y los ojos cerrados.

– No… -exclamó Sara, corriendo hacia su hermana.

No las separaban más de seis metros, pero se le hicieron interminables. Por la mente de Sara cruzaron un millón de posibilidades mientras corría hacia Tessa, pero ninguna de ella se aproximó a lo que ahora veían sus ojos.

– Dios mío. -Sara soltó un grito ahogado. Las rodillas se le doblaron al dejarse caer al suelo-. Oh, no…

Habían apuñalado a Tessa al menos dos veces en el vientre y una en el pecho. Había sangre por todas partes, y el púrpura oscuro de su vestido era ahora de un negro intenso y húmedo. Sara miró el rostro de su hermana. Le habían cortado el cuero cabelludo, que colgaba sobre el ojo izquierdo, y el rojo intenso de la carne viva contrastaba con el blanco pálido de la piel.

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