– Frank está llamando a una ambulancia -dijo, y su voz sonó tan lejana que Sara pensó que le estaba leyendo los labios en lugar de oír sus palabras-. ¿Sara?
Las emociones la paralizaban, y no sabía qué hacer. Su visión formó una especie de túnel, y todo lo que aparecía era Tessa, ensangrentada, aterrada, los ojos abiertos a causa del susto. Algo pasó ante ellos: horror abyecto, dolor, un miedo cegador. Sara no sabía qué hacer.
– ¿Sara? -repitió Jeffrey y le puso la mano en el brazo. Volvió a oír en una furiosa acometida, como el agua que se derrama de una presa.
Él le apretó el brazo hasta hacerle daño.
– Dime qué he de hacer.
De algún modo, sus palabras la devolvieron al presente. Sin embargo, se le formó un nudo en la garganta al decir:
– Quítate la camisa. Necesitamos detener la hemorragia.
Sara vio a Jeffrey quitarse la americana y la corbata y, a continuación, se arrancó la camisa desgarrando los ojales. Poco a poco, la mente de Sara comenzó a funcionar. Podía hacerlo. Sabía qué hacer.
– ¿Es grave? -le preguntó él.
Sara no respondió, pues sabía que expresar el daño infligido supondría agravarlo. Lo que hizo fue apretar la camisa de Jeffrey contra el vientre de Tessa; a continuación colocó encima la mano de Jeffrey.
– Así -dijo, para que él supiera cuánta presión ejercer.
– ¿Tess? -preguntó Sara, procurando ser fuerte-. Quiero que me mires, ¿entendido, cariño? Mírame y hazme saber si hay algún cambio, ¿de acuerdo?
Tessa asintió, y sus ojos se desviaron a un lado cuando Frank se acercó a ellos.
Frank se acuclilló junto a Jeffrey.
– Hay una ambulancia aérea a menos de diez minutos de aquí.
Comenzó a desabrocharse la camisa en el momento en que Lena Adams apareció en el calvero. Matt Hogan iba detrás, las manos apretadas a los lados.
– Debe de haberse ido por ahí -les dijo Jeffrey, indicando el sendero que se internaba en el bosque.
Los dos se fueron corriendo sin decir palabra.
– Tess -dijo Sara, abriéndole la herida del pecho para ver su profundidad. La trayectoria del cuchillo habría acercado la hoja peligrosamente al corazón-. Sé que esto duele, pero aguanta. ¿Entendido? ¿Puedes aguantar por mí?
Tessa asintió en un gesto rígido, los ojos le daban vueltas. Sara utilizó el estetoscopio para escuchar el pecho de Tessa, y sus latidos eran sonoros y acelerados, su respiración un veloz staccato. A Sara comenzó a temblarle la mano mientras apretaba el receptor contra el abdomen de Tessa, buscando el latido del feto. Una puñalada en el vientre era una puñalada al feto, y a Sara no le sorprendió no encontrar el segundo latido. El líquido amniótico se había derramado por la herida, destruyendo el entorno protector del bebé. Si la hoja no había dañado al feto, lo habrían hecho la pérdida de sangre y fluido.
Sara sintió que los ojos de Tessa la taladraban, formulándole una pregunta que no quería responder. Si Tessa entraba en estado de shock, o tenía una subida de adrenalina, la hemorragia sería mayor.
– Es una herida leve -dijo Sara, sintiendo cómo se le revolvía el estómago ante la inmensidad de la mentira. Hizo que Tessa la mirara a los ojos, le cogió la mano y le dijo-: El latido es débil, pero puedo oírlo.
Tessa levantó la mano derecha para palparse el estómago, pero Jeffrey lo impidió. Le miró la palma.
– ¿Qué es eso? -preguntó-. ¿Tessa? ¿Qué tienes en la mano? Levantó la mano de Tessa para ver lo que le había llamado la atención. En el rostro de Tessa apareció una expresión de desconcierto cuando el plástico revoloteó en la brisa.
– ¿Se lo quitaste a él? -preguntó Jeffrey-. ¿A la persona que te atacó?
– Jeffrey -dijo Sara, ahora en voz baja.
La sangre empapaba por completo la camisa de Jeffrey, y le subía por la mano hasta la muñeca. Él entendió lo que Sara quería decirle, y comenzó a quitarse la camiseta pero ella le dijo que no y le cogió la americana porque era más rápido.
Tessa gimió ante el momentáneo cambio de presión, y el aire susurró entre sus dientes.
– ¿Tess? -preguntó Sara en voz alta, cogiéndole la mano-. ¿Estás aguantando bien?
Tess asintió débilmente, los labios apretados; las fosas nasales se le ensanchaban como si le costara respirar. Apretó tan fuerte la mano de Sara que ésta sintió que se le movían los huesos.
– No tienes problemas para respirar, ¿verdad? -le preguntó Sara.
Tessa no respondió, pero tenía los ojos muy abiertos, y pasaban rápidamente de Jeffrey a Sara y viceversa.
Sara intentó eliminar el miedo de su voz mientras repetía:
– ¿Estás respirando bien?
Si Tessa dejaba de poder respirar sola, Sara no podría hacer gran cosa para ayudarla.
La voz de Jeffrey era firme y controlada.
– ¿Sara? -Tenía la mano extendida sobre el vientre de Tessa-. Me ha parecido notar una contracción.
Sara negó rápidamente con la cabeza, y puso la mano junto a la de Jeffrey. Pudo sentir contracciones del útero.
Sara levantó la voz y preguntó:
– ¿Tessa? ¿Sientes más dolor que antes aquí abajo? ¿Un dolor pélvico?
Tessa no respondió, pero le castañetearon los dientes como si tuviera frío.