Ophélie hizo una mueca al verse azotada por el volumen de la música; era una forma estruendosa de empezar el día. A decir verdad, en los últimos tiempos Pip se inquietaba menos por los estados de ánimo de su madre. Por lo visto, parecía recuperarse con mayor rapidez de los días malos. Aún no sabía qué había sucedido el día de Acción de Gracias, solo que guardaba relación con Andrea. Su madre le había anunciado que no volverían a verla. Pip quedó petrificada, pero Ophélie se negó a contestar a sus preguntas. Y cuando la niña le preguntó si no volverían a verla nunca, su madre se limitó a confirmarlo.
– No, no pasa nada -repuso sin gran convicción.
Tuvo que esforzarse mucho para trabajar concentrada en el centro. Incluso Miriam se lo comentó, y Matt también se dio cuenta cuando la llamó.
– ¿Estás bien? -le preguntó, preocupado.
– Creo que sí -repuso ella con sinceridad, lo cual no tranquilizó a Matt en absoluto; su incertidumbre resultaba inquietante.
– ¿Qué significa eso? ¿Tengo motivos para preocuparme en serio?
Ophélie esbozó una sonrisa.
– No. Creo que solo tengo un poco de miedo.
No sabía si se debía a su necesidad de tiempo, de adaptarse a la nueva situación o de algo más profundo.
– ¿De qué? -insistió Matt, deseoso de que se desahogara con él y convencido de que así se sentiría mejor.
Desde que la besara la noche de su cumpleaños, Matt estaba flotando. Era justo lo que deseaba, solo que hasta ese instante no lo había sabido. No obstante, sí era consciente desde hacía un tiempo de que sus sentimientos hacia ella se tornaban cada vez más profundos.
– ¿Cómo que de qué? Pues de ti, de mí, la vida, el destino, las cosas buenas, las cosas malas… las decepciones, las traiciones, que te mueras, que me muera yo… ¿Quieres que siga?
– No, no, ya vale, al menos de momento. El resto me lo cuentas cuando nos veamos. Podemos dedicar el día entero a completar la lista -propuso, lo que no le parecía tan descabellado.
Luego se puso serio. Lamentaba que tuviera miedo y quería transmitirle su sensación de seguridad.
– ¿Qué puedo hacer para tranquilizarte? -preguntó con dulzura, y ella suspiró.
– No sé si puedes hacer nada. Dame tiempo. Mis ilusiones respecto a mi matrimonio acaban de disiparse, y no sé si puedo asimilar nada más ahora mismo. Puede que no sea el momento adecuado.
El corazón de Matt dio un vuelco.
– ¿Estás dispuesta a dar a lo nuestro una oportunidad al menos? No tomes ninguna decisión todavía. Los dos tenemos derecho a ser felices. No descartemos esto antes de que empiece. ¿De acuerdo?
– Lo intentaré.
Era cuanto podía prometerle. En lo más hondo de su ser, creía que a Matt le convenía otra persona, alguien menos complicado, que hubiera sufrido menos que ella. A veces se sentía tan dañada… Sin embargo, con él siempre se sentía en paz, entera y segura, lo cual significaba mucho.
Aquel fin de semana, Matt fue a la ciudad para cenar con ella y Pip, y el domingo las dos fueron a visitarlo a la playa. Robert había ido a pasar el día, y Matt estaba ansioso por que se conocieran. Ophélie quedó muy impresionada. Era un muchacho magnífico y, pese a los años que habían pasado separados, se parecía mucho a Matt. Como tan a menudo ocurre, la genética se había impuesto, y en este caso para bien. En un momento dado habló con gran franqueza de la perfidia de su madre, y a todas luces estaba consternado por ella. Sin embargo, parecía aceptarla e incluso quererla como era. Tenía un alma bondadosa, proclive al perdón, aunque comentó que Vanessa estaba furiosa con Sally y no le dirigía la palabra desde que sabía lo ocurrido.
Para cuando volvió a la ciudad con Pip, Ophélie se sentía mejor. Matt le había rodeado los hombros con el brazo en varias ocasiones y la había cogido de la mano mientras paseaban por la playa. Sin embargo, no la atosigó ni dejó entrever a Pip que había algo entre ellos. Quería conceder a Ophélie tiempo para adaptarse. Su relación pasada, presente y futura revestía gran importancia para él, y quería tratarla con mimo, darle todo el tiempo y espacio que necesitara para hacerle un hueco en su corazón.
El lunes por la noche, cuando estaba a punto de descolgar el teléfono para llamarla, el aparato sonó. Esperaba que fuera ella. El día antes la había visto contenta y relajada, al igual que por la noche, cuando la llamó. Quería decirle que la quería, pero no lo había hecho, pues deseaba decírselo en persona la primera vez, no por teléfono. Sin embargo, no era Ophélie quien llamaba, ni tampoco Pip. Era Sally desde Auckland, y Matt se aterrorizó al escuchar su voz. Sally estaba llorando, y Matt pensó de inmediato en su hija, aterrado por la posibilidad de que le hubiera ocurrido algo.
– ¿Sally?
Apenas alcanzaba a entenderla, pero, aun después de tantos años, reconoció su voz al instante.
– ¿Qué pasa? ¿Qué es lo que sucede?
Las únicas palabras que distinguió fueron «desplomado… pista de tenis…», y de repente, con una sensación de alivio casi pecaminosa, comprendió que Sally hablaba de su marido, no de su hija menor.