– No lo sé, ¿crees que debería? Parecía un tipo respetable e iba bien vestido, pero eso no significa nada. Podría ser un asesino en serie. ¿Podría obtener una orden de alejamiento contra él?
– No tienes razones suficientes para hacerlo. No la ha amenazado, no ha abusado de ella ni la ha obligado a ir a ninguna parte, ¿verdad?
– Pip dice que no, pero puede que haya estado preparando el terreno para hacerle algo horrible más adelante.
Le costaba creer que las intenciones de Matthew Bowles fueran honorables. A pesar de todo lo que le había contado Pip, o quizá precisamente por ello, intuía alguna clase de peligro. ¿Por qué iba aquel hombre a trabar amistad con una niña?
– Espero que no -comentó Andrea en tono pensativo-. ¿Qué te hace pensar que no es un asunto del todo inocente? ¿Parecía un tipo raro?
– ¿Qué aspecto tienen los tipos raros? No… la verdad es que parecía bastante normal. Y dice que tiene hijos, aunque podría ser mentira.
Ophélie estaba convencido de que era un pederasta.
– Puede que solo sea un hombre amable.
– No tiene por qué mostrarse amable con una criatura de esa edad, especialmente una niña. Tiene la edad perfecta para que esa clase de hombres la persigan y es totalmente inocente, que es como les gustan.
– Es cierto, claro, pero puede que no sea un pederasta. ¿Es guapo? -preguntó Andrea con una sonrisa.
– ¡Eres incorregible! -exclamó Ophélie, indignada.
– Y lo que es más importante, ¿lleva anillo de casado? Puede que sea soltero…
– No pienso seguir escuchándote. Ese hombre se ha hecho amigo de mi hija. Le cuadriplica la edad y no debería hacer algo así. Si es un tipo decente, debería saberlo, sobre todo si tiene hijos. ¿Qué pensaría él si un hombre hiciera lo mismo con su hija?
– No lo sé. ¿Por qué no vas y se lo preguntas? La verdad es que empieza a parecerme un tipo interesante. Puede que Pip te haya hecho un favor.
– Ni hablar. Lo que ha hecho es exponerse a un gran riesgo, y no pienso permitir que salga de casa sin mí, lo digo en serio.
– Dile que no vuelva a verlo y te obedecerá.
– Ya se lo he dicho. Y a él le he advertido que llamaría a la policía si se acercaba a ella.
– Si no es un violador, si es un hombre decente, seguro que ha quedado encantado. Me parece que tendríamos que cortarte un poco las garras. No sé muy bien si estás preparada para la reincorporación.
Matt cada vez sonaba mejor. No sabía a ciencia cierta por qué, pero el instinto le decía que bien podía ser un hombre como Dios manda. En tal caso, a buen seguro le habría sentado como una patada la arenga de Ophélie.
– No tengo ninguna intención de «reincorporarme», sino de quedarme aquí, pero tampoco quiero que le suceda nada malo a Pip. No podría soportarlo -musitó con voz temblorosa y los ojos arrasados en lágrimas de terror.
– Lo entiendo -aseguró Andrea con delicadeza-. Cuida de ella, puede que se sienta sola.
Se hizo el silencio al otro lado de la línea; Ophélie estaba llorando.
– Lo sé -sollozó por fin-, pero no me veo capaz de hacer nada al respecto. Chad se ha ido, su padre se ha ido, y yo estoy como un cencerro. Apenas consigo funcionar, y ni siquiera nos dirigimos la palabra.
Ophélie era consciente de ello, pero no lograba salir de su agujero negro para mejorar las cosas.
– Pues puede que esa sea la razón por la que ha decidido abordar a un desconocido -señaló Andrea en tono comprensivo.
– Por lo visto dibujan juntos -explicó Ophélie con desesperación, pues el episodio la había trastornado sobremanera.
– Cosas peores se me ocurren. Quizá deberías invitarlo a tomar una copa en casa para echarle un vistazo. Puede que sea un tipo honrado y que incluso te caiga bien.
Ophélie escuchaba meneando la cabeza.
– No creo que vuelva a dirigirme la palabra después de lo que le he dicho.
Sin embargo, no lamentaba haberle hablado en aquel tono, porque no sabían nada de él.
– Podrías volver mañana y disculparte, decirle que estás pasando un mal momento y estás un poco nerviosa.
– No digas tonterías, no puedo hacer eso. Además, ¿y si tengo razón? Puede que sea un pederasta.
– En tal caso, no te disculpes. Pero intuyo que no es más que un tipo que pinta en la playa y al que le gustan los niños. Y además parece que fue Pip quien lo abordó.
– Precisamente por eso la he mandado a su habitación.
– Pobrecita, no lo ha hecho con mala intención, seguro que solo quería distraerse un poco.
– Bueno, pues a partir de ahora tendrá que quedarse cerca de casa y distraerse aquí.
Pero después de colgar, Ophélie reparó en las escasas distracciones que proporcionaba a su hija. No conocía a otros niños con los que jugar, no había actividades y ya nunca hacían nada juntas. La última vez que habían ido a alguna parte juntas fue el día de la muerte de Ted y Chad. Desde entonces, Ophélie no la había llevado a ninguna parte.
Tras hablar con Andrea, Ophélie llamó a la puerta de la habitación de Pip. Estaba cerrada, y cuando intentó abrirla se dio cuenta de que su hija había echado el pestillo.
– Pip…
No obtuvo respuesta, de modo que volvió a llamar.
– Pip, ¿puedo entrar?