– Son equipos que salen en dos furgonetas donadas para buscar a personas en las calles, personas demasiado enfermas, sea física o mentalmente, de cuerpo o espíritu, para acudir a nosotros. Por eso vamos a buscarlos. Les llevamos comida, ropa, medicamentos, y si están muy enfermos intentamos llevarlos al hospital, a un centro o a un albergue. En la calle hay mucha gente demasiado desorientada para venir hasta aquí. Por muy accesibles que seamos, algunas personas están demasiado asustadas, rotas o solas para buscar ayuda. Cada noche tenemos al menos una furgoneta en la calle para echarles una mano, y dos si conseguimos personal suficiente. Ayudan a los clientes que más nos necesitan. Los que pueden acudir a nosotros al menos piensan con cierta claridad y pueden valerse por sí mismos un mínimo. De hecho, a algunas personas que viven en la calle les van bien las cosas, pero a veces necesitan ayuda y tienen demasiado miedo para pedirla. No confían en nosotros aun cuando hayan oído hablar del centro. A veces lo único que hacemos en las calles por la noche es sentarnos a hablar con ellos. Personalmente, siempre intento sacar a los niños fugados de las calles, pero en muchos casos, la situación de la que huyen es peor que lo que se encuentran en la calle. En este mundo pasan cosas muy feas. Aquí lo vemos casi todo, o al menos las consecuencias de casi todo, sobre todo de noche. Los días son un poco más tranquilos, por eso salimos de noche, porque es cuando más nos necesitan.
– Parece bastante peligroso -observó Ophélie con sensatez.
No creía que fuera adecuado correr el riesgo, sobre todo por Pip. Además, quería pasar las noches en casa con ella.
– Lo es. Salimos entre las siete y las ocho, y nos dan las tantas. Alguna que otra vez las cosas se han puesto feas, pero de momento ninguno de los nuestros ha resultado herido. Saben bien lo que pasa en las calles.
– ¿Van armados? -preguntó Ophélie, impresionada por la valentía de aquellas personas y el trabajo milagroso que realizaban.
Louise se echó a reír y sacudió la cabeza.
– Solo con las manos y el corazón. Es un trabajo que te tiene que apetecer mucho. No me pregunte por qué ni cómo, pero en tu fuero interno, el riesgo tiene que merecer la pena para ti. Pero en cualquier caso, no tiene que preocuparse por eso. Hay mucho que hacer en la casa.
Ophélie asintió. El trabajo de campo se le antojaba peligroso, demasiado para una madre sola y única responsable de su hija, como lo había expresado Louise.
– ¿Cuándo quiere empezar?
Ophélie meditó unos instantes. No tenía que rendir cuentas a nadie, y Pip no salía de la escuela hasta pasadas las tres.
– Cuando quiera, estoy libre.
– ¿Qué tal ahora mismo? Podría echar una mano a Miriam en el mostrador. Ella le presentará a la gente a medida que entren y salgan, además de explicarle lo que hacemos. ¿Qué le parece?
– Estupendo.
Emocionada, Ophélie siguió a Louise hasta la recepción, donde la directora explicó sus intenciones a Miriam. La mujer de melena cana se alegró.
– Qué bien, hoy necesito mucha ayuda -exclamó, complacida-. Tengo un montón de papeles que archivar; anoche los trabajadores sociales me dejaron todos los informes sobre la mesa. ¡Siempre lo hacen cuando me voy a casa!
Había expedientes, informes de casos, folletos sobre programas y otros albergues que el centro guardaba en archivadores. Una auténtica montaña de papeleo, más que suficiente para mantener a Ophélie ocupada hasta las tres durante varios días.
No paró en todo el día, y parecía que cada cinco minutos entraba o salía alguien que siempre pasaba por el mostrador. Necesitaban material de referencia, información sobre casos, teléfonos de derivación, documentos, formularios de entrada para nuevos clientes o a veces solo se detenían a saludar. Miriam presentó a Ophélie a los trabajadores del centro en cuanto tuvo ocasión. Formaban un grupo de aspecto interesante, casi todos ellos jóvenes, aunque algunos eran de la edad de Ophélie o incluso mayores. Justo antes de que se fuera, entraron dos jóvenes de apariencia distinta de los demás, y entre ellos una esbelta joven hispana. Miriam esbozó una sonrisa en cuanto los vio. Uno de los hombres era afroamericano y el otro asiático. Ambos eran jóvenes, altos y apuestos.
– Ahí vienen nuestros chicos Top Gun, o al menos así los llamo yo -anunció Miriam antes de volverse hacia ellos con una sonrisa de oreja a oreja.
Era evidente que los apreciaba mucho. Ophélie quedó atónita al comprobar que la joven era muy hermosa, con aspecto de modelo. Pero cuando giró la cabeza, observó que tenía una fea cicatriz que le surcaba el rostro de arriba abajo.
– ¿Qué hacéis aquí tan temprano?
– Venimos a comprobar una de las furgonetas, porque anoche nos dio problemas, y también a cargar algunas cosas para esta noche.
Miriam presentó a Ophélie como una nueva voluntaria en período de prueba.
– Que se venga con nosotros -exclamó el asiático con una sonrisa-. Nos falta un hombre desde que Aggie se fue.