Un ordenador portátil, ropa de marca sobre la cama deshecha, unas gafas de sol italianas, algunas joyas -bisutería sin ningún valor-, un casco de moto: Neuman encontró un poco de marihuana bajo el colchón, pero no había otras drogas. Se agachó para mirar debajo de la cama y sacó un objeto sepultado entre el polvo acumulado: un bolso. En su interior había un móvil, pañuelos de papel, tres preservativos en su envoltorio, varios frasquitos y documentos de identidad a nombre de Nicole Wiese.
Abrió el monedero y contó apenas cien rands; luego abrió uno de los frasquitos. El líquido que contenía era verdoso, y el olor, difícil de identificar. Ninguno de los frasquitos tenía inscripción alguna, pero uno de ellos estaba vacío…
El mar rugía por la puerta abierta de la casa. Neuman se incorporó, vio a Epkeen, que inspeccionaba el suelo lleno de polvo, se dirigió hacia el aseo y, de pronto, retrocedió bruscamente nada más entrar: una migala peluda y oscura lo observaba desde la cañería de la cisterna. La araña era tan grande como su mano y tenía el opérculo abierto como si estuviera a punto de huir, preparada para picar. Ocho ojitos oscuros que lo miraban fijamente, mientras las patas se agitaban… La tapa del váter estaba bajada, y el ventanuco tenía un candado… ¿Cómo había podido entrar? Neuman cerró la puerta del aseo, sentía sudores fríos en la espalda.
Epkeen estaba en la entrada de la casa, su silueta se recortaba sobre el sol de mediodía.
– El cuentakilómetros de la moto marca cuatrocientos -dijo-: una Yamaha con rayos pintados que costará unos treinta mil rands… No está mal para un rebelde sin oficio ni beneficio, ¿no?
Neuman tenía una cara muy rara.
– ¿Qué pasa?
– He encontrado el bolso de Nicole debajo de la cama y algo de droga -dijo-. Y también hay una migala en el retrete.
– ¿Una migala? -preguntó Epkeen, con una mueca.
– Peluda.
Fletcher apareció a su vez, con el móvil en la mano.
– El equipo científico llegará dentro de veinte minutos -anunció.
Fuera, un viento tibio levantaba el polvo del camino. Neuman registró la camioneta aparcada delante de la casa. Los papeles seguían a nombre de Sonny Ramphele. Sobre los asientos había envoltorios de chocolatinas, palitos de helado y latas de refresco. La arena que cubría la alfombrilla era más oscura que la de Noordhoek, donde el agua helada impedía el baño. Stanley no llevaba casco el sábado por la noche a su llegada a la discoteca, debían ele haber cogido la camioneta para ir al este de la península, donde la costa era más hospitalaria…
Su móvil vibró entonces en su bolsillo. Era Myriam, la enfermera del dispensario. Contestó.
Los minibuses atestados de viajeros trataban de zigzaguear a golpe de bocina, pero había bastante tráfico en la N 2 ese mediodía. Neuman se impacientaba detrás de un camión cisterna nuevecito -como su madre había vuelto a hacer de las suyas, había dejado a Epkeen en la casa prefabricada para que él se ocupara de todo- cuando recibió la llamada de Tembo. El forense había terminado los análisis complementarios de la autopsia de Nicole Wiese.
– He encontrado el nombre de la sustancia ingerida unos días antes del asesinato -le dijo-: es iboga, una planta originaria del África occidental que utilizan los chamanes en sus ceremonias. En cambio, el nombre de la sustancia inhalada junto con el tik nos es desconocido.
– ¿Cómo que desconocido?
– Hay una molécula química, sí -dijo el biólogo-, pero su composición no figura en ninguna parte.
– ¿Y no será cualquier porquería que hayan añadido para cortar la droga? -avanzó Neuman.
– Es posible -contestó Tembo-. O bien puede tratarse de una nueva combinación de productos, que formarían una nueva droga.
Neuman reflexionó un momento, atrapado en otro atasco. La extrema derecha del Movimiento de Resistencia Afrikáner (AWB) o los grupúsculos sectarios que, bajo el régimen del apartheid, traficaban con pastillas para embrutecer a la juventud blanca progresista ya no tenían mucha fuerza. Nicole Wiese provenía de la élite afrikáner, y su padre era un importante respaldo financiero del Partido Nacional: a los lobos no les interesaba en absoluto devorarse entre sí.
– Lo ideal sería tener una muestra del producto -prosiguió el forense-. Podríamos hacer análisis, profundizar en nuestras investigaciones…
Una flecha anunció la bifurcación para Khayelitsha. Neuman pensó en la bolsita de polvo que habían encontrado junto al cadáver de Ramphele.
– No se preocupe por eso -le dijo, tomando la salida de la autopista-: creo haber encontrado algo que lo mantendrá ocupado…