– Violación, comportamientos desviados, erotomanía… Tras un lapso de tiempo de dos o tres minutos, las parejas y las jerarquías han saltado por los aires, como puede usted observar, con total naturalidad… La fase número dos es algo menos pintoresca.
En la jaula siguiente había una decena de ratas que correteaban con aire despavorido.
– Apatía, pérdida de referencias sensoriales, repetición de actos carentes a priori de toda lógica, desunión del grupo, comportamientos asociales, cuando no paranoicos… Esta fase puede durar varias horas antes de que los especímenes caigan en un profundo sueño. Las primeras cobayas que ha visto aún no han despertado… En cambio -dijo, con una mirada helada-, mire lo que pasa si se aumenta la dosis…
Neuman se inclinó sobre la jaula, conteniendo el aliento. Detrás de las paredes de cristal se veían decenas de cadáveres, en un estado horroroso: patas roídas, hocicos arrancados, pelaje desollado, cabezas mordisqueadas; los supervivientes, que deambulaban entre toda aquella carnicería, no habían salido mejor parados…
– Tras una breve euforia, la totalidad de los especímenes ha perdido el control, no sólo de sus inhibiciones -explicó Tembo-. Algunos han empezado a devorarse entre sí. Los dominantes han agredido a los más débiles, no han vacilado en matarlos, antes de despedazarlos. Y luego se han ensañado con el resto de los cobayas… La matanza ha durado horas, hasta el agotamiento.
Sólo quedaban los dominantes: dos ratas de laboratorio que en tiempos debieron de ser blancas y que ahora habían perdido la cola; tenían la mitad de la cabeza roída y pelada, y se observaban la una a la otra, a distancia.
– Están en estado de shock -comentó el forense-. Hemos practicado la autopsia a varios cadáveres y hemos descubierto graves secuelas en el córtex… La droga parece provocar una aceleración de las reacciones químicas, algunas de las cuales generan entonces una sustancia que actúa a modo de catalizador, de tal manera que la velocidad de reacción parte de cero y luego se embala, lo que activa la catálisis y acelera aún más el proceso… Como una bomba atómica y la fisión de los núcleos de uranio.
– ¿Es decir?
– Euforia, estupor, síndrome de abstinencia, furor, estado de shock: el comportamiento del consumidor varía en función de la dosis administrada.
– ¿Alguna idea de cuál puede ser la reacción química en humanos?
El forense se mesó la punta de la barba.
– Los resultados pueden variar en función de los antecedentes, el sistema nervioso y el peso de la persona -dijo-, pero según nuestros análisis comparativos, podríamos avanzar sin temor a equivocarnos demasiado que con una dosis de un centímetro cúbico, la persona intoxicada está «colocada», como se dice en la jerga de la droga. Con dos centímetros cúbicos, pasado el momento de excitación, la persona flota en una forma de torpor paranoico: era el estado de Nicole Wiese cuando la asesinaron… Con una dosis de tres centímetros cúbicos, se entra en una fase de agresividad incontrolada. Con cuatro, la persona lo arrasa todo a su paso, terminando por lo general consigo misma… Vamos, que se vuelve loca.
– ¿En cuál de estas fases estaba Stan en el momento de su muerte? -quiso saber Neuman.
– Fuera de todo límite por completo -contestó Tembo-. Se inyectó más de diez dosis.
Caía la noche cuando Neuman abandonó la morgue de Durham Road.
Había visto a Dan y a Brian un poco antes, al salir éstos de la penitenciaría de Poulsmoor: Sonny Ramphele vendía hierba a los surfistas de Muizenberg, y su hermanito debía de haber tomado el relevo, con un producto mucho más tóxico. Stan se servía de su físico para engatusar a la clientela femenina blanca y extender así su territorio entre la juventud acomodada de Ciudad del Cabo. ¿Aprovechó quizá la excursión a la playa de Muizenberg con su amiguita Nicole para abastecerse de droga? La iboga podía explicar la intrusión nocturna en el Jardín Botánico -flipar bajo las estrellas y hacer el amor entre las flores- pero lo demás no cuadraba: si los amantes habían cambiado de plan para echar un polvo, Stan había engañado a Nicole con la mercancía. Le había hecho tomar un producto sofisticado y súper peligroso, bañado en cristales de tik…
El rumor sordo que rugía en lo más hondo de Neuman se remontaba a hacía mucho tiempo. Que hubieran asesinado a una joven cuando hacía el amor entre las flores más bellas del mundo, la idea de que hubiera que pagar caro el placer lo asqueaba.
Dan contó la historia de la cebra mal querida y de la urraca que le robó sus rayas. La cebra al final conseguía recuperarlas, pero todas mezcladas, tanto que ya nadie la reconocía en su manada; pero eso a la cebra le gustaba.
– ¿Y la urraca? -quiso saber Tom.
– Esperó a la estación de las lluvias, a que saliera el arco iris, y le robó los colores -contestó su padre.