Ruby pretendía odiar la vulgaridad del dinero y la mayor parte de la gente relacionada con ese mundo.
– ¿Adónde quiere llegar, inspector Gadget?
Los ojos de Ruby tenían un brillo perverso.
– ¿No le pareció que Kate estaba distinta últimamente? -prosiguió Epkeen.
– No.
– ¿Irritable? ¿Impaciente?
– No.
– ¿Le conoce algún amante?
– No especialmente.
– ¿Eso qué quiere decir, que cambiaba a menudo de amante?
– Como todas las chicas de veintidós años que no cometen la estupidez de enamorarse del primero que pasa.
Veintidós años: la edad de Ruby cuando la conoció en el concierto de Nine Inch Nails. En otra vida.
– ¿Tenía Kate preferencias? ¿Un tipo de hombre en particular?
– No lo sé.
– ¿Hombres negros?
– Le he dicho que no tengo ni idea.
– ¿Cena a menudo con gente a la que no conoce?
Ruby arqueó una ceja finamente dibujada con lápiz de maquillaje. No hubo más reacción que ésa.
– ¿Y bien?
– Kate tenía veinte años menos que yo -se impacientó-, y era una chica angustiada muy reservada. ¿Hay que repetirle las cosas diez veces para que las comprenda?
– Dieciocho -contestó-: es la teoría de John Cage.
– ¿Ahora le interesa el arte conceptual?
Intercambiaron una sonrisa cáustica.
– ¿Nadie trató de ver o de ponerse en contacto con Kate ayer? -continuó Epkeen.
– No, que yo sepa.
– ¿Le habló alguna vez de algún ex?
– No.
– ¿De alguna cita?
– No -se impacientó Ruby-. Le repito que teníamos un día muy duro de rodaje. Nos separamos en el aparcamiento, yo me fui a buscar los cabestros al club de hípica y ya no la volví a ver…
Epkeen sintió un escalofrío, pese a que había vuelto a lucir el sol.
– ¿Cabestros?
– Ya sabe, esa especie de correas largas que se les colocan a los caballos al cuello cuando se ponen nerviosos -ironizó ella.
– ¿Qué pasa con ellos?
– Están en el guión del videoclip -explicó la asistente de producción-: «unas furias se abaten sobre los cuatro demonios de la noche, les ponen un cabestro al cuello y los azotan para que tiren de su reina…». ¿No le gusta el imaginario del death metal, teniente?… Y eso que le gusta hacer de caballo, ¿no?
Lo invadió una duda. Enorme.
Tara.
Su encuentro inesperado en la playa. Su noche de amazona.
Brian conocía a su demonio de memoria: la sonrisa de oreja a oreja que lucía Ruby era demasiado bonita para ser honrada. Había contratado a Tara para seducirlo, había contratado los servicios de una profesional para embrujarlo y luego dejarlo tirado, como una mancha de semen en las sábanas…
– ¿No se encuentra bien, teniente?
Ruby seguía sonriendo, con la indiferencia criminal de la gata ante el ratón.
– ¿Qué club de hípica? -preguntó.
– Noordhoek.
Epkeen se recuperó de sus sudores fríos. Noordhoek: nada que ver con la playa de Muizenberg, donde había conocido a la amazona… Joder, se estaba volviendo paranoico del todo con esas historias.
– ¿Qué vehículo tenía Kate cuando se separaron en el aparcamiento? -prosiguió, ya recuperado del susto.
– Un Porsche Coupe.
Habían encontrado el coche en la cornisa, a dos kilómetros de su casa… Plantada en medio de la brisa, Ruby lo miraba con un aire lacónico.
– ¿Es todo lo que puede decirme?
– Me estoy esforzando al máximo -replicó ella.
– Pues no aporta usted gran cosa, señorita.
– Señora -rectificó ella.
– ¿Ah, sí? ¿Desde cuándo?
– ¡No pensaría usted que iba a invitarlo a mi boda! -se burló, disfrutando el momento.
– Le habría llevado unas flores de hierro -dijo Brian, haciéndole ojitos.
– Qué bien conoce la sensibilidad de las mujeres… Y ahora, si tiene alguna pregunta inteligente que hacerme, encuéntrela rápido, porque tengo otros cuatro especímenes de su estilo con los que lidiar, la lluvia nos ha desbaratado el decorado, y vamos con retraso.
– The show must go on.
– ¡¿Cómo que The show must go on?! -repitió ella, sin entenderlo.
– La muerte de Kate no parece haberla conmovido demasiado.
– Por desgracia para mí, ya he pasado el duelo de muchas cosas…
Una perla de ternura se precipitó contra el rompiente.
– Seguramente vuelva a hacerle algunas preguntas más -le dijo Epkeen.
El equipo técnico ya estaba ocupando su lugar. Ruby se encogió de hombros: -Si eso lo divierte…
Una violenta ráfaga de viento los hizo tambalearse. Brian sacudió la cabeza.
– Sigues igual que siempre, ¿eh?
En Sudáfrica ejercían sesenta mil sangomas, de las cuales, varios miles sólo en la provincia del Cabo: sacrificios, emasculaciones, rapto y torturas a niños…, con el pretexto de curaciones milagrosas se cometían regularmente los asesinatos más abominables, promovidos la mayoría de las veces por adeptos ignorantes y bárbaros.
El mechón de cabello y las uñas cortadas daban pie a la hipótesis de que el asesino buscaba elaborar un muti, un remedio, o alguna pócima mágica. Un muti… Para curar ¿qué? Después de las desafortunadas declaraciones de la ministra de Sanidad con respecto al sida, ese tipo de historias desacreditaban a todo el país…