Un meteorito no tiene nada que ver con una estrella, dijo. Un meteorito, sobre todo si su trayectoria lo lleva directo a impactar con la Tierra, no tiene nada que ver con una estrella ni con un sueño, aunque sí, tal vez, con la noción de desgajamiento, una especie de desgajamiento al revés. Luego habló de las estrellas de mar, dijo que Marius Newell cada vez que recorría alguna playa de California encontraba, vaya uno a saber cómo, una estrella de mar. Pero también dijo que las estrellas de mar que uno se encontraba en las playas generalmente estaban muertas, eran cadáveres que las olas expulsaban, aunque había, ciertamente, excepciones. Newell, dijo, siempre distinguía entre las estrellas de mar muertas de aquellas que estaban vivas. No sé cómo, pero las distinguía. Y las muertas las dejaba en la playa y a las vivas las devolvía al mar, las arrojaba cerca de las rocas para que así tuvieran al menos una oportunidad. Salvo en una ocasión en que se llevó a casa una estrella de mar y la metió en una pecera, con agua salada del Pacífico. Eso fue cuando los Panteras Negras acababan de nacer y ellos se dedicaban a vigilar el tránsito en su barrio para que los coches no circularan a toda velocidad y mataran niños. Hubiera bastado con un semáforo o tal vez dos, pero el ayuntamiento no quiso poner ninguno. Así que ésa fue una de las primeras apariciones de los Panteras, como guardias de tráfico. Y mientras tanto Marius Newell cuidaba su estrella de mar. Por supuesto, no tardó en darse cuenta de que su acuario necesitaba un motor. Una noche salió con Seaman y el pequeño Nelson Sánchez a robarlo. Ninguno iba armado. Fueron a una tienda especializada en la venta de peces raros en Colchester Sun, un barrio de blancos, y entraron por la parte de atrás. Cuando ya tenían el motor en sus manos apareció un tipo con una escopeta. Pensé que allí íbamos a morir, dijo Seaman, pero entonces Marius dijo: no dispare, no dispare, es para mi estrella de mar. El tipo de la escopeta se quedó inmóvil. Retrocedimos. El tipo avanzó. Nos detuvimos. El tipo se detuvo. Volvimos a retroceder. El tipo fue tras nosotros. Por fin llegamos al coche que conducía el pequeño Nelson y el tipo se detuvo a menos de tres metros. Cuando puso el coche en marcha, el tipo se echó la escopeta al hombro y nos apuntó.
Acelera, le dije. No, dijo Marius, despacio, despacio. El coche salió hacia la calle principal a vuelta de rueda y el tipo detrás, caminando y con la escopeta apuntándonos. Ahora sí, acelera, dijo Marius, y cuando el pequeño Nelson pisó el acelerador el tipo se quedó inmóvil y se fue haciendo cada vez más pequeño, hasta que lo vi desaparecer por el espejo retrovisor. Por supuesto, el motor no le sirvió de nada a Marius y al cabo de una semana o dos, pese a los cuidados recibidos, la estrella de mar murió y terminó en la bolsa de basura. En realidad, cuando uno habla de estrellas, lo hace en sentido figurado. Eso se llama metáfora. Uno dice: es una estrella de cine. Uno está hablando con una metáfora. Uno dice: el cielo estaba cubierto de estrellas.
Más metáforas. Si a uno le pegan un derechazo en la mandíbula y lo dejan knock out, se dice que ha visto las estrellas.
Otra metáfora. Las metáforas son nuestra manera de perdernos en las apariencias o de quedarnos inmóviles en el mar de las apariencias. En este sentido una metáfora es como un salvavidas.
Y no hay que olvidar que hay salvavidas que flotan y salvavidas que caen a plomo hacia el fondo. Eso conviene no olvidarlo jamás. La verdad es que sólo hay una estrella y esa estrella no es ninguna apariencia ni es una metáfora ni surge de ningún sueño o pesadilla. La tenemos ahí afuera. Es el sol. Ésa es, para nuestra desgracia, la única estrella. Cuando yo era joven vi una película de ciencia ficción. Una nave pierde el rumbo y se aproxima al sol. Los astronautas empiezan a sentir dolores de cabeza, eso lo primero. Después todos sudan copiosamente y se sacan sus trajes espaciales y aun así no pueden dejar de sudar como locos y de deshidratarse. La gravedad del sol los atrae implacablemente.
El sol empieza a derretir el revestimiento de la nave. El espectador no puede evitar sentir, sentado en su butaca, un calor insufrible. Ya no recuerdo el final. Creo que se salvan en el último minuto y corrigen el rumbo de la nave, otra vez con destino a la Tierra, y atrás queda el sol, enorme, una estrella enloquecida en la inmensidad del espacio.
UTILIDAD. Pero el sol tiene su utilidad, eso a nadie con dos dedos de frente se le escapa, dijo Seaman. De cerca es el infierno, pero de lejos es útil y hermoso, sólo un vampiro sería incapaz de reconocerlo. Después empezó a hablar de las cosas que antes eran útiles, sobre las cuales había consenso, y que ahora más bien inspiraban desconfianza, como las sonrisas, en la década de los cincuenta, por ejemplo, dijo, una sonrisa te abría puertas. Yo no sé si podía abrirte caminos, pero indudablemente puertas sí que te abría. Ahora una sonrisa inspira desconfianza.