Una noche, cuando el videoclub estaba a punto de cerrar, conoció a Chucho Flores. Esa misma noche Chucho Flores los invitó a todos a cenar y más tarde la fue a dejar en coche hasta su casa, aunque cuando ella lo invitó a pasar él prefirió no hacerlo, para no molestar a su papá. Pero ella le dio su número de teléfono y Chucho Flores llamó al día siguiente y la invitó al cine. Cuando Rosa llegó al cine encontró a Chucho Flores y a Rosa Méndez acompañada de un tipo mayor, de unos cincuenta años, que dijo dedicarse a la compra y venta de bienes inmuebles y que trataba a Chucho como a un sobrino. Después de la película fueron a cenar a un restaurante de lujo y más tarde Chucho Flores la fue a dejar a su casa, aduciendo que al día siguiente tenía que levantarse muy temprano porque se iba a Hermosillo a hacer una entrevista para la radio.
Por aquellos días Rosa Amalfitano solía ver a Rosa Méndez no sólo en el videoclub de Charly Cruz sino también en la casa que ésta tenía en la colonia Madero, un departamento en el cuarto piso de un viejo edificio de cinco pisos, sin ascensor, por el cual Rosa Méndez pagaba mucho dinero. Al principio, Rosa Méndez compartía la casa con dos amigas, lo que hacía que el alquiler no resultara tan oneroso. Pero una de las amigas se marchó a probar suerte al DF y con la otra se enfadó, y a partir de ese momento empezó a vivir sola. A Rosa Méndez le gustaba vivir sola, aunque para sufragar los gastos tuvo que buscar un segundo empleo. A veces Rosa Amalfitano se pasaba horas en el departamento de Rosa Méndez, sin hablar, tirada en el sofá, bebiendo agua fresca y escuchando las historias que su amiga solía contar. A veces hablaban de hombres. En esto, como en otras cosas, la experiencia de Rosa Méndez era más rica y variada que la de Rosa Amalfitano. Tenía veinticuatro años y había tenido, según sus propias palabras, cuatro amantes que la habían marcado. El primero a los quince años, un tipo que trabajaba en una maquiladora y que la dejó para irse a los Estados Unidos. A ése lo recordaba con cariño, pero de todos sus amantes era el que menos huella había dejado en su vida.
Cuando Rosa Méndez decía esto Rosa Amalfitano se reía y su amiga también se reía aunque sin saber exactamente el motivo.
– Hablas como la letra de un bolero -le decía Rosa Amalfitano.
– Ah, era eso -contestaba Rosa Méndez-, es que los boleros tienen razón, mana, en realidad todas las letras de las canciones nacen en el corazón del pueblo y siempre tienen razón.
– No -le decía Rosa Amalfitano-,
Cuando llegaban a este punto Rosa Méndez prefería dejar de discutir. Tácitamente reconocía que su amiga, que por algo iba a la universidad, sabía más que ella de estas cosas. El novio que se había ido a los Estados Unidos, volvía a contar, era, como había dicho, el que menos huella había dejado en su vida, pero también al que más echaba de menos. ¿Cómo podía ser eso posible? No lo sabía. Los otros, los que vinieron después, eran diferentes. Y eso era todo. Un día Rosa Méndez le contó a Rosa Amalfitano lo que se sentía al hacer el amor con un policía.
– Es lo máximo -le dijo.
– ¿Por qué, cuál es la diferencia? -quiso saber su amiga.
– Pues no sabría explicártelo muy bien, mana -dijo Rosa Méndez-, pero es como coger con un hombre que no es del todo un hombre. Es como volver a ser niña, ¿me entiendes? Es como si te cogiera una roca. Una montaña. Tú sabes que vas a estar allí, arrodillada, hasta que la montaña diga ya está. Y que vas a quedar llena.
– ¿Llena de qué? -le preguntó Rosa Amalfitano-, ¿llena de semen?
– No, mana, no seas lépera, llena de otra cosa, es como si te cogiera una montaña pero como si te cogiera
– ¿Dentro de una caverna? -le preguntó Rosa Amalfitano.
– Así es -dijo Rosa Méndez.
– O sea es como si te follara una montaña dentro de una caverna o cueva que está en la misma montaña -dijo Rosa Amalfitano.
– Exactamente eso -dijo Rosa Méndez.
Y luego dijo:
– Me encanta la palabra follar, qué bonito hablan los españoles.
– Mira que eres rara -le dijo Rosa Amalfitano.
– Desde chiquita -dijo Rosa Méndez.
Y añadió:
– ¿Quieres que te cuente otra cosa?
– A ver -dijo Rosa Amalfitano.
– Yo he
– O sea que follar con un policía es como si te cogiera una montaña y coger con un narco es como si te follara el aire.
– Sí -dijo Rosa Méndez-, pero no el aire que respiramos ni el que sentimos cuando vamos por la calle, sino el aire del desierto, un temporal de aire, que no tiene el mismo sabor que el aire de aquí, ni tampoco huele a naturaleza, a campo, sino que huele a lo que huele, un olor propio que no se puede explicar, simplemente es aire, puro aire, tanto aire que a veces te cuesta respirar y crees que vas a morir ahogada.