Según la familia tomó un autobús uno o dos días antes del hallazgo del cadáver. El padre y dos de los hermanos se pasaron un par de días en los calabozos, pero no se les pudo arrancar ninguna otra información coherente, salvo la dirección del hermano del padre, en Ciudad Guzmán, adonde supuestamente había viajado el sospechoso. Alertada la policía de Ciudad Guzmán, algunos agentes se personaron en el citado domicilio, provistos de todos los requisitos legales, y no encontraron ni el más mínimo rastro del supuesto novio y asesino. El caso quedó abierto y no tardó en olvidarse. Cinco días después, cuando aún proseguían las diligencias tendentes a aclarar la muerte de Emilia Mena Mena, el conserje de la preparatoria Morelos encontró el cuerpo de otra muerta. Estaba tirada en un terreno que a veces los alumnos utilizaban para jugar partidos de fútbol y béisbol, un descampado desde donde se podía ver Arizona y los caparazones de las maquiladoras del lado mexicano y las carreteras de terracería que conectaban éstas con la red de carreteras pavimentadas. Al lado, separados ambos por una reja de alambre, se hallaban los patios de la preparatoria y más allá los dos bloques, de tres pisos cada uno, en donde se daban las clases en salas amplias y soleadas. La preparatoria había sido inaugurada en el año 1990 y el conserje trabajaba allí desde el primer día. Era el primero en llegar a la preparatoria y uno de los últimos en irse. La mañana en que encontró a la muerta algo le llamó la atención mientras recogía, en la oficina del director, las llaves que le permitían el acceso a toda la escuela. Al principio no supo determinar qué era. Cuando había entrado en la sala de servicios se dio cuenta. Zopilotes. Volaban zopilotes sobre el descampado que estaba junto al patio. Sin embargo tenía mucho que hacer todavía y decidió ir a investigar más tarde.
Poco después llegó la cocinera y su ayudante y se fue a tomar un café junto a ellos en la cocina. Hablaron durante unos diez minutos de lo de siempre, hasta que el conserje les preguntó si al llegar no habían visto unos zopilotes sobrevolando la escuela.
Ambos contestaron que no. Entonces el conserje terminó su café y dijo que iba a darse una vuelta por el descampado. Temía encontrar un perro muerto. Si era así iba a tener que volver a la escuela, al almacén donde guardaba las herramientas, e iba a tener que coger una pala y volver al descampado y cavar un agujero lo suficientemente profundo como para que los alumnos no desenterraran al animal. Pero lo que encontró fue una mujer.
Llevaba una blusa negra y zapatillas negras y tenía la falda arrollada sobre la cintura. No llevaba bragas. Eso fue lo primero que vio. Luego se fijó en su rostro y supo que no había muerto aquella noche. Uno de los zopilotes se posó sobre la reja pero él lo espantó con un gesto. La mujer tenía el pelo negro y largo hasta la mitad de la espalda, por lo menos. Algunos mechones estaban pegoteados por la sangre coagulada. En el estómago y alrededor del sexo también tenía sangre seca. Se persignó dos veces y se levantó con lentitud. Cuando volvió a la escuela le contó a la cocinera lo que había pasado. El muchacho que la ayudaba estaba fregando una olla y el conserje habló en voz baja, para que no lo oyera. Desde la oficina llamó por teléfono al director, pero éste ya se había marchado de casa.
Encontró una manta y fue a tapar a la muerta. Sólo entonces se dio cuenta de que estaba empalada. Se le llenaron los ojos de lágrimas mientras volvía a la escuela. Allí encontró a la cocinera, sentada en el patio, fumando un cigarrillo. Le hizo un gesto como preguntándole qué había pasado. El conserje le respondió con otro gesto, éste ininteligible, y salió a esperar al director a la puerta de entrada. Cuando llegó ambos se dirigieron al descampado. Desde el patio la cocinera vio cómo el director hacía a un lado la manta y contemplaba, desde distintas posiciones, el bulto que apenas se veía. Poco después dos maestros se les unieron, y a unos diez metros de ellos, un grupo de alumnos. A las doce llegaron dos coches de la policía, un tercer coche sin distintivos y una ambulancia y se llevaron a la muerta.
El nombre de ésta jamás se supo. El forense estableció que llevaba muerta varios días, sin precisar cuántos. La causa más probable de la muerte eran las cuchilladas recibidas en el pecho, pero también presentaba el cadáver una fractura de cráneo que el forense no se atrevió a descartar como causa principal. La edad de la muerta podía oscilar entre los veintitrés y los treintaicinco.
Su estatura era de un metro y setentaidós centímetros.