No se le conocía novio. Su madre trabajaba en la misma empresa y en sus ratos libres ganaba unos pesos extra como adivina y curandera. Básicamente atendía a mujeres del barrio o a algunas compañeras de trabajo que tenían problemas de amor.
Su padre trabajaba en la maquiladora Aguilar amp;Lennox. Solía hacer turnos dobles cada semana. Tenía dos hermanas menores de diez años que iban a la escuela y un hermano de dieciséis que trabajaba, junto al padre, en la Aguilar amp;Lennox. El cuerpo de Michelle Requejo presentaba varias heridas de cuchillo, algunas en los brazos y otras en el tórax. Iba vestida con una blusa negra, que presentaba desgarraduras producidas, presumiblemente, por el mismo cuchillo. Los pantalones eran ajustados, de tela sintética, y estaban bajados hasta las rodillas. Calzaba tenis de color negro, de la marca Reebok. Las manos las llevaba atadas a la espalda y poco después alguien indicó que el nudo era idéntico al que ataba a Estrella Ruiz Sandoval, lo que hizo sonreír a algunos policías. El caso lo llevó José Márquez, quien le comentó algunas de sus particularidades a Juan de Dios Martínez. Éste le hizo notar que las casualidades curiosas no sólo se limitaban a los nudos, sino que antes, en un baldío junto a la preparatoria Morelos, ya se había cometido un crimen.
José Márquez no recordaba el caso. Juan de Dios Martínez le dijo que era una mujer que jamás pudo ser identificada. Aquella noche los dos judiciales fueron al descampado donde se encontró el cadáver de Michelle Requejo. Durante un rato estuvieron mirando las sombras del descampado. Luego salieron del coche y caminaron por entre los matorrales pisando bolsas de plástico con materia blanda en su interior. Se pusieron a fumar.
Olía a cadáver. José Márquez le dijo que empezaba a estar harto de ese trabajo, habló de un puesto de jefe de seguridad en Monterrey y le preguntó dónde quedaba la preparatoria. Juan de Dios Martínez señaló un sitio en la oscuridad. Allí, dijo.
Caminaron en esa dirección. Cruzaron varias calles de tierra y sintieron que los vigilaban. José Márquez se llevó la mano a la funda de la pistola y aunque no la sacó consiguió tranquilizarse.
Llegaron hasta las rejas de la preparatoria iluminadas por un farol solitario. Allí estaba la muerta, dijo Juan de Dios Martínez indicando con el índice un lugar impreciso cercano a la carretera a Nogales. La descubrió el conserje de la prepa. El asesino o los asesinos tuvieron que llegar en carro. Sacaron a la muerta del maletero y la arrojaron al descampado. No pudieron tardar menos de cinco minutos. Yo calculo unos diez minutos, porque el sitio no está cerca de la carretera. Iban a Cananea o venían de Cananea. Yo diría, por el lugar en donde arrojaron el cadáver, que iban en dirección a Cananea. ¿Por qué, mano?, dijo José Márquez. Porque si vienes de Cananea, antes de llegar a Santa Teresa hay un montón de lugares mejores donde deshacerse de un cuerpo. Además, creo que se tomaron su tiempo. Según me dijeron, el cadáver estaba medio empalado.
Híjole, dijo José Márquez. Pues sí, Pepito, y resulta difícil meter un cuerpo así, de esa manera, como si dijéramos ya preparado, en el maletero de un carro. Lo más probable es que la empalaran junto a la prepa. Pero qué bestias, mano, dijo José Márquez. La tiraron al suelo y le metieron luego la estaca por el culo, ¿qué te parece? Una barbaridad, mano, dijo José Márquez. Pero ella ya no estaba viva, ¿no? No, la verdad es que ya no estaba viva, dijo Juan de Dios Martínez.
Las dos siguientes muertas también fueron halladas en diciembre de 1995. La primera se llamaba Rosa López Larios, tenía veintinueve años y su cuerpo se encontró detrás de una torre de Pemex en donde por las noches se juntaban algunas parejas para hacer el amor. Al principio venían en coches o en furgonetas, pero el lugar se puso de moda y no resultaba extraño ver a adolescentes en moto o bicicleta, e incluso algunas parejas de jóvenes trabajadores llegaban a pie, pues cerca de allí había una parada de autobuses. Detrás de la torre de Pemex pensaban construir otro edificio, que finalmente no se hizo, y ahora sólo hay una explanada y más allá de la explanada se levantan unas barracas prefabricadas, actualmente vacías, que durante un tiempo ocuparon trabajadores de la empresa. Cada noche, a veces de forma provocadora, con la radio encendida a todo volumen, pero las más de las veces discretamente, los coches se alineaban en la explanada y los chicos que llegaban en motos o en bicis abrían las puertas desvencijadas de las barracas, en donde encendían linternas y velas y ponían música y a veces incluso preparaban la cena. Detrás de las barracas, en una ligera pendiente, se alzaba un bosque de pinos bajos que Pemex plantó allí cuando construyó la torre. Algunos chicos, buscando más intimidad, se internaban en el bosque provistos de mantas. Allí fue donde encontraron el cuerpo de Rosa López Larios. Fueron dos chicos de diecisiete años quienes lo hallaron.