Según el forense, antes de morir había sido golpeada en todo el cuerpo. La muerte, sin embargo, se produjo por estrangulamiento y rotura del hueso hioides. El cadáver fue encontrado en el desierto, a unos cincuenta metros de una carretera secundaria que va hacia el este, hacia las montañas, en un lugar donde no era extraño ver aterrizar de vez en cuando las avionetas de los señores de la droga. Del caso se encargó el judicial Ángel Fernández. La muerta no tenía papeles que la identificaran y su desaparición no aparecía en registro alguno de ninguna comisaría de Santa Teresa. Su foto no salió en los periódicos, pese a que la policía facilitó tres copias de su rostro mutilado a
En mayo de 1996 no se encontraron más cadáveres de mujeres.
Lalo Cura participó en una investigación sobre coches robados, que se saldó con cinco detenciones. Epifanio Galindo fue a la cárcel a visitar a Haas. La conversación fue breve. El presidente municipal de Santa Teresa declaró a la prensa que la ciudadanía podía estar tranquila, que el asesino estaba preso y que los asesinatos de mujeres cometidos posteriormente eran obra de delincuentes comunes. Juan de Dios Martínez se encargó de un caso de lesiones y robo. En dos días capturó a los culpables. En la cárcel de Santa Teresa se suicidó un preso preventivo de veintiún años. El cónsul norteamericano Conan Mitchell se fue a cazar al rancho que poseía en las estribaciones de la Sierra el empresario Conrado Padilla. Allí también estaban sus amigos, el rector de la universidad Pablo Negrete y el banquero Juan Salazar Crespo, y un tercer personaje al que nadie conocía, un tipo gordo y de corta estatura, de pelo rojo, y que no salió ni un solo día a cazar con ellos pues manifestó que las armas lo ponían nervioso y que además estaba enfermo del corazón, llamado René Alvarado. Este tal René Alvarado era de Guadalajara y según les contó se dedicaba a negocios bursátiles.
Por la mañana, mientras ellos salían a cazar, Alvarado se envolvía en una manta y se sentaba en un sillón en la terraza, de cara a las montañas, siempre en compañía de un libro.
En junio fue asesinada una bailarina del bar El Pelícano. Según los testigos presenciales, la bailarina estaba en el salón, bailando semidesnuda, cuando apareció su esposo, Julián Centeno, quien sin cruzar una sola palabra con la víctima le descerrajó cuatro balazos. La bailarina, conocida con el nombre de Paula o de Paulina, aunque en otros locales de Santa Teresa también se la conocía con el nombre de Norma, cayó fulminada y no recuperó la conciencia, pese a que dos de sus compañeras intentaron reanimarla. Cuando llegó la ambulancia estaba muerta. El caso lo llevó el judicial Ortiz Rebolledo, quien de madrugada se presentó en el domicilio de Julián Centeno, hallándolo vacío y con claras señales de una huida apresurada. El tal Julián Centeno tenía cuarentaiocho años y la bailarina, según sus compañeras de trabajo, no pasaba de los veintitrés. Él era de Veracruz y ella del DF y habían llegado a Sonora hacía un par de años. Según la bailarina, estaban legalmente casados. Al principio, nadie supo decir cómo se apellidaba la tal Paula o Paulina. En su casa, un departamento de reducidas dimensiones y pocos muebles sito en la calle Lorenzo Covarrubias 79, en la colonia MaderoNorte, no se encontraron papeles que aclararan la identidad de la víctima. Cabía la posibilidad de que Centeno los hubiera quemado, pero Ortiz Rebolledo se inclinó por la posibilidad de que la tal Paulina hubiera vivido todos esos últimos años sin un solo papel que diera fe de su vida, algo no poco usual en algunas cabareteras y en algunas putas nómades. Un fax del Registro de Identificación Policial del DF, sin embargo, les dijo que Paulina se llamaba Paula Sánchez Garcés. En su prontuario se consignaban varias detenciones por prostitución, oficio al que al parecer se dedicaba desde los quince años. Según sus compañeras de El Pelícano, la víctima se había enamorado recientemente de un cliente, un tipo del que sólo sabían el nombre de pila, Gustavo, y que pensaba dejar a Centeno para irse a vivir con aquél. La búsqueda de Centeno fue infructuosa.
Pocos días después del asesinato de Paula Sánchez Garcés apareció cerca de la carretera a Casas Negras el cadáver de una joven de diecisiete años, aproximadamente, de un metro setenta de estatura, pelo largo y complexión delgada. El cadáver presentaba tres heridas por arma punzocortante, abrasiones en las muñecas y en los tobillos, y marcas en el cuello. La muerte, según el forense, se debió a una de las heridas de arma blanca.