¡Pero al fin podemos tomarnos un respiro! ¡Por fin van a cesar todas las riadas gigantescas! El 17 de mayo de 1933 el camarada Molotov anuncia «nuestra misión no son las represiones masivas». Vaya-vaya, ya era hora. ¡Se acabó el terror nocturno! ¿Pero qué son esos ladridos? ¡Sus! ¡Sus!
¡Ah, vaya! Es que ha empezado la riada
A estos tumultuosos torrentes siempre iban a parar, modestos pero constantes, arroyos menores que, sin estrépito, fluían sin cesar:
—los de la Schutzbund,* que derrotados en la lucha de clases en Viena habían buscado la salvación en la patria del proletariado mundial;
—los esperantistas (a esta caterva perniciosa la abrasó Stalin por los mismos años en que lo hizo Hitler);
—los restos no aplastados aún de la Sociedad Libre de Filosofía,* y los círculos filosóficos clandestinos;
—los maestros disconformes con el innovador método de enseñanza a base de brigadas-laboratorio (en 1933 Natalia Ivánovna Bugayenko fue encarcelada por la GPU de Rostov, pero al tercer mes del sumario se supo por un decreto del gobierno que el método presentaba errores. Y la pusieron en libertad);
—los miembros de la Cruz Roja Política, que gracias a los esfuerzos de Ekaterina Péshkova continuaba defendiendo su existencia;
—los montañeses del Cáucaso Norte por su insurrección (1935); las nacionalidades
—y de nuevo los creyentes, ahora los que se niegan a ir al trabajo los domingos (habían implantado la semana de cinco días y luego volvieron a la de seis días); los koljosianos que saboteaban la jornada laboral cuando coincidía con las fiestas religiosas, como ya hacían en la era del trabajo individual;
—y cómo no, los que se negaban a ser confidentes del NKVD (incluidos los sacerdotes que se negaban a desvelar el secreto de confesión. Los órganos comprendieron enseguida lo útil que podía serles conocer el contenido de las confesiones, lo único para lo que podía aprovecharse la religión);
—y los miembros de las sectas detenidos cada vez en mayor número;
—y el gran Solitario de Naipes de los socialistas, que iba redistribuyendo continuamente las cartas.
Y, finalmente, una riada que aún no hemos mencionado una sola vez pero que fluyó también sin cesar: la riada del
Esta incesante riada podía arrastrar a quien fuera, en el mismo instante en que fuera preciso. Pero, en 1930, a veces consideraban más refinado colgar a los intelectuales destacados algún artículo penal denigrante (como la sodomía, o como el caso del doctor Pletniov, al que acusaron de haber mordido el pecho de una paciente al quedarse a solas con ella. Lo publicó un periódico de difusión nacional, ¡quién iba a poder refutarlo!).
* * *
Cosa paradójica: tantos años de actividad de unos Órganos omnipresentes y perpetuamente vigilantes se apoyaban en tan sólo uno de los ciento cuarenta y ocho artículos de la Parte Especial del Código Penal de 1926.
[40]No obstante para elogiar este único artículo no basta con todos los epítetos bque empleara Turguéniev para el idioma ruso, o Nekrásov para la Madre Rusia [41]: Artículo 58, grande, capaz, copioso y vertebrado, diverso y ubicuamente devastador, un artículo al que el mundo se le quedaba chico, no tanto por la formulación de sus puntos cuanto por su amplia y dialéctica interpretación.¿Quién de nosotros no ha experimentado en carne propia su abrazo que lo abarca todo? En verdad, no hay bajo los cielos hecho, intención, acción u omisión que no pueda ser castigado por la mano implacable del Artículo Cincuenta y Ocho. Hubiera sido imposible formularlo de un modo tan amplio, pero sí resultó posible interpretarlo de este amplio modo.