Читаем Canticos de la lejana Tierra полностью

Todos los demás miembros del comité de recepción se habían acercado y fueron presentados uno a uno. Brant, tras un breve saludo, se encaminó directamente a la nave y empezó a examinarla de cabo a rabo.

Loren le siguió; sabía reconocer a otro ingeniero cuando lo veía, y podía aprender mucho de las reacciones del thalassano. Adivinó la primera pregunta que le haría Brant. Pese a ello, se sintió desconcertado.

—¿Cuál es el sistema de propulsión? Estos orificios de propulsión son ridículamente pequeños… si es que son eso.

Era una observación perspicaz; esa gente no eran los salvajes tecnológicos que parecían a primera vista. Sin embargo, no serviría de nada demostrar que estaba impresionado. Mejor era contraatacar y no fiarse de él.

— Es un estatorreactor cuántico restringido, adaptado para vuelo atmosférico usando aire como fluido de trabajo. Utiliza las fluctuaciones Planck… ya sabe, diez a la menos treinta y tres centímetros. Por supuesto tiene un alcance infinito en el aire o en el espacio.

Loren se sintió bastante satisfecho de su « por supuesto ». Por segunda vez se quedó admirado del aplomo de Brant; el thalassano apenas había parpadeado e incluso consiguió decir: « Muy interesante », como si hablara en serio.

—¿Puedo entrar?

Loren titubeó. Negárselo podría parecer descortés, y al fin y al cabo estaban deseosos de hacerse amigos lo más pronto posible. Y, lo que quizás era más importante, esto mostraría quién era el amo.

— Desde luego — respondió—. Pero procure no tocar nada.

Brant estaba demasiado interesado para notar la ausencia del « por favor ».

Loren le condujo hasta la diminuta cámara bajo presión de la astronave. Había apenas el espacio suficiente para los dos, y tuvieron que recurrir a una complicada gimnasia para que Brant se ajustara el traje espacial sobrante.

— Espero que no sean necesarios por mucho tiempo — le explicó Loren—pero tenemos que llevarlos hasta que las pruebas de microbiología hayan finalizado. Cierre los ojos hasta que hayamos pasado el ciclo de esterilización.

Brant notó un tenue brillo violáceo, y se oyó un breve silbido de gas. Luego, la puerta interior se abrió y entraron en la cabina de control.

Cuando se sentaron uno junto al otro, las espesas pero apenas visibles películas que les rodeaban casi no dificultaron sus movimientos. Sin embargo, les separaban con tanta eficacia como si estuvieran en mundos distintos… lo que, en muchos sentidos, era todavía cierto.

Loren tuvo que admitir que Brant aprendía rápidamente. Si se le dieran unas pocas horas, podría aprender a manejar aquel aparato… aunque nunca podría comprender la teoría subyacente. A este respecto, la leyenda decía que sólo un puñado de hombres habían llegado a entender de verdad la geodinámica del superespacio… y llevaban muertos ya varios siglos.

Pronto estuvieron tan enzarzados en discusiones técnicas que casi olvidaron el mundo exterior. De repente, una voz ligeramente preocupada exclamó desde la dirección general del panel de control:

—¿Loren? Llamando a la nave. ¿Qué sucede? No hemos sabido nada de vosotros desde hace media hora.

Loren alargó perezosamente una mano hasta un interruptor.

— Dado que nos sintonizáis a través de seis canales de vídeo y cinco de audio, esto es una exageración.

Esperaba que Brant hubiera captado el mensaje: dominamos completamente la situación.

— En cuanto a Moses… se encarga de las conversaciones.

A través de las ventanas curvadas, podían ver que Kaldor y la alcaldesa seguían enfrascados en una seria discusión, uniéndoseles de vez en cuando el concejal Simmons. Loren accionó un interruptor, y sus voces amplificadas llenaron súbitamente la cabina a un volumen mayor que si estuvieran junto a ellos.

… nuestra hospitalidad. Pero, naturalmente, como puede darse cuenta éste es un mundo extraordinariamente pequeño, en lo que respecta a superficie terrestre. ¿Cuánta gente ha dicho usted que había a bordo de su nave?

— Creo que no le he dado ninguna cifra, señora alcaldesa. De cualquier modo, sólo unos pocos de nosotros descenderían a Thalassa, a pesar de su belleza. Entiendo perfectamente su… eh… preocupación, pero no tiene por qué sentir la menor aprensión. En un año o dos, si todo va bien, reemprenderemos nuestro camino.

— Además, esto no es una petición de auxilio. ¡Al fin y al cabo, no esperábamos encontrar a nadie aquí! Pero una nave estelar no se desvía hasta aquí a la mitad de la velocidad de la luz a no ser que tenga muy buenas razones. Ustedes poseen algo que necesitamos, y nosotros tenemos algo que darles.

—¿Qué es, si me permite la pregunta?

— De nosotros, si lo aceptan, los últimos siglos del arte y la ciencia humanos. Sin embargo, debo advertirle que considere bien lo que un regalo así podría ocasionar a su cultura. Quizá no sería prudente aceptar todo lo que podemos ofrecerles.

— Le agradezco su honestidad… y su comprensión. Ustedes deben de tener tesoros de valor incalculable. ¿Qué podemos ofrecerles a cambio?

Kaldor soltó una de sus sonoras carcajadas.

Перейти на страницу:

Похожие книги