A la alcaldesa no le gustaba el alboroto, y su carrera moderadamente próspera como administradora local se había basado en evitarlo. Por supuesto, a veces era imposible; su veto no habría conseguido desviar el huracán del 09, que había sido hasta ahora el acontecimiento más importante del siglo.
— Que se calle todo el mundo — gritó.—Reena, deja esas conchas en paz; costó mucho trabajo arreglarlas. Además, ya es hora de que estés en la cama. ¡Billy, fuera de la mesa! ¡Ahora mismo!
La sorprendente rapidez con que el orden fue restaurado demostraba, una vez más, la ansiedad de los ciudadanos por escuchar lo que la alcaldesa tenía que decirles. Ésta desconectó el ruido insistente de su teléfono de muñeca, y envió la llamada a la Central de Menajes.
— La verdad, no sé mucho más que vosotros, y no parece que vayamos a recibir más información hasta dentro de unas horas. Pero seguro que era algún tipo de nave espacial, y ya había regresado (supongo que debería decir entrado) cuando ha pasado por encima de nosotros. Puesto que no tiene ningún sitio adonde ir en Thalassa, volverá probablemente a las Tres Islas. Tardará mucho tiempo si tiene que dar la vuelta al planeta.
—¿Han intentado comunicarse por radio? — preguntó alguien.
— Sí, pero sin suerte.
— Podríamos intentarlo — dijo una voz ansiosa.
Un breve silencio invadió la Asamblea; el concejal Simmons, el ayudante de la alcaldesa Waldron, soltó un resoplido de disgusto.
— Esto es ridículo. Hagamos lo que hagamos, nos encontrarán en diez minutos. De todas formas, seguro que ya saben exactamente dónde estamos.
— Estoy totalmente de acuerdo con el concejal — dijo la alcaldesa Waldron, aprovechando esta oportunidad tan poco habitual—. Cualquier nave tendrá seguramente mapas de Thalassa. A lo mejor datan de mil años atrás, pero en ellos aparecerá « Primer Aterrizaje ».
— Pero suponga, sólo suponga, que son extraterrestres.
La alcaldesa suspiró; creía que esta tesis había sido superada por completo hacía algunos siglos.
— No hay extraterrestres — dijo con firmeza—. Al menos ninguno lo suficientemente inteligente para hacer viajes estelares. Por supuesto, no podemos estar del todo seguros, pero la Tierra los estuvo buscando durante miles de años, y empleó para ello todos los medios imaginables.
— Hay otra posibilidad — dijo Mirissa, que estaba de pie junto a Brant y Kumar en el fondo de la sala. Todas las cabezas se volvieron hacia ella. Brant parecía un tanto molesto.
A pesar de su amor por Mirissa, había veces en que deseaba que no estuviera tan bien informada y que su familia no hubiera estado a cargo de los Archivos durante las últimas cinco generaciones.
—¿Qué quieres, querida?
Esta vez fue Mirissa quien se sintió molesta, aunque disimuló su irritación. No le gustaba sentir sobre sí la condescendencia de alguien que no era realmente muy inteligente, aunque había que reconocer que era lista, quizás astuta era la palabra exacta. No le molestaba el hecho de que la alcaldesa Waldron estuviera siempre mirando de reojo a Brant; sólo le divertía. Incluso sentía cierta simpatía por aquella vieja.
— Podría ser otra nave sembradora, como la que trajo los tipos de genes de nuestros antepasados a Thalassa.
— Pero, ¿ahora, tan tarde?
—¿Por qué no? Los primeros aparatos sólo podían alcanzar un porcentaje de la velocidad de la luz. La Tierra fue mejorándolas, hasta que se destruyó. Como los últimos modelos eran casi diez veces más rápidos, sobrepasaron a los primeros en casi más de cien años; algunos todavía deben de estar en camino. ¿No estás de acuerdo conmigo, Brant?
Mirissa procuraba siempre introducirlo en las conversaciones y si era posible le hacía creer que él las había originado. Era muy consciente de sus sentimientos de inferioridad y no deseaba aumentarlos.
A veces era bastante desolador ser la persona más brillante de Tarna; aunque conectaba con media docena de sus iguales mentales en Las Tres Islas, raramente se encontraba con ellos cara a cara, encuentros estos que aun después de todos estos milenios, ninguna tecnología de las comunicaciones había logrado superar.
— Es una idea interesante — dijo Brant—. Podrías tener razón.
Aunque la historia no era su punto fuerte, Brant Falconer poseía los conocimientos de un técnico acerca de la serie de complejos acontecimientos que habían conducido a la colonización de Thalassa.
—¿Y qué vamos a hacer? — preguntó— ¿si es otra nave sembradora que intenta colonizarnos de nuevo? ¿Contestarles: Muchas gracias, pero hoy no?
Se oyeron algunas risitas nerviosas; el concejal Simmons observó entonces con aire pensativo:
— Estoy seguro de que podríamos hacer frente a una nave sembradora si nos viéramos obligados a ello. Y quizá los robots fueran lo bastante inteligentes para cancelar su programa al ver que el trabajo ya estaba realizado.
— A lo mejor. Pero tal vez pensaran que podían mejorarlo. De todas formas, ya sea una reliquia de la tierra, ya sea un modelo ulterior de una de las colonias, por fuerza tiene que ser algún tipo de robot.