Читаем Canticos de la lejana Tierra полностью

El experimento funcionó, los neutrinos solares fueron detectados. Pero había demasiado pocos. Debería haber habido una cantidad tres o cuatro veces mayor que la que había conseguido capturar la instrumentación masiva. Realmente algo iba mal, y durante los años setenta, el caso de los neutrinos perdidos alcanzó una gran resonancia a nivel científico. El equipo fue revisado una y otra vez, las teorías reexaminadas, y el experimento fue llevado a cabo cientos de veces, siempre con el mismo frustrante resultado.

A finales del siglo XX, los astrofísicos se vieron obligados a aceptar una conclusión preocupante, aunque ninguno se percató de sus consecuencias.

No fallaba ni la teoría ni el equipo. El problema residía en el interior del sol.


El primer encuentro secreto en la historia de la Unión Internacional Astronómica tuvo lugar en el año 2008 en Aspen, Colorado, no muy lejos del escenario de este primer experimento, que ya había sido repetido en una docena de países. Una semana más tarde, el Boletín Especial 55/08 de la IAU, que llevaba como titulo en clave « Algunas observaciones a las reacciones solares », se encontraba en manos de todos los gobiernos de la Tierra.

Se preveía que cuando la noticia del fin del mundo se filtrara se produciría el pánico. En vez de ello, la reacción general fue la de un perplejo silencio, seguido de un encogerse de hombros y, finalmente, de la reanudación del trabajo cotidiano.

Pocos gobiernos habían mirado jamás más allá de unas elecciones, y pocos indicios más allá de las vidas de sus nietos.

Aunque la Humanidad estuviese sentenciada a muerte, la fecha de ejecución era todavía indefinida. El sol no explotaría durante al menos mil años, ¿y quién podía llorar por la cuadragésima generación?

5. Paseo nocturno


Ninguna de las dos lunas había aparecido todavía cuando el vehículo se puso en marcha en la carretera más conocida de Tarna. En su interior iban Brant, la alcaldesa Waldron, el concejal Simmons y dos ancianos ciudadanos. Aunque conducía con su habitual facilidad, Brant se sentía disgustado por la reprimenda de la alcaldesa. El hecho de que el brazo regordete de ella le rodeara los desnudos brazos de modo informal no mejoraba mucho las cosas.

Pero la belleza pacífica de la noche y el ritmo hipnótico de las palmeras que se mecían iluminadas por el haz de la luz vacilante del vehículo le hicieron recobrar su habitual buen humor. Pero ¿cómo se podía permitir que se filtraran estos sentimientos personales en un momento histórico como éste?

En diez minutos estarían en Primer Aterrizaje, el principio de su historia. ¿Qué sucedería? Sólo una cosa era segura; los visitantes se habían albergado en el faro, todavía en funcionamiento de la antigua nave sembradora. Sabían dónde mirar, así que tenían que proceder de alguna otra colonia humana de este sector del espacio.

Un pensamiento preocupante asaltó la mente de Brant. Alguien o algo, podía haber detectado el faro, avisando a todo el universo de que la Inteligencia había pasado un día por allí. Recordó que años atrás se había presentado una moción en el consejo para desconectar la transmisión, basándose en que era inservible y que no podría causar mucho daño. Más bien por razones sentimentales y emocionales que lógicas, la moción fue rechazada por un pequeño margen. Thalassa iba muy pronto a arrepentirse de esta decisión, pero era ya demasiado tarde para hacer nada.

El concejal Simmons, apoyado en el asiento trasero, hablaba en voz baja con la alcaldesa.

— Helga — dijo, era la primera vez que Brant le oía pronunciar su nombre—, ¿crees que todavía sabremos comunicarnos con ellos? El lenguaje de los robots evoluciona muy rápidamente, ¿sabes?

La alcaldesa no lo sabía, pero era muy hábil a la hora de disimular su ignorancia.

— Este es el menor de nuestros problemas; esperemos a que surja. Brant, ¿podrías conducir un poco más despacio? Me gustaría llegar allí sana y salva.

La velocidad era perfectamente segura en esta carretera que Brant se sabía de memoria, pero obedeció y redujo a cuarenta klicks. Se preguntó si la alcaldesa intentaba aplazar el enfrentamiento. Era una gran responsabilidad enfrentarse sola a la segunda nave espacial proveniente del exterior de toda la historia del planeta. Todo Thalassa tendría puestos sus ojos en ella.

—¡Por Krakan! — juró uno de los pasajeros del asiento trasero. ¿Alguien ha traído alguna cámara?

— Es ya demasiado tarde para volver — respondió el concejal Simmons—. De todas formas, habrá tiempo suficiente para hacer fotografías. No creo que se marchen después de decirnos hola.

En su voz se percibía un cierto nerviosismo, y Brant no podía reprochárselo. ¿Quién podía adivinar lo que les esperaba tras la cima de la próxima colina?

— Le informaré tan pronto como haya algo que decirle, señor Presidente.

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