Esto dejaba sólo dos alternativas. La primera y más sencilla era abandonar la nave lo más cerca posible del momento del lanzamiento, simplemente no presentándose de nuevo al servicio. El capitán Bey estaría demasiado ocupado para perseguirlos — aunque quisiera—y sus amigos thalassanos les esconderían hasta que la
Pero eso seria una deserción doble… sin precedentes en la comunidad Sabra, tan estrechamente unida. Habría abandonado a sus colegas durmientes… incluidos su hermano y su hermana. ¿Qué pensarían de él, al cabo de tres siglos, en el hostil Sagan Dos, cuando supieran que habría podido abrirles las puertas del paraíso y que les había fallado?
Y el tiempo se estaba agotando; aquellos simulacros computerizados de programas acelerados de izados sólo podían significar una cosa. Aunque ni siquiera lo había discutido con sus amigos, no veía otra alternativa a la acción.
Pero su mente seguía rechazando la palabra
Rose Killian nunca había oído hablar de Dalila, y le habría horrorizado que la comparasen con ella. Era una norteña sencilla y bastante ingenua que, como tantas otras jóvenes thalassanas, había quedado anonadada ante los fantásticos visitantes de la Tierra. Su relación amorosa con Karl Bosley no era tan sólo su primera experiencia emocional realmente profunda; también era la de él.
Ambos se sentían desolados ante la idea de su separación. Un día, de madrugada, Rose estaba llorando sobre el hombro de Karl cuando él no pudo soportar por más tiempo el dolor de su amada.
— Prométeme que no se lo dirás a nadie — dijo, acariciando los mechones de cabello que caían sobre su pecho—. Tengo buenas noticias para ti. Es un gran secreto; nadie lo conoce aún. La nave no va a partir. Nos quedaremos todos en Thalassa.
Rose casi se cayó de la cama de la sorpresa.
—¿No lo dices sólo para hacerme feliz?
— No; es cierto. Pero no le digas ni una palabra a nadie. Debe guardarse en
— Claro, cariño.
Pero Marion, la mejor amiga de Rose, también lloraba por su amante terrícola de modo que tuvo que contárselo…
Y Marion le contó la buena noticia a Pauline… que no pudo resistirse a contársela a Svetlana… que se la mencionó confidencialmente a Crystal.
Y Crystal era la hija del presidente.
42. Superviviente
« Éste es un asunto muy penoso — pensó el capitán Bey—. Owen Fletcher es un buen hombre; yo mismo aprobé su selección. ¿Cómo puede haber hecho algo así? »
Probablemente, no había una única explicación. Si no hubiera sido un sabra y no se hubiera enamorado de aquella chica, tal vez no habría ocurrido nunca. ¿Cuál era la palabra para designar que uno más uno son más de dos? Sin…no sé qué… Ah, sí, sinergia. Sin embargo, no podía evitar pensar que había algo más, algo que, probablemente, nunca sabría.
Recordó una observación que Kaldor, que siempre tenía una frase para cada ocasión, le había hecho una vez, hablando de la psicología de la tripulación.
— Todos estamos
—¿Culpabilidad? — había preguntado con sorpresa e indignación.
— Si, aunque no sea culpa nuestra. Somos supervivientes… Los
Era una afirmación inquietante, y podía ayudar a explicar lo de Fletcher… y muchas otras cosas.
« Me pregunto cuál es tu herida, Moses Kaldor… y cómo te las arreglas con ella. Conozco la mía y he sido capaz de usarla en beneficio de mis hermanos humanos. Me ha llevado hasta donde estoy ahora, y puedo estar orgulloso de ello.
« Tal vez, en una era anterior, yo podría haber sido un dictador, o un señor de la guerra. En vez de eso he sido eficazmente empleado como jefe de la policía continental, como general en jefe de las instalaciones de construcción espacial… y finalmente, como comandante de una nave espacial. Mis fantasías de poder han sido sublimadas con éxito.
Se dirigió a la caja fuerte del capitán, de la que sólo él tenía la llave, y deslizó en la ranura la barra metálica codificada. La puerta se abrió suavemente y dejó al descubierto varios paquetes de papeles, algunas medallas y trofeos y una caja de madera, pequeña y alargada, que tenía las letras S. B. grabadas en plata.
Mientras la colocaba sobre la mesa, el capitán fue feliz al sentir el familiar escalofrío en la espalda. Abrió la tapa y contempló el brillante instrumento de poder, cobijado en su lecho de terciopelo.
Antes, su perversión la habían compartido muchos millones de personas. En general, era totalmente inofensiva; y en sociedades primitivas, incluso valiosa. Y había cambiado en muchas ocasiones el curso de la historia, para bien o para mal.