A una parte de la tripulación le gustaría quedarse en Thalassa —¿quién puede reprochárselo? — y lo han admitido abiertamente. Otros quieren terminar aquí toda la misión y olvidarse de Sagan Dos. No conocemos la fuerza de esa facción, porque aún no ha salido a la luz.
Realizamos la votación cuarenta y ocho horas después del Consejo. Aunque naturalmente el voto fue secreto, no sé hasta qué punto son fiables los resultados. 151 votaron a favor de proseguir el viaje; sólo 6 querían acabar aquí la misión; y hubo 4 abstenciones.
El capitán Bey estaba satisfecho. Cree que la situación está bajo control, pero va a tomar algunas precauciones. Comprende que cuanto más tiempo permanezcamos aquí, mayor será la presión para que no nos vayamos. No le importaría que hubiera algunas deserciones; « si quieren irse no tengo la menor intención de retenerles », eso es lo que dijo. Pero le preocupa que el descontento se extienda al resto de la tripulación.
De modo que está acelerando la construcción del escudo. Ahora que el sistema es completamente automático y que funciona sin problemas, planeamos hacer dos izados diarios en vez de uno. Si sale bien, podremos marcharnos dentro de cuatro meses. Esto aún no ha sido anunciado. Confío en que no habrá protestas cuando llegue el momento, ni por parte de los nuevos thalassanos ni de nadie.
Hay otro asunto, que puede carecer por completo de importancia, pero que encuentro fascinante. ¿Recuerdas que, cuando nos veíamos al principio, solíamos leernos historias el uno al otro? Era una manera maravillosa de llegar a conocer cómo vivía y pensaba la gente hace miles de años… mucho antes de que existieran las grabaciones sensoriales, o incluso las de vídeo…
Una vez me leíste — no tenía el menor recuerdo consciente de ello—una historia sobre una gran montaña de África con un nombre extraño: Kilimanjaro. Lo he consultado en los archivos de la nave, y ahora entiendo por qué me ha estado persiguiendo.
Parece que había una caverna en lo alto de la montaña, sobre el límite de las nieves perpetuas, y en esa caverna estaba el cuerpo helado de un gran gato cazador: un leopardo. Ese es el misterio; nadie supo jamás qué hacía el leopardo a tal altitud, tan lejos de su territorio habitual.
Ya sabes, Evelyn, que siempre me enorgullecía (¡muchos decían que me envanecía!) de mis poderes intuitivos. Bien, pues me parece que algo así está sucediendo aquí.
No una vez, sino varias veces, ha sido detectado un animal marino grande y poderoso a mucha distancia de su hábitat natural. Recientemente, fue capturado el primero; es una especie de enorme crustáceo, como los escorpiones de mar que en un tiempo vivieron en la Tierra.
No estamos seguros de que sean inteligentes, y tal vez sea ésta una cuestión sin importancia. Sin embargo, sí son animales sociales altamente organizados, con tecnologías primitivas… aunque puede que ésa sea una palabra demasiado fuerte. Por lo que hemos descubierto, no demuestran tener mayores habilidades que las abejas, las hormigas o las termitas, pero su escala de operaciones es distinta, y muy impresionante.
Lo más importante es que han descubierto los metales, aunque, al parecer, sólo los usan como ornamentos, y su única fuente de abastecimiento es lo que pueden robarles a los thalassanos. Ya lo han hecho varias veces.
Y hace poco, un escorpio se arrastró por el canal hasta el corazón de nuestra planta congeladora. La ingenua suposición fue que iba buscando comida. Pero había mucha en el lugar del que procedía, al menos a cincuenta kilómetros de distancia.
Quiero saber qué estaba haciendo aquel escorpio tan lejos de su hogar; creo que la respuesta puede ser muy importante para los thalassanos.
Me pregunto si lo descubriremos antes de que empiece el largo sueño hasta Sagan Dos.
40. Confrontación
En el mismo instante en que el capitán Bey entró en el despacho del presidente Farradine, supo que algo iba mal.
Normalmente, Edgar Farradine le saludaba llamándole por el nombre de pila y, de forma inmediata, sacaba la garrafa de vino. En esta ocasión, no hubo ningún « Sirdar », ni vino, pero al menos le ofreció una silla.
— Acabo de recibir unas noticias inquietantes, capitán Bey. Si no le importa, me gustaría que se nos uniera el primer ministro.
Era la primera vez que el capitán oía al presidente ir directamente al grano (cualquiera que fuese éste), y también era la primera vez que se encontraba con el PM en el despacho de Farradine.
— En tal caso, señor presidente, ¿puedo pedirle al embajador Kaldor que se una a mí?
El presidente vaciló sólo un momento; luego, respondió:
— Desde luego.
El capitán se sintió aliviado al ver una sombra de sonrisa, como en reconocimiento de esta sutileza diplomática. Los visitantes podían ser superiores en rango; pero no en número.