Читаем Canticos de la lejana Tierra полностью

—¿Le hablarás… algún día… de Mirissa?

— Tal vez sí. Tal vez no. La verdad es que no lo sé. Tengo mucho sueño. ¿Nos hemos bebido toda la botella? ¿Kumar? ¡Kumar!


La enfermera entró durante la noche y, reprimiendo la risa, arregló las sábanas para que no cayeran al suelo.

Loren fue el primero en despertarse. Tras la sorpresa inicial, al darse cuenta de la situación, se echó a reír.

—¿Qué es lo que encuentras tan divertido? — preguntó Kumar, levantándose algo aturdido de la cama.

— Si realmente quieres saberlo… me preguntaba si Mirissa estaría celosa.

Kumar sonrió irónicamente.

— Puede que estuviera algo borracho, pero estoy totalmente seguro de que no ha pasado nada.

— Y yo también.

Sin embargo, se dio cuenta de que quería a Kumar; no porque le hubiera salvado la vida, ni porque fuera el hermano de Mirissa… sino, tan sólo, porque era Kumar. El sexo no tenía absolutamente nada que ver; la propia idea les habría llenado no de vergüenza, sino de hilaridad. Estaba bien así. La vida en Tarna ya era bastante complicada.

Loren añadió:

— Y tenías razón respecto al « Krakan Especial ». No tengo resaca. De hecho, me siento de maravilla. ¿Puedes enviar algunas botellas a la nave? Mejor aún: algunos centenares de litros.


38. Debate


Era una pregunta sencilla, pero no tenía una respuesta sencilla: ¿Qué pasaría con la disciplina a bordo de la Magallanes si el mismísimo objetivo de la misión de la nave era sometido a votación?

Naturalmente, el resultado no sería vinculante, y podría no hacer caso de él si lo considerara necesario. Tendría que hacerlo si la mayoría decidían quedarse, aunque ni por un momento había imaginado… Pero un resultado así sería psicológicamente devastador. La tripulación se dividiría en dos facciones, y ello podría conducir a situaciones que preferiría no considerar.

Y con todo… un comandante debía ser firme, pero no terco. Había mucho sentido común en la propuesta, y tenía muchos atractivos. Después de todo, él había disfrutado de los beneficios de la hospitalidad del presidente, y tenía intención de ver de nuevo a aquella campeona de decatlón. Este era un mundo muy hermoso; tal vez pudieran acelerar el lento proceso de construcción de un continente para hacer sitio a todos los millones de personas de más. Sería infinitamente más sencillo que colonizar Sagan Dos.

En cuanto a esto, podrían no alcanzar nunca Sagan Dos. Aunque la fiabilidad operacional de la nave se estimaba en un noventa y ocho por ciento, existían circunstancias externas imprevistas que nadie podía predecir. Sólo unos pocos de sus oficiales de más confianza estaban informados acerca de la sección del escudo de hielo que se había perdido en alguna parte cerca del año luz número cuarenta y ocho. Si aquel meteoroide interestelar, o lo que fuera, hubiera pasado sólo unos metros más cerca…

Alguien había sugerido que aquella cosa podía ser una antigua sonda espacial de la Tierra. Las probabilidades en contra eran literalmente astronómicas y, por supuesto, una hipótesis tan irónica jamás podría probarse.

Y ahora, sus desconocidos solicitantes se llamaban a sí mismos « los nuevos thalassanos ». El capitán Bey se preguntó si aquello significaba que eran muchos y que se estaban organizando para formar un movimiento político. En tal caso, quizá lo mejor sería sacarlos a la luz lo antes posible.

Sí, era el momento de convocar el Consejo de la Nave.


La negativa de Moses Kaldor había sido rápida y cortés.

— No, capitán; no puedo participar en el debate… ya sea a favor o en contra. Si lo hiciera, la tripulación dejaría de confiar en mi imparcialidad. Pero sí aceptaría actuar como presidente, o moderador… o como quiera usted llamarlo.

— De acuerdo — se apresuró a decir el capitán Bey; esto era lo que de verdad esperaba—. Y, ¿quién presentará las mociones? No podemos esperar que los nuevos thalassanos salgan a la luz para defender su causa.

— Ojalá pudiéramos tener un voto directo sin disputas ni discusiones — se lamentó el segundo comandante Malina.

En privado, el capitán Bey estaba de acuerdo con él; pero aquélla era una sociedad democrática de hombres responsables y de educación elevada, y las Ordenanzas de la Nave reconocían este hecho. Los nuevos thalassanos habían pedido que se celebrara un Consejo para dar a conocer sus puntos de vista; si se negaba, estaría desobedeciendo sus propias cartas de nombramiento y violando la confianza depositada en él en la Tierra doscientos años atrás.

No había sido fácil organizar el Consejo. Como a todos, sin excepción, se les debía dar la oportunidad de votar, había que reorganizar los programas y las listas de tareas, y había que interrumpir los períodos de sueño. El hecho de que la mitad de la tripulación estuviera en Thalassa presentaba otro problema que nunca se había dado antes: el de la seguridad. Cualquiera que fuera el resultado, era altamente indeseable que los thalassanos oyeran por casualidad el debate…

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