—Ettin Gwarha ha preguntado: «¿Tiene algo que añadir, Principal Lugala? ¿Cuál es su opinión?»
No, dijo el hombre corpulento. No tenía nada que añadir. Era nuevo en las negociaciones. De momento se contentaba. Hablaría más tarde.
El general inclinó la cabeza levemente. Uno de los traductores humanos le había dicho que esto podía significar acuerdo, o reconocimiento o consideración, según los casos. Luego él se echó hacia atrás en su silla. Había tomado alguna decisión, pensó Anna, aunque no supo de qué se trataba.
Después de eso no volvió a mirar al otro principal.
La atmósfera de la sala estaba cambiando. Algo, la comodidad y confianza que había ido creciendo en las últimas semanas, empezaba a disminuir; y a medida que disminuía, ella lo notaba. ¡Había crecido tan lentamente! Aunque desde el principio el general y Charlie hubiesen sido corteses y respetuosos. Sin embargo, cierta rigidez que iba desapareciendo —que había desaparecido— volvía a notarse.
Anna comprendió cuan racionales y, comparativamente hablando, lo claras que habían sido las conversaciones cuando Charlie y el general estaban al frente de las mismas. Lentas, sí, y tal vez excesivamente cautelosas, aunque la diplomacia no era su especialidad. Tal vez los diplomáticos tenían que dar todos esos rodeos.
No supo qué ocurría. Vaihar parecía desdichado. Charlie —a quien veía de lado— parecía cada vez más tenso.
Almorzó con el resto de los humanos. Tomaron un picadillo vegetariano, la comida apropiada para la situación. Sus colegas siguieron hablando de la reunión que acababa de finalizar, intentando imaginar qué ocurría.
Finalmente, Charlie dijo:
—Tengo el presentimiento de que se trata de una lucha de poder entre los dos hombres. —Usó el tenedor para esparcir el picadillo por el plato—. Ojalá supiera cuáles son sus posiciones. ¿Lugala Tsu nos es hostil? ¿Ettin Gwarha es en algún sentido nuestro amigo? Anna… —La miró—. Tú tienes los mejores contactos. Mira si puedes sacarle algo a Sanders o a las mujeres
Ella asintió.
—Veré qué puedo hacer.
Después del almuerzo, Anna abandonó los aposentos de los humanos. Su escolta era Matsehar. Le preguntó qué ocurría.
—¿Dónde?
—En las negociaciones.
—Exactamente lo que usted ve. El hijo de Lugala se ha unido a las negociaciones, porque es su derecho y su responsabilidad. Los Principales-en-Conjunto deberían estar representados por una sola persona.
Ella estaba escuchando la versión oficial, la política del partido. Matsehar arrugó el entrecejo, lo cual podía significar una advertencia, o tal vez fuese sólo una de sus expresiones ocasionalmente raras. Después empezó a describir las maquinaciones de lady Macbeth y de su hijo. La madre empezaba a perder la confianza, y ahora era el guerrero cruel quien ocupaba el centro del escenario.
—Esto es lo que ocurre —sentenció Matsehar— cuando las mujeres no contienen a sus hijos. La violencia de los hombres siempre debe colocarse en el contexto político adecuado.
Se separaron en la entrada de los aposentos de las mujeres, y ella recorrió los pasillos increíblemente largos que la llevaban hasta sus habitaciones. El holograma estaba conectado y mostraba el amanecer sobre el mar de Reed 1935-C. En el horizonte se veía un brillo rosado. En lo alto, casi a la altura del techo, brillaba la estrella del amanecer y del crepúsculo. En ese momento era doble, los dos planetas lo bastante separados para ser visibles como dos puntos de luz.
En el agua de la bahía brillaban otras luces. Parpadeaban débilmente y parecían opacas. Era el fin de una larga noche de señales de identidad y palabras tranquilizadoras. Sabía cómo era eso. Se frotó los músculos de la cara y del cuello.
Al cabo de un rato, el planeta primario se elevó. Era demasiado brillante para mirarlo directamente. Se levantó, se acercó al intercomunicador y llamó a Ama Tsai Indil.
—Creo que necesito reunirme con su gente.
—Quiere decir con mi socia principal. Sí, así es.
—Y tal vez Sanders Nicholas debería estar presente.
—De eso no estoy tan segura, pero deje que lo consulte con la mujer de Tsai Ama.
El intercomunicador se apagó. Ella manipuló el holograma y logró que el atardecer avanzara a gran velocidad. El planeta primario dejó de brillar en su habitación. En su lugar, una sombra se proyectó sobre la colina dorada: una especie de artilugio con patas. Tal vez era parte del equipo que había grabado el paisaje. El cielo estaba moteado de pequeñas nubes redondas. Las cabrillas salpicaban el mar de color azul brillante. Imaginó el viento que sin duda soplaba, frío y salado.
Anna se sentó y vio cómo la sombra del artilugio se alargaba.
Ama Tsai Indil volvió a llamarla y dijo que la reunión con su socia principal estaba a punto de celebrarse.
XVIII
El general me envió un mensaje al final del quinto