Читаем El cálculo de Dios полностью

—Crea una extraña dinámica —dijo Hollus—. La violencia es necesaria para la inteligencia, la inteligencia da lugar a la habilidad de destruir la propia especie, y sólo por medio de la inteligencia se puede superar la violencia que provocó la aparición de la inteligencia.

—Nosotros lo llamamos una Trampa 22 —dije—. Quizá creamos las ideas de un Dios bondadoso y de la moral para ayudar a la preservación de la especie. Quizá cualquier especie que no tiene moral, que no suprime sus impulsos violentos guiados por el deseo de satisfacer a un dios, está condenada a destruirse a sí misma una vez conseguida la tecnología para hacerlo.

—Una idea interesante —dijo Hollus—. La creencia en Dios ofrecería una ventaja de supervivencia. En ese caso la evolución la seleccionaría.

—¿Tu especie sigue preocupándose por la posibilidad de destruirse a sí misma? — pregunté.

Hollus se agitó de arriba abajo, pero creo que era un gesto de negación, no de afirmación.

—Tenemos un gobierno planetario unificado, y mucha tolerancia para la diversidad. Hemos eliminado el hambre y las carencias. Nos quedan muy pocas razones para enfrentarnos unos contra otros.

—Me gustaría poder decir lo mismo de este mundo —dije—. Ya que este mundo tuvo la fortuna suficiente de ver la aparición de la vida, sería una lástima verla desaparecer por su propia estupidez.

—La vida no apareció aquí —dijo Hollus. ¡

—¿Qué? —estaba completamente perdido.

—No creo que se produjese un suceso biogenerativo en el pasado de la Tierra; no creo que la vida comenzase aquí.

—¿Dices que la vida vino del espacio profundo? ¿La hipótesis de panspermia de Fred Hoyle?

—Posiblemente. Pero sospecho que es más probable que comenzase relativamente cerca, en Sol IV.

—Sol… ¿te refieres a Marte?

—Sí.

—¿Cómo llegaría aquí desde allí?

—En meteoros.

Fruncí el ceño.

—Bien, a lo largo de los años se han encontrado un par de meteoritos marcianos de los que dicen que contenían fósiles. Pero han quedado bastante desacreditados.

—Bastaría con uno.

—Supongo. Pero ¿por qué opinas que la vida no es nativa de este planeta?

—Dijiste que creías que la vida había aparecido en este mundo hace 4.000 millones de años. Pero en esa época del sistema solar, este planeta todavía sufría de forma rutinaria impactos capaces de provocar una extinción, debido a los choques frecuentes de grandes cometas y asteroides. Es extremadamente improbable que durante ese periodo se hubiesen podido mantener las condiciones adecuadas para la vida.

—Bien, Marte no es mucho más antiguo que la Tierra, y seguro que también sufría bombardeos.

—Oh, sin duda era así —dijo Hollus—. Pero aunque es evidente que en Marte hubo agua libre… es bastante impresionante visitar su superficie actual; los rastros de erosión son increíbles… nunca tuvo océanos grandes o profundos como los de la Tierra. Si un asteroide golpea el suelo, el calor producido por el impacto podría elevar la temperatura durante unos meses. Pero si golpea el agua que, después de todo, cubre la mayor parte de la superficie de la Tierra ahora como hace miles de mil ones de años, el calor se mantendría retenido, elevando la temperatura del planeta durante décadas o incluso siglos. Marte tendría un ambiente estable para el desarrol o de la vida quizá 500 mil ones de años antes que la Tierra.

—¿Y luego parte de ella fue transferida aquí en meteoritos?

—Exacto. Como un treinta y seis por ciento de todo el material arrancado de Marte por impactos meteóricos con el tiempo acabaría atraído por la Tierra, y muchas formas de microbios pueden sobrevivir a la congelación. Explica con ingenio por qué las rocas más antiguas de la Tierra registran vida completa, aunque el ambiente era demasiado volátil para que apareciese aquí.

—Guau —dije, muy consciente de que la respuesta no era la más adecuada—. Supongo que un meteoro con vida de allá podría haber l egado aquí. Después de todo, toda forma de vida en este planeta comparte un antepasado común.

Hollus parecía asombrado.

—¿Toda la vida en este planeta comparte un antepasado común?

—Claro.

—¿Cómo lo sabéis?

—Comparamos el material genético de distintas formas de vida, y, juzgando por las divergencias, podemos determinar cuánto hace que compartieron el mismo antepasado. Por ejemplo, ¿has visto a Old George, el chimpancé disecado que tenemos en el diorama de la selva tropical de Budongo?

—Sí.

—Bien, los humanos y los chimpancés difieren genéticamente sólo en un 1,4 por ciento.

—Si me lo perdonas, diría que no parece correcto disecar y exhibir a un pariente tan cercano.

—Ya no lo hacemos —dije—. Tiene ya más de ochenta años —decidí no mencionar al aborigen australiano disecado que solían mostrar en el Museo Americano de Historia Natural—. De hecho, el concepto de derechos para los simios ha ganado mucho crédito debido a los estudios genéticos.

—¿Y tales estudios demuestran que toda la vida en el planeta tiene un antepasado común?

—Claro.

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