Читаем El corazon de la serpiente полностью

Mut Ang pensó casi horrorizado: ¿cómo hubiesen reaccionado los hombres del mundo antiguo si hubieran podido conocer de antemano la lentitud de los procesos sociales de entonces y comprender que la opresión, la injusticia y la falta de organización del planeta durarían aún tantos años? Retornar al antiguo Egipto al cabo de setecientos años sería ir a parar a esa misma sociedad esclavista con un régimen de explotación más brutal aún. En la milenaria China se hubiera vuelto a las mismas guerras y dinastías de emperadores, y en Europa, habiendo partido al comienzo de la noche religiosa del medioevo, se hubiera regresado en el apogeo de las hogueras inquisitoriales y del terror oscurantista.

Pero, ahora, el intento de echar una ojeada al futuro, a través de siete siglos de incontables mudanzas, mejoras y descubrimientos, provocaba vértigo debido al ávido interés que despertaban los impresionantes acontecimientos.

Y si la auténtica dicha estaba en el movimiento, en el cambio, en el rápido progreso, pensó Mut Ang, ¿quién podría ser más dichoso que él y sus compañeros? Sin embargo, ¡las cosas no eran tan sencillas como parecían a primera vista! La naturaleza humana es tan dual como el mundo que la rodea y que la ha creado. A pesar de que deseamos siempre algo nuevo, nos da lástima de lo pasado, mejor dicho, de lo bueno que la memoria ha filtrado y que en el lejanísimo ayer inspiró leyendas sobre los siglos de oro desvanecidos en el laberinto de los tiempos...

La gente buscaba involuntariamente lo bueno en el pasado, soñando con su repetición, y tan sólo los espíritus fuertes habían sabido prever e intuir la inevitable mejoría en la organización de la vida humana que les brindaba el futuro. Desde entonces, el hombre sustentaba en el fondo del alma la nostalgia del pasado, la nostalgia de lo que se había ido para no volver, la tristeza que nos embarga a la vista de las ruinas y los monumentos de la historia de la humanidad. Esta añoranza era más profunda en las personas ya maduras, entradas en años, y en las naturalezas sensibles y propensas a la meditación.

Mut Ang se apartó del instrumento musical y estiró su vigoroso cuerpo.

En las novelas históricas, todo estaba descrito en forma tan viva y amena. ¿Qué podía asustar, pues, a los jóvenes de la astronave en el momento de dar un salto al futuro? ¿La soledad, la falta de los seres queridos? ¡La de veces que se había comentado y descrito, en las viejas novelas, la soledad del hombre caído en el futuro...! Lo peor de esa soledad era la falta de familiares, de allegados, aunque éstos fueran un puñado insignificante de personas vinculadas a menudo tan sólo por lazos formales de parentesco. Pero ahora, cuando cualquier persona era cercana, cuando no existían ya fronteras ni convencionalismos que impidiesen el contacto de los seres humanos en cualquier rincón del planeta...

« Nosotros, los tripulantes del Telurio, hemos perdido a todos nuestros parientes en la Tierra. Pero en el futuro próximo nos esperan personas no menos próximas y queridas, con más capacidad de conocimiento y más profunda sensibilidad que los contemporáneos que hemos abandonado para siempre », ¡eso es lo que el capitán debía decirles a los jóvenes tripulantes de su nave...!

Tey Eron, en el puesto central de mando, había establecido el régimen predilecto por él para la noche. Ardían tenuemente sólo las lámparas imprescindibles; y en la semipenumbra, aquel espacioso recinto circular parecía más acogedor. El segundo capitán, tarareaba quedamente una cancioncilla mientras comprobaba minuciosamente los cálculos. La astronave iba aproximándose a la meta; aquel día era preciso volver la nave en dirección a Ofiuco, con objeto de pasar junto a la estrella de carbono que se estaba estudiando. Acercarse a ella era aún peligroso. La presión radial empezaba a aumentar tanto, que, dada la velocidad del Telurio, poco menor que la de la luz, podría producir un golpe terrible, de fatales consecuencias.

Al sentir a sus espaldas la presencia de alguien, Tey Eron se volvió y se cuadró en el acto al ver al capitán.

Mut Ang leyó, por encima de los hombros de su ayudante, los índices sumados de los aparatos en las ventanillas cuadriculares de la fila inferior. Tey Eron preguntó con la mirada a su jefe, y éste movió afirmativamente la cabeza. Obedeciendo al tacto apenas perceptible de los dedos del ayudante, difundiéronse por la nave las señales de « ¡Atención! » y las palabras metálicas estereotipadas « ¡Escuchen todos! »

Mut Ang acercó más el micrófono, seguro de que en todos los compartimentos de la astronave la gente había quedado inmóvil, con la cara vuelta involuntariamente hacia los ocultos altavoces: los seres humanos no habían perdido aún la costumbre de mirar en dirección al sonido, sobre todo cuando querían escuchar con atención.

Перейти на страницу:

Похожие книги