Pero todavía hubo baile de disfraces y concurso de equitación con las tres hermanas Vélez Sarsfield, el Daimler y Molina, los mellizos Céspedes Salinas, sus locas ambiciones y atroces aterrizajes, y Carlitos Sylvester al volante del cupé del 46 y con sus infinitas oportunidades de acción y contemplación del mundo en que vivimos, o, mejor dicho, del mundo en que vivo desde que Arturo y Raúl se entregaron en cuerpo y alma a abrirse camino en el verdadero valle de lágrimas que resultó ser para ellos la alta cuna y la fortuna y esa cumbre del estrellato por la cual iban al mismo tiempo a cuatro patas y como en el juego de la gallina ciega, aunque siempre en el papel de la gallina los pobres mellizos, claro, tan presumidos de sí mismos en un comienzo, tan a mí me dicen Duque, el uno, tan el hombre cuanto más parecido al oso más hermoso, el otro, y tan al pobre Carlitos le tocará ser siempre la gallina ciega y a Molina un esclavo de mierda más, o qué se ha creído el muy cretino.
En fin, que cada noche más, entre las tinieblas del huerto y la ausencia de Natalia, reproducida con cruel perfección por el tictac eterno de un reloj de pie, Carlitos le rendía cuenta paso a paso de la manera tan increíble en que los mellizos concebían su vida como una verdadera batalla y consideraban a la ciudad de Lima como un frente de guerra en el cual amanecían todas las mañanas con nuevos bríos, sí, mi amor, créeme que así es, mi Natalia, todos los días como que vuelven al combate, este par de locos, y mejor armados, mejor informados y hasta mejor pertrechados, diría yo, mi amor, porque del Daimler ya prácticamente se apropiaron para siempre, verás cuando vuelvas, pero resulta que su diario Waterloo cada día es como más Waterloo, diría yo, porque realmente los tipos no cesan de ir por lana y de volver trasquiladísimos, si vieras tú a Molina, el tipo hasta conversa y se sonríe como nunca con lo feliz que anda de corresponsal de guerra o enviado especial o qué sé yo, mi amor. Y bueno, sí, tenías razón, las chicas Vélez Sarsfield no son nada bonitas, pero el verdadero problema no está ahí, sino en que son unas muchachas sencillísimas y que hasta se diría que ni cuenta se dan de que son tan ricas y tan
Pero el baile de disfraces de aquel carnaval de 1957, en casa de Maricuchita Ibáñez Santibáñez, fue ya demasiado Waterloo para los mellizos, aunque también ellos, cual Napoleones criollos, probarían suerte nuevamente en el arte de la derrota atroz y definitiva. Y es que los pobres Arturo y Raúl estaban más fascinados por la idea que se hacían de las hermanas Vélez Sarsfield que por las tres feuconas pero simpatiquísimas hermanas de carne y hueso. Por supuesto que fue Carlitos quien tuvo que mover cielo y tierra para conseguirles invitaciones, lo cual obligó también a Susy, Mary y Melanie a mover cielo y tierra para conseguirle una invitación a Charles Sylvester, su gran amigo de infancia en Londres, que acababa de llegar a Lima, se alojaba en casa de unos primos de apellidos Céspedes Salinas, que nosotras tampoco conocemos ni en pelea de perros, no, pero bueno, nos encantaría que los invitaras también con Charles Sylvester, sobre todo por lo del alojamiento y eso, sí, por favor…
– ¿Que cómo son? Pues yo diría que medio cholazos y huachafones y como que vivieran en un Daimler o se pasaran la vida limpiándolo, Maricuchita, y además uno de ellos insiste en que le digan Duque y el otro Oso, que le queda perfecto, te lo juro, y hasta miedo te da el tipo, pero mira, a Charles Sylvester lo queremos atender lo mejor posible, y al fin y al cabo la tuya es una fiesta de disfraces, o sea que lo menos que van a traer los mellizos ésos es un buen par de antifaces.
– ¿Tres invitaciones, entonces?
– Qué le vamos a hacer, Maricuchita, por favor. Tres invitaciones, sí, y si quieres les pido a los Céspedes que vengan con máscaras…