El doctor Joyce es mi médico del sueño. Su especialidad es analizar los sueños y cree que, a través de los míos, podrá descubrir más sobre mí mismo de lo que yo soy capaz de contarle mediante un esfuerzo consciente (soy amnésico). Al utilizar todo el material que encuentra con este sistema, espera que, de alguna forma, mi mente delictiva vuelva al trabajo. ¡Hop! Un gran salto de mi imaginación me hará libre. Sinceramente, llevo más de medio año haciendo todo lo posible por cooperar con él en su noble propósito, pero mis sueños siempre han sido demasiado imprecisos como para recordarlos al detalle, o demasiado banales como para que su análisis merezca la pena. Total, que para no decepcionar al doctor, cuya frustración crece por momentos, he decidido inventarme un sueño. Esperaba que el sueño de los carruajes proporcionara un rato de reflexión al doctor Joyce, pero por su expresión, entre molesta y agresiva, me da la impresión de que no lo he conseguido. Me dice:
– Gracias por el partido.
– El placer ha sido mío -sonrío.
En las duchas, el doctor Joyce me lanza un golpe bajo.
– Y su… libido, Orr, ¿es normal? -Se enjabona la panza mientras yo dibujo círculos de espuma sobre mi pecho.
– Sí, doctor. ¿Y qué tal la suya? -El médico mira hacia otro lado.
– Era una pregunta profesional -aclara-. Habíamos pensado que tal vez tuviera algún problema, pero si no lo hay… -Su voz se aleja mientras se planta bajo el chorro de agua para aclararse el jabón.
¿Qué es lo que quiere este hombre? ¿Referencias?
Duchados y cambiados, tras tomar algo rápido en el bar, entramos en un ascensor que lleva a la planta donde el doctor Joyce tiene su consulta. Parece más cómodo con su traje gris y su corbata rosa, pero todavía está sudando. Yo estoy fresco y elegante con mis pantalones, mi camisa de seda, mi chaleco y mi levita (que ahora llevo sobre un brazo). El ascensor, moderno, con asientos de cuero y tiestos con plantas, emite un suave zumbido al subir. El doctor se sienta en un banco cercano al ascensorista, que lee el periódico. Saca un pañuelo para secarse el sudor de la frente.
– Entonces, ¿qué cree que significa su sueño, Orr?
Echo un vistazo al ascensorista del periódico. Estamos los tres solos en el ascensor, pero yo pensaba que cualquier presencia, incluso la de un botones, es suficiente como para reprimir una conversación presuntamente confidencial. Precisamente por eso nos dirigimos a la consulta del doctor. Empiezo a mirar distraídamente los paneles de madera del ascensor, los asientos de cuero y las poco originales láminas de paisajes marinos (y decido que me gustan más los ascensores con vistas al exterior).
– No tengo ni idea -respondo.
Creo recordar que una vez pensé que el significado de mis sueños era exactamente lo que el doctor debía aclararme, pero descarté la opción hace algún tiempo, mientras todavía luchaba por soñar cosas lo suficientemente reveladoras como para que el médico pudiese desempeñar su labor.
– Pero ahí no acaba todo -dice el doctor con aire cansino-. Posiblemente sí tiene alguna idea.
– ¿Y no quiero decírsela? -sugiero.
El doctor Joyce niega con la cabeza:
– No. Posiblemente, no puede.
– Entonces, ¿para qué pregunta?
El ascensor está a punto de detenerse. La consulta del doctor se encuentra aproximadamente a media altura del puente, equidistante entre el siempre nebuloso andén de la estación y la cumbre de la construcción colosal, también envuelta en nubes. El médico es un hombre influyente, dado que su consulta se encuentra en la parte exterior de la estructura principal, en una de las zonas codiciadas con vistas al mar. Esperamos a que se abra la puerta.
– Lo que debe preguntarse a usted mismo, Orr -afirma el doctor Joyce-, es qué significa este tipo de sueño con relación al puente.
– ¿El puente? -lo miro inquisitivamente.
– Sí -asiente.
– Ahora me he perdido -prosigo-. No veo ninguna conexión posible entre el puente y mi sueño.
Otro gesto cansino, al más puro estilo del doctor.
– Tal vez el sueño es un puente -musita mientras se cierran las puertas automáticas y enseña su pase al vigilante-. Tal vez el puente es un sueño.
(Vaya, menuda ayuda). Le enseño al vigilante el brazalete que me identifica como paciente de la clínica, y sigo al doctor a través de un amplio pasillo enmoquetado hasta su consulta.