Читаем El puente полностью

Tiró suavemente de las riendas de sus caballos. Yo di la misma orden a los míos, de la misma forma. Empezamos a hacer volver nuestros carruajes y a ocupar nuestra parte de la zona de paso, mientras maniobrábamos adelante y atrás y silbábamos a los animales al unísono.

Cuando estemos a la misma altura, decidí, como los barcos en guerra cuando se alinean, sacaré el revólver y dispararé. No hay vuelta atrás. Lo mismo da si me cierra el paso, lo mismo dan sus intenciones. Debo hacerlo. No tengo alternativa.

Maniobramos lentamente con nuestros pesados vehículos hasta situarlos en paralelo. Su carruaje, al igual que el mío, estaba cerrado y bien asegurado con las correas de cuero. Me miró y metió la mano en su abrigo, con una lentitud casi satisfecha, al tiempo que yo recorría el mío en busca del bolsillo interior para coger la pistola con sumo cuidado. ¿Se quitaría el guante? Los dos dudamos un segundo, y luego él se desabrochó el guante, lo mismo que yo. Lo dejó sobre el asiento contiguo, alzó el arma y me apuntó.

Quitó el seguro al mismo tiempo que yo. Se escucharon dos pequeños clics, nada más.

Los dos alineamos las cámaras. A la luz del carruaje, observé que el percutor había golpeado justo en la base del cartucho y había producido una minúscula abolladura en el metal de color cobre. La bala se había humedecido o era defectuosa. Estas cosas pasan, de vez en cuando.

Me miró de nuevo y nos dedicamos una triste sonrisa. Guardamos las armas en los abrigos, dimos la vuelta completa a los carruajes y, confirmando mis temores, y también los suyos, nos fuimos por donde habíamos llegado, de regreso hacia los valles y las nubes de niebla.


– … Entonces disparamos los dos al mismo tiempo. Bueno, al menos los dos apretamos el gatillo a la vez, pero no ocurre nada. Los cartuchos son inservibles. Nos sonreímos con cierta resignación, creo, y terminamos dando la vuelta a los carruajes y marchándonos por donde vinimos. -Dejo de hablar.

El doctor Joyce me mira por encima de sus gafas redondas.

– ¿Eso es todo? -pregunta.

Asiento.

– Entonces, me despierto.

– Así, ¿sin más? -El doctor Joyce parece preocupado-. ¿Nada más?

– Fin del sueño -respondo con un énfasis tajante.

No parece muy convencido (tampoco lo culpo porque todo es una sarta de mentiras) y agita la cabeza en un gesto que bien podría denotar exasperación.

Nos encontramos de pie, en el centro de una estancia con seis paredes negras, sin muebles. Es una pista de frontón doble y estamos llegando al final del partido. El doctor Joyce (cincuentón, con una aceptable forma física, pero algo fofo) es un gran aficionado a compartir las tribulaciones de sus pacientes en cualquier parte. Si los dos jugamos al frontón doble, en lugar de sentarnos en su consulta, venimos aquí a echar un partido. Entre punto y punto, le he ido contando mi sueño.

El doctor Joyce es todo él de color rosa y gris: tiene el pelo encrespado y gris, el rostro rosa y los brazos moteados de ambos colores, lo mismo que las piernas, que se descubren bajo sus pantalones cortos grises, del mismo color que su camiseta. Sin embargo, sus ojos, escondidos tras las gafas doradas con cadena dorada, son azules. De un azul intenso y penetrante, colocados en su rostro rosa como fragmentos de cristal emplastados en un plato de carne cruda. Su respiración es pesada (la mía no), transpira abundantemente (yo no suelto gota hasta el último punto) y tiene una expresión de recelo (como he dicho, con toda la razón).

– ¿Se despierta? -pregunta.

Intento parecer todo lo preocupado posible:

– Maldita sea, no puedo controlar lo que sueño. -(Una burda mentira).

El doctor emite un suspiro muy profesional y usa su raqueta para recoger la pelota que ha perdido al final del último punto. Mira con insistencia la pared de saque.

– Usted sirve, Orr -dice en un tono avinagrado.

El frontón doble es un deporte para dos jugadores. Cada uno tiene dos raquetas, una para lanzar y otra para parar. Se juega en una pista hexagonal pintada de negro, con dos pelotas de color rosa. Este último detalle, reflejo del claro alótropo de humor que desfila por el puente, ha llevado a que este deporte sea conocido popularmente como «el juego de los hombres». El doctor Joyce lo conoce más que yo, pero es más bajito, más gordo y coordina peor los movimientos. Hace solo seis meses que lo práctico (por recomendación del fisioterapeuta), pero gano los puntos y los partidos con relativa facilidad, y paro una pelota mientras el doctor se pelea con la otra. Se queda de pie, jadeando, mirándome con rabia, de color rosa.

– ¿Está seguro de que no hay nada más? -pregunta.

– Completamente -respondo.

Перейти на страницу:

Похожие книги

Rogue Forces
Rogue Forces

The clash of civilizations will be won ... by thte highest bidderWhat happens when America's most lethal military contractor becomes uncontrollably powerful?His election promised a new day for America ... but dangerous storm clouds are on the horizon. The newly inaugurated president, Joseph Gardner, pledged to start pulling U.S. forces out of Iraq on his first day in office--no questions asked. Meanwhile, former president Kevin Martindale and retired Air Force lieutenant-general Patrick McLanahan have left government behind for the lucrative world of military contracting. Their private firm, Scion Aviation International, has been hired by the Pentagon to take over aerial patrols in northern Iraq as the U.S. military begins to downsize its presence there.Yet Iraq quickly reemerges as a hot zone: Kurdish nationalist attacks have led the Republic of Turkey to invade northern Iraq. The new American presi dent needs to regain control of the situation--immediately--but he's reluctant to send U.S. forces back into harm's way, leaving Scion the only credible force in the region capable of blunting the Turks' advances.But when Patrick McLanahan makes the decision to take the fight to the Turks, can the president rein him in? And just where does McLanahan's loyalty ultimately lie: with his country, his commander in chief, his fellow warriors ... or with his company's shareholders?In Rogue Forces, Dale Brown, the New York Times bestselling master of thrilling action, explores the frightening possibility that the corporations we now rely on to fight our battles are becoming too powerful for America's good.

Дейл Браун

Триллер