Al retornar los compañeros a la celda, encontraron a Gilthanas y a Eben esperándolos. Tanis encargó a Maritta que mantuviese a las mujeres ocupadas en un rincón apartado, mientras él interrogaba a ambos sobre su ausencia. La explicación de Eben parecía cierta —al regresar de las minas, Tanis había visto los cadáveres de los dos draconianos—, además, no cabía duda de que Eben se había visto envuelto en una pelea; sus ropas estaban desgarradas y sangraba de un corte en la mejilla.
Tika consiguió un pedazo de tela y comenzó a lavarle la herida.
—Ha salvado nuestras vidas, Tanis —dijo con brusquedad.
—Creo que deberías estarle agradecido en lugar de observarlo como si hubiese apuñalado a tu mejor amigo.
—No, Tika —dijo sosegadamente Eben.
—Tiene derecho a preguntar. Admito que resultase sospechoso, pero no tengo nada que ocultar. —Tomándole la mano, besó las yemas de sus dedos. La muchacha se ruborizó, y sumergió el pedazo de tela en agua para enjuagarle la herida de nuevo. Caramon, que los estaba mirando, frunció el ceño.
—¿Y tú, Gilthanas? —preguntó bruscamente el guerrero—, ¿por qué te fuiste?
—No me preguntéis —respondió el elfo de mala gana.
—¡Es mejor que no lo sepáis.
—¿Mejor que no sepamos qué? —dijo Tanis con sequedad.
—¿Por qué te fuiste?
—¡Dejadle en paz! —gritó Laurana acudiendo junto a su hermano.
Gilthanas los miró, y al hacerlo, sus ojos almendrados relampaguearon; su rostro estaba pálido y ojeroso.
—Laurana, esto es importante —dijo Tanis. —¿Adónde fuiste, Gilthanas?
—Recordad... os lo previne —Gilthanas desvió la mirada hacia Raistlin.
—Regresé para ver si nuestro mago estaba tan exhausto como había dicho. No debía estarlo, pues se había ido.
Caramon se puso en pie con los puños apretados y el rostro transfigurado por la furia. Sturm lo sujetó, mientras Riverwind se situaba ante Gilthanas.
—Todo el mundo tiene derecho a formular su propia defensa —dijo el bárbaro con su profundo tono de voz.
—El elfo ya ha hablado. Oigamos lo que dice tu hermano.
—¿Por qué habría de dar explicación? —susurró Raistlin agriamente, con voz opaca.
—Ninguno de vosotros confía en mí, ¿por qué tendríais que creerme? Me niego a contestar, podéis pensar lo que queráis. Si creéis que soy un traidor... ¡matadme ahora! ¡No os detendré...! —Le sobrevino un ataque de tos.
—Tendréis que matarme a mí también —dijo Caramon con voz ahogada mientras ayudaba a su hermano a tenderse de nuevo en el lecho. A pesar de que ninguno tenía hambre y de que todos se sentían inquietos, hicieron un esfuerzo, excepto Raistlin, por tomar, de nuevo, un puñado de quith-pa.
Tanis sintió un profundo malestar.
—Organizaremos guardias durante toda la noche. No, Eben, tú no. Sturm y Flint harán la primera, Riverwind y yo la segunda. —El semielfo se dejó caer al suelo. Hemos sido traicionados, pensó. Uno de los tres es un traidor. Los guardias vendrán a buscarnos en cualquier momento, o tal vez Verminaard sea más astuto y planee tendernos una trampa en la que pueda capturarnos a todos...
De pronto Tanis lo vio todo con repugnante claridad. Verminaard utilizaría la rebelión como excusa para matar a los prisioneros y a la enviada de los dioses. No le resultaría muy difícil conseguir más esclavos; además, los nuevos tendrían ante sus ojos el terrible ejemplo de lo que les pasó a los que osaron desobedecerle. ¡El plan de Gilthanas era precisamente lo que Verminaard necesitaba!
Deberíamos desecharlo, pensó Tanis desesperado; tuvo que hacer un esfuerzo por calmarse. No, los prisioneros estaban demasiado ilusionados. Tras la milagrosa curación de Elistan y la declaración de su propósito de averiguar los designios de los antiguos dioses, los hombres recobraron la confianza, creyendo de verdad que aquellos habían regresado. Pero Tanis había observado cómo los otros Buscadores miraban celosamente a Elistan. Sabía que a pesar de que hubiesen manifestado apoyar al nuevo jefe, con el tiempo intentarían destruirlo. Probablemente en aquel preciso instante estuviesen ya sembrando la duda entre su gente.
Si ahora nos echáramos atrás, nunca más volverían a confiar en nosotros, pensó Tanis. Debemos seguir adelante, no importa cuán grande sea el peligro. Tal vez no nos hayan traicionado. Con esta esperanza, se quedó dormido.
La noche transcurrió en silencio.
Los primeros claros del amanecer se filtraron a través de la grieta de la torre de la fortaleza. Tas parpadeó y se incorporó frotándose los ojos, preguntándose, por un instante, dónde se hallaba. En una gran sala, pensó, alzando la mirada y contemplando el alto techo, que tenía una abertura para permitir que el dragón pudiese volar al exterior. Además de la puerta por la que Fizban y yo entramos anoche, hay dos puertas más.
¡Fizban! ¡El dragón!