—Es Elistan —dijo como si a Tanis el nombre debiera resultarle conocido. Al ver que el semielfo encogía los hombros, prosiguió.
—Elistan era uno de los Buscadores de Haven. Era muy amado y respetado por la gente y fue el único que alzó su voz contra Lord Verminaard. Pero nadie lo escuchó... no querían oírle.
—Hablas de él en pasado. Aún no ha muerto.
—No, pero no tardará mucho en morir. Conozco esa enfermedad, mi propio padre murió de ella. Algo en su interior le está devorando vivo. Durante estos últimos días casi se ha vuelto loco de dolor, pero ahora ya se le ha pasado. El final está cerca.
—Tal vez no. Goldmoon tiene el poder de la curación. Ella podrá sanarle.
—Puede que sí... —dijo Maritta escéptica—. Yo no lo aseguraría. No deberíamos darle falsas esperanzas. Dejémosle morir en paz.
—Goldmoon —dijo Tanis cuando la Hija de Chieftain se acercó a ellos.
—Este hombre quiere conocerte. —Haciendo caso omiso de Maritta, el semielfo acompañó a Goldmoon hasta Elistan. Al ver las penosas condiciones en las que se encontraba el hombre, el rostro de la mujer bárbara, severo y frío debido a su desilusión y frustración, se suavizó.
Elistan la miró.
—Joven mujer, dices ser la portadora de la palabra de los antiguos dioses. Si realmente fuimos nosotros, los humanos, los que nos apartamos de ellos y no ellos los que se apartaron de nosotros, como siempre hemos creído, ¿por qué entonces, han esperado tanto tiempo para manifestarse?
Goldmoon se arrodilló junto al agonizante hombre, pensando en cómo formular la respuesta. Finalmente dijo:
—Imagina que paseas por un bosque llevando tu más preciada posesión, una extraña y valiosa joya. De pronto eres atacado por una bestia feroz. Se te cae la joya pero tú huyes despavorido. Cuando te das cuenta de que la has perdido, estás demasiado atemorizado para volver a internarte en el bosque a buscarla. En ese momento encuentras a alguien que tiene otra joya. En el fondo de tu corazón, sabes que no es tan valiosa como la que has perdido, pero te sigue dando miedo regresar a buscarla. Bien, ¿quiere esto decir que la joya ha dejado el bosque, o que sigue allí, refulgiendo intensamente bajo las hojas, esperando que vuelvas a recogerla?
Elistan, cerrando los ojos, suspiró con expresión afligida
—¡Por supuesto, la joya espera
Goldmoon contuvo la respiración, su rostro palideció hasta estar casi tan lívido como el del agonizante hombre
—El tiempo te será concedido —le dijo en voz baja tomándole la mano.
Tanis, absorto en el drama que se desarrollaba ante sus ojos, se sobresaltó cuando alguien le tocó el hombro. Llevándose la mano a la espada, se volvió, encontrándose frente a Sturm y Caramon.
—¿Qué ocurre? ¿Vienen los guardias?
—Aún no —dijo Sturm secamente.
—Pero pueden llegar en cualquier momento. Eben y Gilthanas han desaparecido.
La noche se iba cerrando sobre Pax Tharkas.
De nuevo en su cubil, el dragón rojo, Pyros, no disponía de espacio para pasear, hecho que no tenía importancia cuando tomaba forma humana. En aquella habitación, a pesar de que era la más grande de la fortaleza y de que había sido ampliada para acogerlo, no disponía de suficiente lugar ni para desplegar las alas. La sala era tan estrecha que lo único que podía hacer era dar vueltas en redondo.
Haciendo un esfuerzo por relajarse, el dragón se tendió y aguardó, sin apartar los ojos de la puerta. Tan concentrado estaba en la espera que no vio dos cabezas asomadas a la balaustrada de un balcón del tercer nivel.
De pronto se oyó un golpe en la puerta. Pyros levantó la cabeza expectante, pero al ver entrar a dos goblins arrastrando entre ambos a un extraño espécimen, la agachó de nuevo con un bufido.
—¡Un enano gully! —exclamó Pyros desilusionado, dirigiéndose a sus subordinados en idioma común.
—¡Si Verminaard cree que voy a comerme un enano gully, es que se ha vuelto loco! ¡Arrojadlo en un rincón y retiraos! —les gruñó a los goblins que se apresuraron a cumplir sus órdenes. Sestun, sollozando, se acurrucó en un rincón.
—¡Cállate! —ordenó Pyros irritado—. Tal vez debiera quemarte para poner fin a este lloriqueo...
Se oyó otro golpe en la puerta, un suave toque que el dragón reconoció. Sus ojos brillaron.
—¡Adelante!
Entró una figura vestida con una larga capa y el rostro encapuchado.
—He venido tal como ordenasteis, Ember —dijo en voz baja el personaje.
—Bien, sácate la capucha. Me gusta ver las caras de aquellos con los que trato.
El hombre le obedeció. En el tercer nivel se oyó una exclamación ahogada. Pyros alzó la mirada hacia el oscuro balcón. Pensó en volar hasta allí para investigar, pero el personaje interrumpió sus pensamientos.
—Dispongo de muy poco tiempo, alteza. Debo regresar antes de que sospechen. y debería informar a Lord Verminaard...
—Enseguida —gruñó Pyros enojado—. ¿Qué están tramando esos locos con los que has venido?