Читаем El retorno de los dragones полностью

Aún no sabía cómo lo conseguiría, pues a pesar de haber hablado con tanta convicción de sus habilidades como guerrera, nunca había matado ni a un animalillo. Pero ahora se sentía tan asustada que tuvo que ocultar las manos tras la espalda para que Tanis no viese cómo le temblaban. Temía no poder controlarse, dar rienda suelta a su debilidad y arrojarse en sus brazos en busca de consuelo, por tanto, lo dejó, dirigiéndose a ayudar a Gilthanas con su disfraz.

Tanis pensó que se sentía satisfecho de que Laurana mostrase al fin rasgos de madurez. El semielfo seguía negándose rotundamente a admitir que se quedaba sin respiración cada vez que la miraba directamente a sus luminosos ojos.

La tarde transcurrió rápidamente y con el atardecer, llegó la hora de que las mujeres llevaran la cena a las minas. Los compañeros aguardaban en silencio, las risas se habían acabado. A última hora había surgido otro problema. Raistlin, tosiendo hasta quedar exhausto, dijo que se sentía demasiado débil para acompañarlos. Cuando su hermano se ofreció a quedarse con él, el mago, mirándolo irritado, le dijo que no fuese tan simple.

—Esta noche no me necesitáis —susurró.

—Dejadme solo. Debo dormir.

—No me gusta dejarle aquí... —comenzó a decir Gilthanas, pero antes fue interrumpido por el ruido de unas pisadas y el tintineo de pucheros. La puerta de la celda se abrió y entraron dos guardias draconianos, que olían intensamente a vino rancio. Contemplaron a las mujeres con ojos legañosos.

—Poneos en marcha —dijo uno secamente. Cuando «las mujeres» salieron al corredor, vieron que había seis enanos gully llevando inmensos pucheros llenos de una especie de estofado. Caramon olisqueó hambriento, pero arrugó la nariz asqueado. Antes de que los draconianos cerrasen la puerta de la celda tras ellos, el guerrero vio a su gemelo, envuelto en mantas, tendido en un oscuro rincón.


Fizban aplaudió:

—¡Muy bien, hijo mío! —dijo el viejo mago, entusiasmado al ver que, de pronto, parte de la pared de la Sala del Mecanismo se abría.

—Gracias —respondió Tas con modestia.

—La verdad es que ha sido más difícil encontrar la puerta secreta que abrirla. No sé cómo te las arreglaste. Creía que ya lo habíamos revisado todo.

Se disponía a asomarse por la puerta, cuando, de pronto, se le ocurrió algo y se detuvo.

—Fizban, ¿sería posible decirle a esa luz tuya que se sitúe detrás nuestro? Al menos hasta que comprobemos si hay alguien. De lo contrario, voy a convertirme en un blanco perfecto, y no estamos lejos de las habitaciones de Verminaard.

—Me temo que no. No le gusta quedarse sola en lugares oscuros.

Tasslehoff asintió —esperaba esa respuesta. Bueno, era inútil preocuparse. Como su madre solía decir, si la leche se derrama, el gato se la beberá. Afortunadamente, el estrecho corredor por el que se arrastraba parecía vacío. La seta revoloteaba cerca de sus hombros. Después de ayudar a Fizban a entrar, exploró los alrededores. Se hallaban en un pequeño pasadizo que acababa bruscamente, a menos de cuarenta pies de distancia, en un tramo de escaleras que bajaban desapareciendo en la oscuridad. Había otra salida, un par de puertas dobles de bronce en la pared este.

—Ahora estamos sobre la habitación del trono –musitó Tas.

—Estas escaleras probablemente conduzcan a ella. ¡Supongo que debe haber un millón de draconianos vigilándolas! Así qué, las descartaremos. Acercó la oreja a la puerta.

—No se oye nada. Echemos un vistazo. —Con un suave empujón las puertas se abrieron con facilidad. Haciendo un alto para escuchar, Tas entró con cautela, seguido de cerca por Fizban y por la llama luminosa.

—Una especie de galería de arte —dijo observando una gigantesca habitación llena de cuadros cubiertos de polvo y mugre. A través de unos altos ventanales, Tas entrevió las estrellas y las cimas de unas grandes montañas. Aquello le dio una idea de dónde se encontraban.

—Si mis cálculos son correctos, la sala del trono está al oeste, y el cubil del dragón aún más al oeste. Al menos, hacia allí se dirigió Verminaard esta tarde. Tiene que haber alguna forma para que el dragón pueda salir volando del edificio, quiero decir que el cubil debe tener una salida a cielo abierto, alguna clase de conducto, o tal vez otra grieta por la que podamos observar qué es lo que está sucediendo.

Tas estaba tan absorto en sus planes que no prestaba ninguna atención a Fizban. El viejo mago se movía decididamente por la habitación, examinando atentamente cada cuadro, como si se hallase buscando uno en particular.

—¡Ah! Aquí está —murmuró Fizban y, volviéndose, susurró:

—¡Tasslehoff! .

Cuando el kender alzó la cabeza vio que el cuadro comenzaba a brillar con una suave luz.

—¡Mira esto! —dijo maravillado.

—Es un cuadro de dragones... dragones rojos como Ember... atacando Pax Tharkas y...

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