—Planean liberar a los esclavos y organizar una revuelta, obligando así a Verminaard a hacer regresar a los ejércitos que han partido hacia Qualinesti.
—¿Eso es todo?.
—Sí, alteza. Ahora debo prevenir al Señor del Dragón.
—¡Bah! ¿Qué importa eso? Si los esclavos se amotinan, el que tendrá que matarlos seré yo. A menos que ellos me reserven otros planes...
—No, alteza. Como todos, os tienen un gran temor. Aguardarán a que vos y Lord Verminaard hayáis volado en dirección a Qualinesti. Sólo entonces liberarán a los niños y escaparán a las montañas antes de que regreséis.
—Desde luego ese plan está muy de acuerdo con su inteligencia. No te preocupes por Verminaard. Se lo comunicaré yo mismo cuando considere que deba saberlo. Hay asuntos más importantes que éste. Muchísimo más. Ahora escúchame atentamente. Ese imbécil de Toede trajo hoy un prisionero y... ¡Resultó ser él! ¡El que estábamos buscando!
El personaje lo miró asombrado.
—¿Estáis seguro?
—¡Por supuesto! ¡Es el mismo hombre que veo en mi sueños! Ahora está aquí... ¡a mi alcance! Mientras todo Krynn está buscándolo, ¡Yo lo he encontrado!
—¿Pensáis informar a Su Oscura Majestad?
—No. No puedo arriesgarme a enviar un mensajero. Debo entregarle a ese hombre en persona, pero no puedo ir ahora. Verminaard no puede solucionar él solo la toma de Qualinesti. Aunque esta guerra sea sólo una artimaña, debemos conservar las apariencias, y de todas formas, el mundo estará mucho mejor sin la presencia de los elfos. Entregaré el Hombre Eterno a la Reina en el momento propicio.
—¿Entonces, por qué me lo contáis a mí? —preguntó el personaje.
—¡Porque debes ocuparte de que esté a salvo! Pyros se movió para ponerse más cómodo. Ahora sus planes empezaban a resolverse rápidamente.
—Es una muestra del poder de Su Oscura Majestad el hecho de que la enviada de Mishakal y el Hombre de la Joya Verde lleguen a la vez a mis manos! Mañana le concederé a Verminaard el placer de enfrentarse con la sacerdotisa y sus amigos. En realidad, puede que todo vaya bastante bien. Aprovechando el caos podemos sacar de aquí al Hombre de la Joya Verde y Verminaard no se enterará. Cuando los esclavos ataquen, debes encontrarlo y traerlo aquí para esconderlo en los niveles inferiores. Cuando hayamos destruido a todos los humanos y los ejércitos hayan asolado Qualinesti, lo llevaré ante la Reina Oscura.
—Comprendo —el personaje hizo una reverencia. —¿Y mi recompensa?
—Será la que merezcas. Ahora déjame.
El hombre volvió a colocarse la capucha y se retiró. Pyros plegó sus alas y se acurrucó, enroscándose en el suelo de forma que su cola yacía sobre su hocico. Los únicos sonidos que podían oírse eran los lastimeros sollozos de Sestun.
—¿Estás bien? —le preguntó Fizban amablemente a Tasslehoff. Ambos estaban acurrucados en el balcón, aturdidos por el descubrimiento. La oscuridad era total, ya que Fizban había cubierto la seta luminosa con una vasija.
—Sí —respondió Tas.
—Siento haber pegado aquel respingo. No pude contenerme. Aunque me lo imaginaba, es... es duro averiguar que alguien conocido pueda traicionarte. ¿Crees que el dragón me oyó?
—No lo sé. La cuestión es ¿qué hacemos ahora?
—No sé. Yo no estoy hecho para pensar. Sólo vengo para divertirme. No podemos avisar a Tanis y a los otros porque no sabemos dónde están. Y si comenzamos a vagar por aquí buscándolos, podrían descubrimos y aún sería peor. —Apoyó la mano en la barbilla.
—¿Sabes? —dijo con desacostumbrada tristeza.
—Una vez le pregunté a mi padre por qué los kenders eran pequeños, por qué no éramos grandes como los elfos o los humanos. Yo deseaba ansiosamente ser grande... —dijo suavemente.
—¿Y qué te dijo tu padre? —preguntó amablemente Fizban.
—Dijo que los kenders eran pequeños porque estaban hechos para hacer cosas pequeñas. « Si observas atentamente todas las cosas grandes de este mundo», dijo, «verás que, en realidad, están hechas de la unión de pequeñas cosas». Ese inmenso dragón de ahí abajo, no es más que la suma de diminutas gotas de sangre. Son las pequeñas cosas las que marcan la diferencia.
—Tu padre es muy sabio.
—Sí —Tas se frotó los ojos.
—Hace mucho tiempo que no le veo. —Su padre, si le hubiese visto, no hubiese reconocido a esa pequeña y decidida persona como hijo suyo.
—Les dejaremos las cosas grandes a los demás —anunció Tas finalmente.
—Ellos tienen a Tanis, a Sturm y a Goldmoon. Se las arreglarán. Nosotros nos ocuparemos de las pequeñas cosas, aunque parezca que no tienen importancia. Vamos a rescatar a Sestun
13
Preguntas sin respuestas. El sombrero de Fizban.
—Oí un ruido, Tanis, y fui a investigar —explicó Eben.
—Me asomé fuera de la celda y descubrí a un draconiano acurrucado, espiando. Fui hacia él y, cuando iba a estrangularlo, un segundo draconiano saltó sobre mí. Lo acuchillé y me apresuré a perseguir al primero, que intentaba huir. Al final lo alcancé y conseguí eliminarlo, luego decidí regresar aquí.