Читаем El Traje Gris полностью

Pero por la noche había otro tormento. Él no sabía bailar, no sabía jugar a las cartas ni a ningún otro juego. No sabía contar chistes y a duras penas lograba beberse un par de whiskys. Si rebasaba la dosis, le entraba dolor de cabeza. -Mi osito -le decía Adele, abrazándolo con una sonrisa entre amorosa y compasiva. El comportamiento de su mujer durante las vacaciones era irreprochable, siempre dueña de sí misma, incluso cuando bailaba. Y su belleza iluminaba la pista más que un reflector. En la playa solía lucir trajes de baño de una pieza, raras veces biquinis, y siempre más bien discretos. Y detestaba el topless, lo consideraba absolutamente inconveniente, y eso que tenía una delantera capaz de provocar taquicardias a todos los varones presentes. Jamás una falda por encima de la rodilla; era la ligereza del tejido lo que daba frescor, no su reducción a la mínima expresión. Y seguía poniéndose un vestido de tirantes para tomar el sol, cuando ya ninguna mujer los llevaba. Claro que le hacían la corte, pero ella sabía mantenerlos a raya con graciosa elegancia. Durante las vacaciones, él disfrutaba del beneficio de ser el único hombre al alcance de su mano. Y tenía también permiso para asistir a la ceremonia todas las mañanas, no sólo los domingos. Era una ceremonia abreviada, puesto que en el hotel sólo contaba con la mitad de las cosas que utilizaba en Palermo, aunque bien es cierto que la menor cantidad de cremas se veía compensada por la mayor entrega de la oficiante.


***


Estaba seguro de que durante las vacaciones ella había intentado engañarlo sólo una vez. Habían ido a la isla de Gauguin con una amiga de Adele y su marido. Un día vieron entrar en el restaurante del hotel a un inglés cuarentón, alto, guapo, vestido con mucha elegancia, de aire soñador. No lo acompañaba ninguna mujer. Se mantenía apartado y llevaba siempre un cuaderno de notas, en el que de vez en cuando escribía algo. No se bañaba en la playa, por la mañana se iba a recorrer el interior de la isla. Se enteraron de que era un destacado poeta que estaba allí porque quería escribir una especie de biografía en verso del célebre pintor. Cuando entraba en el restaurante, saludaba a todos y a nadie en particular con una levísima inclinación de cabeza. Lo mismo hacía al salir. Jamás dirigía la palabra a nadie, pero no podía evitar mirar de vez en cuando a Adele, la cual, sin embargo, aunque percibiera su mirada, nunca levantaba los ojos del plato. Cuatro días antes del final de las vacaciones, la amiga de Adele recibió una llamada: su madre no estaba bien y tenía que regresar a casa de inmediato. Se fue a la mañana siguiente con su marido. Para Adele fue como una señal de vía libre. A la hora de comer, cuando el poeta posó los ojos en ella, levantó la vista del plato y le devolvió una larga mirada. Él, un tanto violento por el descaro de su mujer, fingió estar absorto en la lectura del menú. Por la noche, cuando bajaron al restaurante, encontraron al inglés a punto de empezar el segundo plato. Entre él y Adele hubo otra larga mirada. Cuando terminó de comer, el inglés se levantó y, en lugar de salir para fumar en pipa como solía hacer, se acercó a su mesa y se presentó tendiéndoles la mano. Dijo que se marchaba a la mañana siguiente y que quería despedirse. Él lo invitó a sentarse, pero el inglés declinó el ofrecimiento amablemente y se retiró. Estaban esperando a que les sirvieran el segundo plato cuando Adele dijo: -Ya no tengo apetito. Tú quédate aquí disfrutando tranquilamente; yo me voy a la habitación. Y él le leyó en los ojos aquella determinación, fría y a la par ardiente, que tan bien conocía. Para ella era una ocasión ideal, lejos de la mirada indiscreta de su amiga y su marido, con un momentáneo compañero de cama al que jamás tendría ocasión de volver a ver. Tardó deliberadamente una hora en terminar de comer. Después se dirigió a su habitación con la certeza de que Adele no estaría, dominado por la curiosidad de saber qué pretexto encontraría más tarde para justificar su ausencia. Sin embargo, la encontró en la cama, desnuda y con un deseo arrollador. ¿Sería posible que se hubiera equivocado? A la mañana siguiente le preguntó al conserje si el inglés se había ido. Sí, por desgracia, el señor inglés se había ido. Y al decir «por desgracia» miró significativamente a un camarero veinteañero, un poco bajito pero con unos músculos de miedo, que estaba allí cerca con expresión afligida. Pero entonces, si el inglés era homosexual, ¿por qué había mirado a Adele de una manera que la había inducido a un divertido equívoco? Quizá porque era poeta y a los poetas les gusta admirar la belleza.


***


Ligera llamada a la puerta con los nudillos. Se sobresaltó. Se había extraviado en pos de sus recuerdos y le costó encontrar el camino hacia el presente. -¿Sí? -La comida está servida, señor. Así había transcurrido su primera mañana de jubilado.


Перейти на страницу:

Похожие книги

Зараза
Зараза

Меня зовут Андрей Гагарин — позывной «Космос».Моя младшая сестра — журналистка, она верит в правду, сует нос в чужие дела и не знает, когда вовремя остановиться. Она пропала без вести во время командировки в Сьерра-Леоне, где в очередной раз вспыхнула какая-то эпидемия.Под видом помощника популярного блогера я пробрался на последний гуманитарный рейс МЧС, чтобы пройти путем сестры, найти ее и вернуть домой.Мне не привыкать участвовать в боевых спасательных операциях, а ковид или какая другая зараза меня не остановит, но я даже предположить не мог, что попаду в эпицентр самого настоящего зомбиапокалипсиса. А против меня будут не только зомби, но и обезумевшие мародеры, туземные колдуны и мощь огромной корпорации, скрывающей свои тайны.

Алексей Филиппов , Евгений Александрович Гарцевич , Наталья Александровна Пашова , Сергей Тютюнник , Софья Владимировна Рыбкина

Фантастика / Современная русская и зарубежная проза / Постапокалипсис / Социально-психологическая фантастика / Современная проза