Llamada con los nudillos a la puerta. -La cena está servida, señor. Se había quedado dormido. Antes de bajar se lavó con abundante agua, pero la ligera sensación de embotamiento no disminuyó. Primero el mareo y después el accidente: dos sobresaltos en el mismo día eran decididamente demasiados para un hombre entrado en años. Encontró a Adele esperándolo sentada. Le dijo que Daniele había salido a cenar con unos amigos, pero enseguida notó que algo no marchaba bien. -Estás muy pálido. ¿Te encuentras mal? ¿Has discutido con Ardizzone? -He tenido un accidente. -¿Tú? -exclamó. Y de repente ansiosa-: ¿Te has hecho daño? -Solícita y sinceramente preocupada. no, pero el coche sí. -El coche no importa. Ya se encargará mi planchista. -Eso precisamente quería pedirte. Pero la verdad es que no podía tragarse la sopa. -¿No te la tomas? A mediodía tampoco has comido. -Esta noche estoy un poco alterado. -Por lo menos cómete la fruta. Te la pelo yo. -De acuerdo. -¿Qué tal con el viejo Ardizzone? -He aceptado. Ancha sonrisa. -No sabes cuánto me alegro. -¿Por qué? -Cariño mío, acostumbrado como estás a trabajar, te volverías loco si te quedaras todo el día en casa sin hacer nada. «Tú también te volverías loca teniéndome todo el día en casa -pensó él-. Y Daniele no lo soportaría.» -Mejor así para todos. -¿Qué dan esta noche en la tele? -Una película antigua que promete bastante.