Se lee y no se cree. Dan ganas de promover urgentemente una subscripción pública capaz de reunir unas cuantas monedas para ayudar a los diputados ingleses, tanto laboristas como conservadores, a ver si llegan a fin de mes con algunas libras en el bolsillo. Apetece exclamar: «Imperio británico, quién te ha visto y quién te ve». Dueños de la mitad del mundo en un pasado no tan distante, ahora les falta poco para bajar a la calle y extender la mano a la caridad de los electores. No es que no tengan lo suficiente para comer. Por lo menos, a lo que se sabe, no hay noticia de que algún diputado o diputada se haya desmayado durante un discurso. La cosa todavía no ha llegado hasta ahí. Pero ¿qué podemos decir de la diputada Cheryl Gillan, que pasó a la cuenta del Estado la importancia de 87 céntimos de euro por la compra de dos latas de comida para perros? ¿O del diputado David Willetts, que llamó a un trabajador para que le cambiara 25 bombillas en su casa, pagando el Estado el trabajo? ¿O Alan Duncan, que reformó el jardín a costa del contribuyente? La lista de casos es larguísima.El escándalo en Gran Bretaña está alcanzando tales proporciones que el primer ministro Gordon Brown se ha visto obligado a pedir disculpas en nombre de la clase política del país, incluidos los partidos, todos ellos, ante el gravísimo descrédito que está sufriendo la reputación de los políticos que abusan del dinero público para cubrir sus gastos como diputados. Realmente hay que hacer algo para poner fin a esta vergüenza, en la que no es difícil encontrar señales de farsa. A mí se me ha ocurrido una idea: contratar un nuevo Robin Hood, uno que robe a los pobres para que no les falte dinero a los representantes de la nación en sus gastos menudos, que en muchos casos de menudos no tienen nada, como en el de David Cameron, leader de los conservadores, que mandó a la cuenta del Estado 92.000 euros empleados en su segunda residencia. Créanme, la solución está a la vista. A Robin Hood no le falta experiencia y de momento todavía tiene buena reputación.
Día 14
Sofía Gandarias
A la pregunta angustiada, aunque cargada de fácil retórica, que el papa lanzó en Auschwitz para sorpresa y escándalo del mundo creyente: «¿Dónde estaba Dios?», sigue esta gran exposición de Sofía Gandarias, que responde con sencillez: «Dios no está aquí». Es evidente que Dios no ha leído a Kafka y, por lo visto, Ratzinger tampoco. Ni siquiera han leído a Primo Levi, que está más cerca de nuestro tiempo y nunca se ha servido de alegorías para describir el horror. Si se me permite la osadía, le aconsejaría al papa que visitase, con tiempo y ojos de ver, esta exposición de Sofía, que escuchase con atención las explicaciones que le fuera ofreciendo una pintora que, sabiendo mucho del arte que cultiva, mucho sabe también del mundo y de la vida que en él hemos hecho los que creen y los que no creen, los que esperan y los que desesperan, y los otros, los que hicieron Auschwitz y los que preguntan dónde estaba Dios. Más nos valdría que nos preguntásemos dónde estamos nosotros, qué enfermedad incurable es esta que no nos deja inventar una vida diferente, con dioses, si así lo quieren, aunque sin ninguna obligación de creer en ellos. La única y auténtica libertad del ser humano es la del espíritu, un espíritu no contaminado por creencias irracionales y por supersticiones tal vez poéticas en algún caso, pero que deforman la percepción de la realidad y deberían ofender la razón más elemental.Me acompaña la obra de Sofía Gandarias desde hace años. Me asombra su capacidad de trabajo, la fuerza de su vocación, la maestría con que transfiere a la tela las visiones de su mundo interior, la relación casi orgánica que mantiene con el color y con el dibujo. Sofía Gandarias es, toda ella, memoria. Memoria de sí misma, en primer lugar, como cualquiera de nosotros, y también memoria de lo que ha vivido y de lo que ha aprendido, memoria de todo lo que ha interiorizado como algo propio, memoria de Kafka, de Primo Levi, de Roa Bastos, de Borges, de Rilke, de Brecht, de Hannah Arendt, de cuantos, por decirlo en una sola palabra, se han asomado al pozo del alma humana y han sentido ese vértigo.
Nota: Texto para la exposición Kafka, el visionario, de Sofía Gandarias, que podrá visitarse en la Haus am Kleistpark de Berlín desde el 28 de este mes.
Día 15
¿Hasta cuándo?