Sin duda alguna la fuerza de las ocho astronaves podría vencer la fuerza de los motores de la nave. ¿Pero qué pasaría en la Tierra después del aterrizaje?
¿Se detendrían los motores de la nave o continuarían funcionando inútilmente?
La actitud del «huésped» cerca de la Tierra era lo suficientemente inconcebible para que esta pregunta no se hiciera en balde.
Sería ridículo sujetar la nave con cadenas al cohetódromo. ¿Y, además, qué cadenas podrían mantener sujetada una nave cósmica de tales dimensiones?
El comandante de la escuadrilla comunicó sus dudas al estado mayor de la operación, donde no pensaron mucho tiempo.
Los aparatos automáticos del huésped — estaba claro que en el momento actual dirigían la nave no personas sino aparatos — resultaron «sensatos». Claro está que los aparatos terrestres, correspondientes a los de la nave, eran «más inteligentes» y no hubieran permitido un gasto inútil de energía, pero a pesar de todo obraban con una cierta lógica, si les había sido incluido en el programa la orden de esperar al arribar a otro planeta.
Esto significaba que al «sentir» tierra debían detener los motores.
Szabo contestó en este sentido al jefe de la escuadrilla.
Las ocho naves cambiaron su plan. ¿Para qué oponer resistencia a los motores de «huésped», si se les podía utilizar?
Las personas de la Tierra querían comprobar, además, cuan «sensatos» eran los aparatos automáticos del advenedizo.
La nave podía conducirse hacia la Tierra con la proa hacia adelante. Entonces, sus motores, si funcionaban como antes, no lo impedirían sino todo lo contrario, ayudarían.
Pero si ellos comenzaban a funcionar en dirección contraria, entonces habría que emplear la fuerza aunque era una pena gastar tanta energía.
Resultó que el «juicio» de la nave de los huéspedes era más perfecto de lo que se suponía.
Apenas se empezó a remolcarlo cuando los motores del huésped dejaron de funcionar por completo. El «cerebro», por lo visto, sintió y «comprendió» que a la nave la gobernaban desde afuera.
Era posible que no hubiera comprendido nada, sino que fuera corriente un aterrizaje de esta forma, teniendo en cuenta las gigantescas dimensiones de la nave.
Fuera lo que fuera esto no tenía ya gran importancia; el «huésped» no ofreció resistencia y después de hora y media aterrizaron las ocho naves de la escuadrilla en el cohetódromo de los Pirineos, completamente libre de todos los cohetes. Entre ellos se encontraba algo parecido a un espectro.
El cuerpo gigantesco tapaba todo lo que se encontraba tras él, pero era absolutamente invisible, parecía un vacío opaco.
Por primera vez veían las personas de la Tierra tal espectáculo.
Recibieron al forastero sólo los empleados del servicio cósmico. Una precaución elemental obligó a cerrar el cohetódromo para los ajenos. Se hizo una excepción sólo para dos personas: Murátov y Guianeya.
Se separaron las naves auxiliares y volaron hacia el extremo del cohetódromo. Quedó solo el huésped.
Era necesario hacerlo visible. La «visión» en todos sus aspectos no era muy agradable.
Nadie salía de la nave. Los aparatos acústicos no captaban ningún sonido dentro de él.
Los aparatos teleradiográficos, que se acercaron inmediatamente, no registraron ningún movimiento.
¿Por qué ahora había cesado lo que se vio en las pantallas de la escuadrilla?
Parecía como si se hubieran ocultado los que se encontraban dentro de la nave.
Las personas de la Tierra no temían ninguna amenaza, ya que la nave aquí no podía causar un gran daño, debido a que se encontraba en poder comlpeto de los amos del planeta. Pero la ausencia de movimiento producía la impresión de que pudiera existir alguna amenaza.
La tripulación de la nave debía comprender que había sido hecha prisonera. ¿Cómo obraría el comandante?
Si pensaba elevarse y salir volando, esto no le salvaría. Cuatro astronaves de la escolta que no habían descendido a la tierra, estaban sobre el cohetódromo a una gran altura vigilando atentamente al huésped. En caso de que intentara huir sería destruido inmediatamente.
Las personas se esforzaban vanamente en averiguar qué es lo que pasaba ahora dentro de la nave.
Lo mismo que antes, nadie, incluso Guianeya, podían sospechar en lo más mínimo la situación real de las cosas.
9
Merigo y sus tres camaradas no observaron y tampoco sintieron la disminución de la velocidad del vuelo. No sabían lo que pasaba con su nave, no sospechaban que había terminado su largo y atormentador viaje, que habían alcanzado felizmente el objetivo.
El intento descabellado, que nunca podría haber emprendido una persona que dominara la técnica fue coronado con éxito gracias a una serie de casualidades. Pero esto tampoco lo sabían ellos.
Una de las casualidades fue el que los cuatro hubieran quedado vivos. Su ingenuidad los hizo pensar que el camino al otro planeta era corto.