Читаем Guianeya полностью

Su aspecto producía la impresión de que quería ahogar a Guianeya allí mismo, con sus propias manos.

Guianeya ni se movió. Todos los que iban en la máquina la miraron y vieron cómo sus labios se contrajeron con una sonrisa de desprecio indescriptible. Sus ojos entornados miraron sólo un segundo al cosmonauta. Después se volvió despectivamente.

 — ¡Muy interesante! — exclamó Stone. García ya había tenido tiempo de traducirle las palabras del cosmonauta.

 — Tranquilícese, amigo — dijo cariñosamente Murátov —. ¿Para qué matar a nuestra huésped? Está sola y con nada puede causarnos daño.

 — ¿Por qué sola? — El desconocido hablaba ya tranquilamente —. Eran cuarenta y tres —.Añadió una palabra, por lo visto, en su idioma, que reflejaba, un odio profundo.

 — Eran cuarenta y tres — contestó Murátov, acertando de qué hablaba el desconocido —. Pero cuarenta y dos han muerto y sólo ella ha quedado viva.

 — ¿Está usted seguro?

 — Completamente seguro. ¡No hay duda! No hay ninguna causa para que se intranquile usted.

 — ¿Saben lo que querían hacer con ustedes?

 — Claro que lo sabemos. Pero a nosotros nadie nos puede causar daño. ¿Digan mejor, de dónde han venido ustedes y cuántos son?

 — Somos cuatro. Hemos venido de nuestra patria.

 — ¿Dónde se encuentra?

 — ¡Allí! — el desconocido señaló el cielo.

 — ¿Cuánto tiempo han volado ustedes? Según el cálculo de sus años.

 — No comprendo.

 — ¿Ha durado mucho su vuelo?

 — Muchísimo. Creíamos que no llegaríamos nunca.

 — ¿Quién de ustedes es el jefe? ¿Quién ha dirigido la nave?

 — El jefe es Vego. La nave nadie la ha dirigido. No sabemos hacerlo.

 — ¡¿Qué?!

Murátov se volvió a Stone y de forma breve le tradujo el contenido de la conversación.

 — No comprendo nada — terminó Murátov.

 — Sí, es difícil de comprender. No tienen nada de parecido a los cosmonautas. Es un enigma.

La risa argentina de Guianeya cortó sus palabras.

 — Ellos — Guianeya despectivamente, por encima del hombro, indicó a los llegados — han robado la nave. Y han llegado aquí sin saber adonde iban. ¡Es asombroso que hayan quedado vivos!

 — De sus palabras no se deduce esto — contestó Matthews —. Se ve que tenían un objetivo. ¿Pero cómo han conseguido llegar a la Tierra sin saber gobernar la nave?

 — Porque quedó el programa de vuelo que había antes. Esta nave debía volar después de nosotros.

 — Al fin todo está claro — dijo Stone después de haber escuchado la traducción —. A la astronave la ha gobernado un cerebro electrónico, que ya cerca de la Tierra esperó la orden que no le dieron. ¡Es un caso asombroso e inigualable! El realizar este vuelo es un acto de una audacia insensata.

Murátov se dirigió de nuevo al «cosmonauta».

 — ¿Ha escuchado lo que ha dicho esta muchacha? — preguntó.

 — Sí, lo he oído.

 — ¿Han robado ustedes esta nave?

 — Ahora es nuestra.

Guianeya se volvió hacia el llegado. Se inclinó un poco hacia él y le preguntó algo en su idioma.

Los ojos redondos brillaron con una alegría feroz. El forastero pronunció una larga frase.

Guianeya palideció enormemente. Unos segundos miró a la cara de Merigo con los ojos desmesuradamente abiertos. Después los cerró, lanzando un gemido y cayó sin sentido a los pies de Matthews que no le dio tiempo de sujetarla.

<p><strong>10 </strong></p>

Parecía que ya no había ningún enigma más, que todo estaba claro.

Los ingenieros de la Tierra pudieron fácilmente comprender la construcción de la astronave y sus motores que funcionaban bajo el principio de la interacción de campos gravitacionales y antigravitacionales. La técnica terrestre ya había llegado a la solución de problemas parecidos, y se encontraron pocas cosas nuevas en el «descubrimiento».

Esto no causó a nadie asombro. Juzgando por las instalaciones de la astronave, el desarrollo de la técnica en la patria de Guianeya se encontraba aproximadamente al mismo nivel que la técnica de la Tierra.

El camino recorrido por la nave, reflejado en el programa del cerebro electrónico, fue descifrado incluso sin la ayuda de Guianeya. Y en las cartas estelares se marcó una estrella, el Sol del planeta, de donde partieron los cuatro.

Estuvieron en camino casi siete años, según el tiempo terrestre. La velocidad fue grande, y en la patria de los astronautas transcurrió mucho más tiempo.

No ofrecía ninguna dificultad el que regresaran los cuatro. Era fácil introducir en el programa la orden de aterrizar. Pero los científicos de la Tierra decidieron de otra forma, ya que no querían dejar pasar la feliz ocasión que se les había presentado.

A los cuatro les dijeron que podían regresar y añadieron que no volarían solos, que con ellos irían personas de la Tierra. El camino les parecerá mucho más corto y no había que atormentarse durante siete años ya que el baño de anabiosis había sido completamente reparado y de esta forma los siete años se transformarían en un solo mes.

Las leyes de la relatividad eran incomprensibles para Merigo y sus compañeros, y no creían que al regresar no encontrarían a aquellos que dejaron. Pero con alegría acogieron la idea de regresar a la patria.

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