— Estábamos convencidos de que nos quedaríamos aquí para siempre — dijo Merigo, el único de los cuatro con el que se podía hablar.
Los otros tres podían, con dificultad, pronunciar sólo unas cuantas frases en español.
Claro está que también podían hablar con ellos los que dominaban el idioma de Guianeya.
— Ustedes dicen que nosotros no veremos más a nuestros familiares — añadió Merigo —. Ya nos hemos hecho a esta idea, y nos despedimos de ellos para siempre cuando abandonamos nuestra patria.
La grandeza de la abnegada hazaña de los cuatro admiró a los habitantes de la Tierra, y destacaba esta hazaña el que los cuatro no tenían conciencia de lo que habían realizado. Y aunque su acto fue completamente innecesario, las personas estaban dispuestas a todo para agradecer a los cuatro sus buenas intenciones.
La presencia de Guianeya en la Tierra demostró a Merigo y a sus amigos que habían ido a parar precisamente a donde deseaban. Pero les fue muy difícil creerlo, ya que este planeta no tenía nada de parecido al que ellos esperaban ver.
Ya en la nave comprendieron en seguida que les había engañado la primera impresión y que las personas que se encontraban cerca de la nave no eran los «odiados», sino seres parecidos a ellos, y por esto salieron.
La acogida que se les dio, todo lo que les rodeaba y la atención que se les prestaba, pronto les hizo convencerse de que se encontraban entre amigos, no menos poderosos que los «odiados», sino mucho más.
El instinto no les había engañado: eran sus hermanos.
Los cuatro se adaptaron de una forma asombrosamente rápida.
Merigo y sus camaradas habían nacido bajo el poder de los «odiados». Desde la infancia recibieron instrucciones de los «odiados», ya que ellos no querían tener criados y obreros «salvajes» e incultos.
Entre Merigo y sus antepasados, que no conocieron la invasión de los advenedizos del cosmos, había una enorme diferencia en su desarrollo. Para todos esto quedó claro cuando Merigo relató lo que había pasado en su patria.
Su relato lo escucharon con atención extraordinaria pero con horror. La feroz colonización de la isla pacífica, el apoderamiento brutal de la tierra, la crueldad de los conquistadores, todo esto recordaba los terribles tiempos de la época del colonialismo en la Tierra.
¿Y quién llevaba a cabo la violencia? ¡Gente que estaba en posesión de una alta técnica, seres que volaban con toda facilidad de un planeta a otro!
¡Esto parecía inconcebible, imposible, pero era un hecho real!
— ¡Queda oculto algo! — dijo a todos la misma Marlen Frezer —. Ni Guianeya ni Merigo saben todas las causas. Es completamente imposible el empleo de la violencia por una humanidad que se encontraba a un nivel tan alto, como la de Guianeya, sobre otra. Está excluido. Evidentemente en este caso se reveló la maligna voluntad de un grupo relativamente pequeño. No se puede hacer deducciones apresuradas y juzgar a todo el pueblo de Guianeya por la conducta de un grupo no grande, separado de él. Me parece, que Pérventsev tiene razón: que nos hemos encontrado con seres altamente desarrollados, que ocupaban las mismas posiciones que los capitalistas norteamericanos a mediados del siglo veinte, que preparaban la ruina de la humanidad en una guerra termonuclear. Su nivel moral era el mismo. En el caso mensionado eran nada más que conquistadores que se dirigían en busca de nuevos planetas y que se exacerbaron al verse alejados de su patria. Es posible que estas personas no hayan tenido nada de común con su pueblo. Podían haber sido personas expulsadas de su planeta. Sin embargo, incluso entre ellos aparecieron tendencias progresistas, lo que se ve en el ejemplo de Riyagueya.
Guianeya no sabía dónde se encontraba su primera patria, por lo tanto, no era raro que no lo supieran los otros cuatro. Pero era posible que en los archivos de los «odiados»
hubiera alguna indicación. Merigo dijo que cuando sus compatriotas aniquilaron a los advenedizos no tocaron nada que perteneciera a los «odiados».
No podía perderse la posibilidad, que se presentaba casualmente, de que se establecieran relaciones con las humanidades de dos planetas diferentes, y las personas se preparaban activamente para la primera etapa: el vuelo a la patria de los cuatro.
Debían volar tres naves: una en la que vinieron los cuatro y otras dos que se construían apresuradamente en la Tierra.
La salida se había señalado para dentro de un año.
No se sabía por qué a Guianeya no le gustaba el radiófono. Y Murátov no se asombró cuando recibió una carta de ella, a pesar de vivir ahora en la misma ciudad que él.
Guianeya le pedía a Víktor que viniera a verla el mismo día por la tarde.
En esto no había nada de extraordinario porque lo invitaba con frecuencia.
Guianeya, después del desmayo que sufrió, abandonó inmediatamente la península Ibérica. Desde entonces, habían pasado sólo diez días y Murátov no la había vuelto a ver.