— No es necesario mostrar a Guianeya que nos es conocido su secreto. Le aconsejaría, que en un momento oportuno, como si fuera casual, hablara en español con su hermana delante de ella. Elija un tema que le interese a Guianeya. Es importante y curioso ver cómo reaccionará ante esto.
Murátov miró con temor a Guianeya, que se encontraba a no más de treinta pasos de ellos.
— Hablamos demasiado fuerte — susurró al oído de Stone —. Guianeya tiene un oído muy fino.
— No hablamos en español.
— Quién sabe. A lo mejor ella comprende. Después de lo que usted me ha contado, no me fío de nada.
— Sí, esto es posible.
Un tropel de pasajeros que acababan de entrar en el vestíbulo les separó de las dos muchachas. Por lo visto había llegado el cohete de aterrizaje de una nave que había arribado o una de los raids interiores. Murátov, ensimismado por la novedad, no había oído el comunicado del despachador.
Stone miró el reloj.
— La Sexta expedición deberá llegar dentro de unos doce minutos — dijo —. Vaya a ver a las muchachas.
— Tengo un poco de temor. A lo mejor Guianeya no quiere hablar conmigo.
— Es poco probable. Su hermana comunicó que ayer Guianeya otra vez preguntó por usted.
«He acertado — pensó Murátov —. No casualmente dibujó el paisaje de Hermes».
Pero Marina y Guianeya no se encontraban en el lugar de antes. Se habían ido a alguna parte.
Murátov salió a buscarlas.
Guianeya estaba nerviosa desde el amanecer. Esto se podía notar perfectamente por sus movimientos, el tono de la voz y la expresión de la cara. Marina veía que una idea obsesionante no dejaba tranquila a su amiga.
Como siempre, antes de desayunar se encaminaron a la piscina más próxima.
Había obligatoriamente salas de gimnasia y piscinas en cada poblado o cada gran casa. Pero a Guianeya no le agradaba la pequeña piscina doméstica, le gustaba no sólo refrescarse sino también nadar.
Esta mañana, como si se hubiera olvidado del tiempo, Guianeya tardó mucho en salir del agua. Marina que ya hacía tiempo que se había vestido, esperaba a su amiga sentada en un sillón de paja.
Guianeya, incansable y ligera, recorrió rápidamente un número incontable de veces los cien metros de longitud de la piscina nadando un crawl clásico. Y como siempre, poco a poco se reunió un número grande de espectadores. Eran pocos los deportistas de la Tierra que dominaran un estilo tan perfecto.
Las manos verdosas de Guianeya se introducían en el agua y de nuevo salían de ella con la regularidad de una máquina. La espesa cabellera negra, oscilante como una capa, casi cubría la flexible figura de la muchacha.
Guianeya parecía un espejismo en el agua verdosa de la piscina iluminada brillantemente por los rayos del sol que se filtraban a través del techo transparente.
Marina recordaba perfectamente la primera visita a la piscina inmediatamente después de la llegada de la huésped a la Tierra. Recordaba cómo hubo necesidad de convencer a Guianeya para que se bañara con un traje. Costó gran trabajo explicarle con gestos que no se podía prohibir el acceso a la piscina a otras personas. Recordando los gestos de respuesta de la huésped, Marina comprendía ahora que Guianeya quería decir que no veía ningún motivo para ponerse el traje de baño si en la piscina se encontraba alguien. Y ahora, ya pasado año y medio, parecía que todavía no había comprendido esto.
Ya hacía tiempo que para todos estaba claro que Leguerier no había comprendido justamente la conducta de Guianeya desde el comienzo de su estancia entre las personas. Se desnudaba ante todos no porque tratara a las personas con altanería o desprecio, sino porque esto era, sencillamente, una costumbre establecida entre sus compatriotas. NQ comprendían por qué debían ocultar su cuerpo a las miradas ajenas.
Marina llevaba esperando más de una hora.
Cuando por fin Guianeya salió de la piscina no se le notaba el menor cansancio, y parecía que estaba en condiciones de nadar otro tanto.
Regresaron a casa.
Después del desayuno Guianeya rogó inesperadamente que le mostraran Selena.
Hasta ahora no había dicho ni una sola palabra para aclarar las causas que la incitaron a venir a Poltava. La ciudad, estaba claro que no le interesaba, ya que en los tres días que se encontraban aquí casi no había salido de casa.
La petición no causó ningún asombro a Marina. La esperaba, ya que no tenía duda de que precisamente la llegada de la Sexta expedición lunar obligaba a Guianeya a encontrarse aquí. Ahora ya no cabía la menor duda de dónde ella lo sabía. Dejó de ser un secreto la información que tenía la huésped de los asuntos terrestres.
¿Pero qué le podía interesar de esta expedición?
Era también incomprensible el estado nervioso que experimentaba hoy Guianeya. El haber nadado tanto tiempo estaba claro que no tenía otro fin que tranquilizar los nervios alterados.
¿Qué alarmaba a Guianeya?
«Bien — reflexionó Marina —. Supongamos que quiere ir a recibir a la Sexta expedición.