Читаем Guianeya полностью

 — Guianeya ha podido no comprender bien a Riyagueya o no sospechar que sus palabras pudieran tener otro sentido — dijo Stone —. No se puede, por un temor no fundamentado en nada, perder la única posibilidad.

 — ¿No fundamentado en nada? — dijo Tókarev —. ¿Acaso se puede hablar así?

 — ¡Da lo mismo! — Stone hizo con la mano un gesto de despecho. Estaba claramente muy enfadado.

«No será porque siente no tener razón», pensó Murátov.

 — Estoy de acuerdo con Stone — dijo Szabo —. Ya que hemos empezado es necesario continuar.

Los demás guardaron silencio. Mientras transcurría esta conversación el robot número tres se arrimó al satélite.

 — ¡Miren, camaradas! — exclamó Murátov, indicando la pantalla de televisión.

Pero todos lo habían visto al mismo tiempo que él.

Dentro del rombo surgió un movimiento. Cortas llamaradas, como manojo de chispas, corrieron por los cables o por lo que las personas se figuraron que eran.

 — ¡Señales! — dijo García, que estaba sentado en el radar —. Ondas ultracortas.

Apenas tuvo tiempo de pronunciar sus palabras cuando una gran explosión inundó de luz toda la pantalla. Fue de intensa luminosidad y sólo gracias a la acción amortiguadora de las pantallas no cegó a las personas.

 — ¡Ya lo sabía! — dijo Stone. ¡¿Aniquilación?!

Las pantallas continuaban estando iluminadas, lo que significaba que el robot número uno no había sufrido nada, sino todo lo contrario continuaba dirigiendo la operación.

La imagen que transmitía éste volvió a alejarse en las pantallas de televisión. De nuevo se veía toda la base.

El robot número dos estaba como antes al lado del rombo. Al número tres no se le veía por ninguna parte.

Su suerte estaba clara. Se había acercado demasiado al satélite, el cual lo «comunicó»

al rombo. Inmediatamente se dio una orden y el robot fue destruido.

Esto mismo ocurrió con el robot-explorador enviado hace tres años por la «Titov».

Por lo visto entonces el satélite también recibió la orden procedente de este mismo rombo.

 — ¡Y usted dijo! — exclamó Tókarev.

 — Ahora tampoco cambio mi punto de vista — manifestó Stone —. La base para nosotros no ofrece peligro. Sólo los satélites tienen defensa.

 — ¡Atención! — dijo Szabo —. ¡Lanzar el robot número cuatro!

La palabra «atención» se pronunció especialmente para que los robots que se encontraban actuando supieran que no se refería a ellos.

 — Desde el comienzo había que haber enviado el número cuatro — refunfuñó Szabo —.

¡En balde se ha perdido la máquina!

 — Usted mismo estaba de acuerdo en que era necesario probar el grado de peligro — dijo Stone.

Murátov sabía que el robot número cuatro era una máquina análoga a las número dos y tres pero dotada de defensa contra la aniquilación. Comprendió que Szabo quería probarla enviándola hacia el mismo satélite.

Caminaba hacia la cavidad el tercer robot-»persona» que era mucho más alto y sólido que los dos primeros.

Pero no había recorrido ni la mitad del camino cuando ocurrió lo que nadie podía prever y esperar.

El satélite-explorador más próximo empezó a moverse de repente y se levantó rápidamente adquiriendo la posición vertical.

Tras el primero el segundo.

Algo brilló en la parte inferior de los aparatos...

Y los dos «huevos» salieron fuera de la cavidad, se detuvieron un segundo... de nuevo centellearon dos relámpagos... y los dos satélites-exploradores desaparecieron en el abismo negro del cielo lunar.

<p><strong>5 </strong></p>

Szabo lanzó con ira una blasfemia.

 — ¡Nos hemos pasado de listos! — resonaron en el altavoz las palabras de Sinitsin.

Stone se enfurruñó pero no dijo nada, aunque la insinuación de Sinitsin se refería claramente a él.

 — ¿No sería esto lo que quería decir Riyagueya? — dijo Murátov —. ¿No sería esto lo que él comprendía bajo la palabra «catástrofe»?

 — No veo ninguna catástrofe — dijo Stone —. Los satélites han salido en vuelo. Los alcanzaremos en el aire. La base queda a nuestra disposición.

 — ¡Es dudoso! — señaló Véresov.

 — ¡Sin ninguna duda!

En la superficie de la base estaba como antes todo tranquilo. Pero nuevamente algo empezó a moverse. Las numerosas mangueras comenzaron a recogerse hasta que se ocultaron dentro de las cúpulas.

Y de nuevo todo se paró.

Resonó inesperadamente una carcajada, se reía Guianeya.

 — ¿Qué han hecho ustedes? — dijo ella.

 — ¿Cómo lo íbamos a saber? — contestó Murátov. —. Usted no nos lo ha advertido.

 — Yo misma no esperaba esto.

 — Tanto más nosotros.

El giro inesperado de los acontecimientos turbó a los participantes de la expedición.

Las palabras de Murátov hicieron pensar a todos. Se deducía que la orden de despegar fue dada por el.rombo, precisamente porque en la base habían aparecido personas, porque había sido descubierta por ellas. Esto lo previeron sus constructores y tomaron las medidas correspondientes. Por lo visto no tenían nada en contra de que los «terrestres» conocieran la base pero de ninguna forma los satélites. Y cumpliendo su voluntad los dos «huevos» salieron al tener una vecindad no deseable.

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