¿Dónde se encontraba la patria de Guianeya? ¿De dónde apareció de una forma tan rara y enigmática en el Sistema solar? ¿Y cómo pudo ser «en contra de su voluntad»? A estas preguntas sólo podía contestar la misma Guianeya. Pero ella callaba, callaba ya año y medio.
Alguna vez tendría que hablar y este momento lo esperaban con impaciencia las personas de la Tierra.
Y ahora, la forastera misteriosa se encontraba, en un caluroso mediodía de julio, en el paso a nivel de la línea del sharex, en medio de una llanura verde, en el centro de la tierra ucraniana.
¿Qué la había traído aquí? Ni la misma Mariña lo sabía. Guianeya había manifestado este deseo, y esto era suficiente para esforzarse en cumplirlo sin discutir. Sólo se podía suponer que la traía a Poltava el futuro aterrizaje en el cohetódromo de la Sexta expedición lunar. Otra causa era difícil de pensar.
Pero había un «pero» en esta cuestión, y los científicos de la Tierra hubieran dado todo por saber si le interesaba o no la Luna a Guianeya. El aclarar esta cuestión podría verter luz sobre muchas cosas que hasta ahora eran secretas.
Provocó duda el hecho de que nadie había hablado a Guianeya del regreso de la Sexta expedición. ¿De dónde podía saberlo?
Pero sea por lo que sea, Guianeya manifestó que quería ir a Poltava, señalando esta ciudad en el mapa.
Guianeya en sus viajes por la Tierra, bastante frecuentes y duraderos, utilizaba insistentemente el transporte terrestre y marítimo, pero no quería utilizar el aéreo. Y esta vez prefirió ir en vechebús aunque sabía que este viaje era más largo y agotador.
¿Podía ser que Guianeya quisiera ver de cerca la naturaleza de la Tierra?
Quedaba poco tiempo. Para el sharex, que iba a toda velocidad, cien kilómetros eran diez minutos. El grupo de pasajeros se dirigió hacia una pequeña elevación que se encontraba a unos cuarenta metros de la pista. No era tan interesante mirar desde abajo el paso del expreso.
Guianeya fue la primera que llegó a la pequeña colina. Eran rasgos característicos de esta muchacha la movilidad, la preferencia clara a la carrera en vez de la marcha, el movimiento impetuoso. Corrió ligeramente por una pendiente bastante inclinada, salvando los últimos metros de un salto.
Se dibujaba con precisión su silueta esbelta, sus hombros perfectamente torneados y la posición altiva de su cabeza en el fondo del cielo azul. A la luz solar, que hacía desaparecer desde lejos el matiz verdoso de su cuerpo, Guianeya se asemejaba a una estatua de color de bronce con un vestido corto, cegadoramente blanco.
— ¡Muy bella! — dijo uno de los pasajeros del vechebús.
Marina era una buena deportista, pero en la subida a la colina se quedó unos diez metros atrás de su acompañada. Al encontrarse junto a ella involuntariamente prestó atención a la respiración tranquila y rítmica de Guianeya. La subida veloz, evidentemente, ni la había cansado, ni le había alterado el ritmo de los latidos del corazón.
— Oigo un zumbido continuo — dijo Guianeya, extendiendo el brazo hacia aquella parte de donde debía aparecer el expreso.
Estaba todavía muy lejos, más allá del horizonte. Nadie en el mundo podría captar a esta distancia el ruido característico del sharex que iba a toda marcha. Pero Marina no dudó ni un segundo de que Guianeya en realidad oía este sonido. Muy frecuentemente tuvo ocasión de convencerse de la agudeza fenomenal del oído de la huésped.
Le vino a Marina a la memoria la frase de los cuentos infantiles que dice: «Oye cómo crece la hierba».
«Guianeya y nadie más que ella — pensó Marina — tiene esta capacidad. Sería curioso saber cuántos sonidos puede oír cuando nos parece que alrededor nuestro hay un silencio completo».
Del vechebús salió una voz metálica que advirtió:
— ¡Se acerca el expreso!
También el conductor automático de la máquina oía el ruido del tren. El aparato cibernético poseía un sentido tan agudo como Guianeya.
Los pasajeros se apresuraron.
— ¿Qué ha dicho? — preguntó Guianeya. Marina se lo tradujo.
— Sí, cada vez está más cerca — confirmó la muchacha.
Los seis-siete metros de subida no fueron salvados por todos debido a su inclinación.
Un pequeño grupo de pasajeros ancianos se quedó a la mitad de la pendiente. Unas veinte personas se unieron a las dos muchachas.
La línea del sharex se destacaba aquí claramente. Como una superficie húmeda (estaban tan pulidos), brillaban los «rieles» semicirculares. La exactitud geométrica de éstos producía la ilusión visual de que abajo, en vacío, continuaban cerrando la superficie y formando un sólido apoyo tubular cortado a lo largo. Por esto se llamaba «ferrocarril de garganta».