Pero el nombre tenía también un motivo histórico. La primera línea del sharex fue construida en forma de un semitubo. Sólo pasado algún tiempo se llegó a la conclusión de que la parte inferior no era necesaria, de que incluso disminuía la velocidad, creando un rozamiento excesivo. La reducción de la superficie de los «rieles» podía compensarla completamente el aumento de la cantidad de bolas en la superficie de apoyo del mismo sharex. Esta racionalización, propuesta y calculada por el entonces joven ingeniero Víktor Murátov, hermano carnal de la acompañante de Guianeya, dio resultados brillantes: la velocidad del expreso aumentó instantáneamente en un veinte por ciento.
La forma de la vía se cambió, pero se conservó el nombre primitivo.
El sharex se acercaba. Ahora lo oía no sólo Guianeya. Parecía como si zumbara una gruesa cuerda muy tensa, en un lugar, todavía tras el horizonte, pero ya cerca.
— ¿No nos lanzará de aquí? — preguntó con temor uno que estaba junto a Marina.
— ¡Qué dice usted! — respondió otro —. Estamos a treinta metros de la vía.
El conductor automático del vechebús se hizo de nuevo oir como si hubiera escuchado esta conversación.
— Se recomienda no estar de pie sino sentados en la tierra — dijo clara y pausadamente.
Todos se apresuraron a cumplir este consejo. Pero después de haber escuchado la traducción Guianeya permaneció de pie. Marina que estaba sentada se levantó apresuradamente. No podía permitir que la huésped confiada a su tutela pudiera caer debido a su falta de preocupación y, a lo mejor, recibiera una pequeña lesión. Poniéndose al lado de Guianeya sujetó a la muchacha fuertemente por los hombros.
Guianeya se sonrió y a su vez abrazó el talle de Marina.
«Ahora no caeremos», pensó Marina, sintiendo en todo el cuerpo el seguro apoyo de esta mano fina, delicada en apariencia, pero tan fuerte.
Quería sostener a Guianeya, pero resultó que ésta la sostenía a ella.
«Suceda lo que suceda ahora no caeremos aunque pasen velozmente dos sharex», dijo una vez más para sí.
— ¿Esta vía la ha construido su hermano? — preguntó inesperadamente Guianeya.
Marina se estremeció. ¡Esto ya es demasiado! Nunca había mencionado a su hermano en las conversaciones, cumpliendo el ruego de Víktor. No quería que la huésped supiera su parentesco. Guianeya conocía muy bien a Víktor sin sospechar que éste es hermano de Marina. ¿Quién se lo podía haber dicho? ¿De dónde sabía que precisamente Víktor había propuesto la idea de la construcción de esta vía?
Unos ojos grandes, tan poco corrientes, miraban atentamente a Marina esperando la respuesta..Una sonrisa apenas perceptible se marcaba en los labios verdosos de una bella boca curvada. Y no por primera vez acudió a la mente de Marina la idea de que Guianeya fingía, de que ella sabía el idioma de la Tierra y secretamente leía los diarios y las revistas.
— No — contestó maquinalmente Marina en su lengua natal —. No la construyó, sino que propuso la idea.
— ¿Qué ha dicho usted? — preguntó Guianeya.
«¡Si finge, es con mucho arte! Pero ¿puede ser que no sepa el ruso, sino otro idioma cualquiera?”
Marina tradujo al idioma de la huésped lo que había dicho.
— ¡Allá viene! — dijo uno refiriéndose al sharex.
En la lejanía, allí donde los «rieles» de la vía parecían fundirse en una línea recta fina, apareció un refulgente punto. Se acercaba vertiginosamente. El zumbido bajo, alargado, se intensificaba cada segundo.
El «chófer» del vechebús amablemente informaba:
— El sharex marcha a una velocidad de seiscientos y diez kilómetros por hora, o sea, de ciento sesenta y nueve y diecisiete centésimas de metro por segundo.
Mientras resonaba esta frase, el expreso había recorrido cerca de dos kilómetros y se encontraba ya muy cerca. Se podía ver la forma alargada, idealmente aerodinámica del cuerpo del vagón de cabeza, construido de metal plateado. Detrás del expreso se extendía la cola del torbellino de aire que podía verse claramente a los rayos solares.
Algunos de los espectadores de la colina se taparon los oídos. Al potente zumbido se unió el silbido cada vez más fuerte.
Guianeya estaba inmóvil sin apartar los ojos del expreso que se aproximaba. Muchas veces había ido en el sharex, pero ni una sola vez lo había visto desde fuera durante su marcha. ¿Le decía algo el aspecto del tren superrápido, despertaba recuerdos en ella?
¿Quién podía contestar esto?
En el momento en que el tren pasó junto a la colina, cual relámpago plateado, golpeando a los espectadores con su fuerte onda de aire, Marina miró casualmente la cara de Guianeya y pudo observar cómo brilló un fuego en los ojos negros de su acompañante.
¿A qué podía estar relacionado? ¿Qué lo había provocado? ¿Era la admiración ante la potente técnica de la Tierra, o… era una burla por su atraso?
Cuando el sharex desapareció en la línea opuesta del horizonte y dejó de sonar su zumbido para los oídos de las personas, Marina preguntó:
— ¿Cuál es su impresión?
Pero Guianeya dio por callada la respuesta.
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