Todo el temor de los capitanes era que los moros se apercibieran de la bellaquería que circulaba por los campamentos de los cristianos, no fuera el caso que aprovechasen el desconcierto que en ellos reinaba para, en surtidas fulminantes, irrumpir al mismo tiempo por las cinco puertas y barrer a unos al mar y precipitar a los otros desde las alturas. Por eso, antes de que se hiciera irremediablemente tarde, mandaron llamar, no a los cabecillas, que no los había, sino a unos cuantos soldados que, por hablar más alto, habían ganado cierto imperio sobre los otros, y quiso el destino que en la Porta de Ferro fuese Mogueime uno de ellos, que su amor por Ouroana no le distraía de las responsabilidades cívicas y de los justos intereses personales y colectivos. Así que fueron los tres procuradores al capitán, a quien, preguntados, participaron de las sabidas razones. Usó Mem Ramires, y es de creer que en los otros campamentos haya sido éste también el discurso, de arrebatadoras exhortaciones patrióticas, las cuales, pese a ser una novedad, no conmovieron a los soldados de su firmeza, pasando después de los gritos a las amenazas, que tampoco produjeron efecto, y finalmente, tomando a Mogueime como interlocutor, exclamó Mem Ramires, con la voz embargada de emoción, Cómo es posible que tú, Mogueime, estés metido en esta conspiración, tú, que fuiste mi compañero de armas en Santarem, cuando generosamente me prestaste tus hombros y tu gran estatura para que yo pudiera lanzar a las almenas la escalera por donde después todos subimos, y ahora, olvidado del papel importantísimo que representaste en aquella gloriosa jornada, desagradecido a tu capitán, ingrato a tu rey, estás ahí, encuadrillado con unos vagabundos ambiciosos, cómo es posible, y Mogueime, sin desconcertarse, no respondió más que esto, Mi capitán, si necesita subir otra vez a caballo de mis hombros para llegar con la espada, las manos o la escalera al adarve más alto de Lisboa, cuente conmigo, vamos ya si quiere, pero la cuestión no es ésa, la cuestión es que queremos que se nos pague como a los extranjeros, y repare mi capitán hasta dónde llega nuestra sensatez, que no vinimos aquí a pedir que se pague a los extranjeros como nos pagan a nosotros. Los otros dos procuradores asintieron en silencio, que tal elocuencia no precisaba reiteración, y acabó la conferencia.