Ahora preguntará quien tenga preocupaciones de lógica si es creíble que a lo largo de tanto tiempo no haya pensado Raimundo Silva aunque sólo sea una vez en la escena humillante de la editorial, o, si lo pensó, por qué no se hizo de ella la competente mención en nombre de la coherencia de un personaje y de la verosimilitud de las situaciones. Verdad es que Raimundo Silva pensó, y algunas veces, en el desagradable episodio, pero pensar no es lo mismo en todos los casos, y lo más que él se permitió fue recordar, como con otras palabras quedó explicado antes, cuando se habló de nubes en el cielo y de electricidad en el aire, sueltas unas y de voltaje mínimo la otra. La diferencia está entre un pensamiento activo que excava pozos y galerías a partir y alrededor de un hecho, y esa otra forma de pensamiento, si merece tal nombre, inerte, enajenado, que cuando mira no se detiene y sigue, apostado en la creencia de que lo que no es mencionado no existe, como el enfermo que se considera saludable porque aún no ha sido pronunciado el nombre de su enfermedad. Se engaña, sin embargo, quien imagine que estos sistemas defensivos duran siempre, ahí viene ya el momento en que la vaguedad del pensar se transforma en idea fija, en general basta que duela un poco más. Fue esto lo que le sucedió a Raimundo Silva cuando, al lavar la poca loza que había ensuciado para cenar, se le encendió en el espíritu la súbita evidencia de que la editorial, al fin, no había tardado trece días en descubrir el engaño, cosa que tanto absolvería la superstición vieja como impondría la necesidad de una nueva superstición, cargando de energía negativa otro día, hasta ahora inocente. Cuando lo llamaron a la editorial ya todo había sido descubierto y discutido, Qué vamos a hacer con ese tipo, preguntó el director general, y el director literario telefoneó al autor para comunicarle el absurdo suceso disculpándose mucho, Es que no se puede confiar en nadie, a lo que el autor respondió, por increíble que parezca, No es un caso de muerte, una fe de erratas resuelve la cuestión, y se reía, Hay que ver lo que se le ha ocurrido a ese hombre, y Costa tuvo una idea, Debía haber alguien que controlara a los correctores, Costa sabe dónde le duele, y la sugerencia pareció tan buena que el director de Producción la elevó, como si fuese suya, a consideración superior, y con tan general aprobación que antes del decimotercer día la persona había sido buscada, elegida e instalada, hasta el punto de asistir con pleno derecho y autoridad plena al juicio sumarísimo que vino a deliberar sobre las culpas, evidentes, probadas y finalmente confesadas, si bien, en lo que toca a confesión, hayan sido más de lo que es admisible las reticencias y las reservas mentales del culpado, actitud que acabó por irritar a la nueva empleada, no puede tener otra explicación el ataque violento desencadenado en el último asalto, Pero le respondí como merecía, murmuró Raimundo Silva mientras se secaba las manos y se bajaba las mangas que se había subido para el trabajo doméstico.