Raimundo Silva se dejó caer en la silla, en un instante se sintió dos veces más cansado. A nosotros, los viejos, nos dan la ley las trémulas rodillas, la cita obligatoria se rió de él injustamente, que no es viejo un hombre que apenas ha pasado los cincuenta, eso era antes, ahora nos cuidamos mejor, hay lociones, tintes, cremas, suavizantes diversos, por ejemplo, dónde se encontraría a un hombre en el mundo civilizado que después de afeitarse se aplicara todavía en la cara piedra alumbre, esa brutalidad contra la epidermis, hoy la cosmética es reina, rey y presidente, y si está visto que no podría disimular un temblor de piernas, al menos dará alguna compostura al rostro cuando haya testigos. No habiéndolos ahora, el propio rostro de Raimundo Silva se crispa mientras del otro lado la doctora María Sara, serena, con un gesto evidentemente gracioso, echa hacia atrás, con un movimiento de cabeza, el pelo del lado izquierdo para poder aproximar el auricular al oído, y dice al fin, No nos presentaron el otro día, pero me presento a mí misma ahora, me llamo María Sara, el suyo, iba a decir, Ya lo conozco, pero Raimundo Silva, arrastrado por el hábito, dijo su nombre, pero lo dijo completo, con el Bienvenido, y estuvo a punto de morirse de ridículo allí mismo. María Sara, no obstante, a pesar de no haber anunciado de su persona más que aquel poco, no pareció reparar en la confesión y lo trató de señor Raimundo Silva, sin poder adivinar cuánto bálsamo estaba derramando en la lacerada susceptibilidad del corrector, Me gustaría hablar con usted sobre la manera de organizar nuestro trabajo, estoy entrevistándome con todos los correctores, me interesa saber lo que piensan, sí, encuentros personales, no hay otra manera, mañana al mediodía, si le conviene, de acuerdo, le espero, hasta mañana. El teléfono ya ha sido colgado y Raimundo Silva aún no recupera por completo la serenidad, ahora está la casa llena de silencio, apenas se adivina una pulsación inaudible, tanto puede ser el jadeo de la ciudad como el movimiento del río, o simplemente el corazón del corrector.