No necesitó el pellizco que Hermione le dio en el brazo. As´ı de cerca no hab´ıa posibilidad de que esta mujer fuera muggle. Estaba de pie contemplando una casa que habr´ıa sido completamente invisible para ella, si no fuera una bruja. Aun asumiendo que fuera una bruja, sin embargo, salir fuera en una noche as´ı de fr´ıa simplemente para mirar unas viejas ruinas era un comportamiento extra˜no. Según todas las reglas de la magia normal, no obstante, no deber´ıa poder verlos ni a Hermione y ni a él en absoluto. Sin embargo, Harry ten´ıa el extra˜no presentimiento de que sab´ıa que estaban all´ı y también quiénes eran.
Justo cuando hab´ıa llegado a esta inquietante conclusión, ella alzó una mano enguantada e hizo se˜nas.
Hermione se acercó más a él bajo la Capa, su brazo presionando contra el de él.
“¿Cómo lo sabe?”
Sacudió la cabeza. La mujer les hizo se˜nas otra vez, más vigorosamente. A Harry se le ocurr´ıan muchas razones para no obedecer la llamada, aunque sus sospechas acerca de su identidad se intensificaban a cada instante que pasaban mirándose cara a cara en la calle desierta.
¿Era posible que los hubiese estado esperando todos estos largos meses? ¿Que Dumbledore le hubiera dicho que les esperara, y que al final Harry vendr´ıa? ¿No era más probable que fuera la que se hab´ıa movido entre las sombras en el cementerio y les hab´ıa seguido hasta este lugar? Incluso su capacidad para sentirles suger´ıa algún poder t´ıpico de Dumbledore que él nunca antes hab´ıa conocido.
Finalmente Harry habló, haciendo que Hermione se quedase sin aliento y saltara.
“¿Eres Bathilda?”
La figura torpe asintió con la cabeza e hizo se˜nas otra vez.
Bajo la capa Harry y Hermione se miraron. Harry arqueó las cejas; Hermione hizo una diminuta inclinación de cabeza, nerviosa.
Dieron un paso hacia la mujer y, de inmediato, ella cambió de dirección y cojeó regresando por donde hab´ıa venido. Guiándoles junto a varias casas, se giró hacia una verja.
La siguieron por el camino delantero a través de un jard´ın casi tan crecido como el que acababan de dejar. Ella tanteó un momento con una llave en la puerta principal, luego la abrió y retrocedió un paso atrás para dejarles pasar.
Ol´ıa mal, o quizá fuera la casa. Harry arrugó la nariz mientras pasaban junto a ella y se quitaban la capa. Ahora que estaba junto a ella, se percataba de lo peque˜na que era; encorvada por la edad apenas le llegaba al nivel del pecho. Cerró la puerta tras de ellos, sus nudillos eran azules y moteados contra la pintura desconchada, entonces se CAPÍTULO 17. EL SECRETO DE BATHILDA
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volvió y estudió con atención la cara de Harry. Sus ojos estaban velados por las cataratas y hundidos en pliegues de piel transparente. Se preguntó si pod´ıa verle en absoluto. Aunque si pod´ıa, ser´ıa al muggle medio calvo, cuya identidad hab´ıa robado, lo que ver´ıa.
El olor a vejez, a polvo, a ropas sin lavar y comida rancia se intensificó cuando se desenrolló el chal negro comido por las polillas, revelando una cabeza canosa a través de la cual se ve´ıa claramente el cuero cabelludo.
“¿Bathilda?” repitió Harry
Asintió con la cabeza otra vez. Harry fue consciente de pronto del guardapelo contra su piel. La cosa que hab´ıa dentro, que algunas veces hac´ıa tictac o golpeaba, se hab´ıa despertado, pod´ıa sentirla pulsando a través del fr´ıo oro. ¿Sab´ıa, pod´ıa sentir, que su destrucción estaba cerca?
Bathilda pasó junto a ellos arrastrando los pies, echando a un lado a Hermione como si no la hubiera visto, y desapareciendo en lo que parec´ıa una sala de estar.
“Harry, no estoy segura de esto” susurró Hermione.
“Mira su tama˜no. Creo que podr´ıamos dominarla si tuviéramos que hacerlo” dijo Harry. “Mira, deber´ıa de habértelo dicho. No está en sus cabales. Muriel la llamó chiflada.”
“¡Ven!” le llamó Bathilda desde la habitación de al lado.
Hermione saltó y aferró el brazo de Harry.
“Está bien” dijo Harry tranquilizadoramente, y abrió el camino hasta la sala de estar.
Bathilda se tambaleaba por el lugar encendiendo velas, pero todav´ıa estaba muy oscuro, por no mencionar que estaba sumamente sucio. Un polvo espeso cruj´ıa bajo sus pies, y la nariz de Harry detectó, debajo del malsano, húmedo y enmohecido olor, algo peor, que parec´ıa carne podrida. Se preguntó cuando hab´ıa sido la última vez que alguien hab´ıa estado dentro de la casa de Bathilda para comprobar si esta viv´ıa. Parec´ıa haberse olvidado, además, de que pod´ıa hacer magia, pues encend´ıa las velas torpemente a mano, arrastrando constantemente el pu˜no de su camisa de encaje con peligro de que comenzara a arder.
“Déjeme hacer eso” ofreció Harry y le quitó las cerillas. Ella se quedó mirando como encend´ıa las velas que se sosten´ıan en platitos alrededor del cuarto, posados precariamente sobre montones de libros y sobre mesitas desconchadas con grietas y mohosos clips.